«Si la gente supiera lo que va a hacer Rajoy nadie le votaría. (…) En las elecciones prometí traer la playa a Xàtiva. ¡Y se lo creyeron! ¡Si yo mando, traeré la playa! Y van y se lo creen todo. ¡Serán burros! Y me votaron». No, no es el guión del Gran Wyoming en El Intermedio, son las declaraciones del presidente de la Diputación de Valencia y presidente provincial del Partido Popular, Alfonso Rus, en una entrevista para el diario Levante-EMV publicada el pasado 4 de enero. La entrevista pasó desapercibida bajo excusa del turrón navideño y la irrelevancia nacional de su protagonista, pero refleja mejor que nunca el tono de cuatro décadas de altura política del PP en la Comunidad Valenciana y por extensión, en España. En cualquier caso, sus palabras dejan un regusto nauseabundo al lector que, perplejo, comprueba una y otra vez que no sea una noticia de los chicos de E lMundoToday. Pero no lo es. En un país normal, hacedor de política honesta y desinteresada, este señor –o aprendiz de payaso de terror– habría dimitido antes de contestar a la última pregunta del periodista. Aunque solo fuera por respeto a la vergüenza ajena que pudiera sentir el entrevistador. Pero no, España is different, es una caja de sorpresas baratas, dos zapatos del mismo pie, o un chiste sin gracia; es nada menos que un ‘rasca y gana’ que nunca toca.
Lo más doloroso de este tipo de apariciones marianas en los medios es que nos confirman una y otra vez hasta qué punto nos hemos acostumbrado a que nuestros ¿representantes? nos llamen gilipollas en la cara y no pase nada. Tres que hicieron cum laude por excelencia en este arte fueron Ana Mato, con sus ébolas y los jaguares invisibles de su garaje, Fátima Báñez y sus “aventureros laborales de movilidad exterior”, y Esperanza Aguirre con su célebre “dimito como presidenta para volver a mi plaza de técnico de Turismo en el Ministerio”. Hoy nos parece tan normal que se nos rían en la cara, como aquel que se resigna a mojarse donde llueve todos los días. Es desolador descubrir que hemos interiorizado tanto el déficit democrático de nuestros (anti) héroes que nos parece una anécdota más que alguien como Ana Botella dirija la capital del país (muy ocupada ahora vendiendo casas de protección oficial a fondos buitres), se hagan amnistías fiscales a grandes evasores como Emilio Botín, o se abran aeropuertos sin aviones; aunque oiga, que esto nos sirva también de presentación como país de infinitas oportunidades. Que se lo digan si no al difunto Jesús Gil, prototipo patrio de hombre de Estado y alcalde de Marbella durante 11 años con mayorías absolutas.
Qué país. Qué dolor. ¿Tenemos lo que nos merecemos?
Puede que sí. O no. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que España no se merece al Partido Popular. La gente normal tampoco, porque sabe raro que te despidan en un tris-tras o que te echen de casa los mismos bancos que antes rescataste con nuestros impuestos. Incluso tampoco se lo merece ese centro-derecha liberal, moderado, y democrático (incluso republicano), o los populares del País Vasco que anteponían su vida por un ideal, y que iban a las urnas con arcadas al no haber más alternativa que la gaviota popular. A partir de ahora, este síndrome de Estocolmo se acaba con la consolidación de Ciudadanos o UPyD. Pero aún así, ¿cómo hemos llegado a tener esta calamidad de plaga bíblica que ahora nos gobierna? Es demasiado castigo divino. Cuatro décadas después y casi 12 años gobernando el país, el Partido Popular no ha sabido ser el contenedor de una derecha democrática que la actual sociedad española exige, y que Europa también espera. Cierto es que no debió ser fácil pasar de ser franquistas a demócratas de la noche a la mañana, pero es que, a día de hoy, la mayoría se ha quedado en el intento. O es que, ¿reformar estatutos de autonomía y leyes electorales a punta de pistola, como en la Castilla-La Mancha de Cospedal, es pura coyuntura? Acomodados en un sistemático de intercambio del poder con el PSOE (otro que tal baila), hicieran lo que hicieran, han ido cambiando la discusión, la negociación o el diálogo para llegar a acuerdos plurales –para ellos esto es de “antisistemas” o de “proetarras”– por la crispación y la mentira como recursos fáciles de manipulación generalizada, máxime cuando permitieron que piratas con carné popular abordasen RTVE.
La ciudadanía está hastiada con una formación ultramontana que todavía no se entera de qué va esto de la democracia, ni mucho menos de los valores que representa. Ellos sólo se han preocupado de que la zanahoria no se haya caído nunca del palito para seguir llevándoselo crudo… sin hacer ruido; y mientras, ¡ale hop!, un juez por aquí, un magistrado por allá, quitando y poniendo como en el Medievo por si les pillan, que les sea leve. La ley ‘mordaza’, el intento de restringir el aborto, la ley de Educación de Wert “para españolizar a los catalanes”, junto con las superlativas tasas universitarias o la eliminación de parte de Ciencias Naturales en el bachillerato “por falta de horas” (¿por qué no quitan Religión?), son algunos buenos ejemplos. Ellos solo saben que la democracia la inventaron los griegos pero últimamente, con Syriza haciendo la peineta a la Troika, les gusta mucho menos. Actúan con nocturnidad y alevosía como si nada hubiese cambiado en todo este tiempo o más bien hacen lo imposible para que nada cambie. ¿Han puesto fin a las inmatriculaciones inmorales de la Iglesia?, ¿volverán a reponer la gratuidad de la Justicia?, ¿de qué sirvió el copago sanitario?, ¿por qué ya se puede cazar en Doñana y las renovables ya no tienen ayudas?, ¿dejarán de beneficiar a las rentas más elevadas?
Van a lo suyo… con los suyos, es decir, echando un capote a los buenos amigos que esperan con las manos abiertas que les lluevan empresas públicas que antes se preocupan en arruinar. Pero no son más que unos forajidos. Van saltándose la ley como en el Lejano Oeste para hacer devoluciones en caliente o cobrando en negro. No respetan ni la propia Constitución que ellos claman sacrosanta porque luego la violan sin pudor por lo bajini, así, arrimando cebolleta a los títulos de los derechos y libertades fundamentales, y metiéndole mano por donde saben que no deben. La impunidad del Poder les quita zarzas del camino y con ese As en la manga de buenos tramposos, aprueban medidas que no prometieron o sacan por sorpresa las tijeras de una roída chistera, clavándoselas antes al conejo. Basta con ver con qué soltura de muñecas manejan el rodillo absoluto de sus mayorías: les das la mitad más uno del Congreso y te dejan el país más fino que la masa del Telepizza, todo uniformizado, todo bien nivelado para que nada despunte entre la levadura. Incluso podrían echar el cierre al Congreso que nadie notaria la diferencia cuando están en el Gobierno. En realidad, el consenso no va con ellos porque el PP como partido no es un fin para convencer, sino un medio para imponer, para seguir sazonando la sociedad con el ingrediente de su éxito: el pez gordo vive de comerse al chico.
Podrán tener legitimidad de votos, sí, pero ni por asomo una pizca de talante ni de espíritu democrático sincero. ¿Acaso es transparencia que un presidente del Gobierno dé la cara a través de un televisor de plasma?, ¿o que legisle a golpe de decreto? Por no recordar a Aznar y su gestión en Iraq, el Prestige… Un partido donde sus propios dirigentes y candidatos son elegidos a dedazo, ¿qué papel tiene la meritocracia y la pluralidad en su funcionamiento? Sólo en una formación como la del Partido Popular podrían caber personajes como El Bigotes, los famosos 68 asesores en el Gobierno sin graduado escolar, o el Pequeño Nicolás.
Es muy duro asumir que la España que nos ofrece el PP es la de los sobres y tesoreros que dimiten en “diferido”, la de los SMS de Rajoy a Bárcenas para que “fuese fuerte”, la de la peineta y mantilla de Cospedal diciendo que la “corrupción es de todos”, la de Cañete y su preocupación por “su superioridad intelectual” con las mujeres, o la del ministro de Interior pidiendo las direcciones de los españoles para “enviar a los inmigrantes a sus casas”. Lo triste es que aún hay casi un 20% de sus votantes que no se enteran de que no les importamos una mierda si no es en su propio beneficio.
Por todo esto y bastante más, muchos ciudadanos dudamos en si el Partido Popular es una organización constitucional y no supone una grave amenaza para el interés general. Han dado jaque mate sin pudor a la igualdad de oportunidades en donde se basa nuestra democracia. No sé si serán casta, pero no cabe duda de que sus actuales dirigentes son la caspa más rancia que desea convertir el país en un NO-DO sin final.
Fotografía: Iñigo Uriz Argazki