Dentro de unos pocos días el Rey dejará de ser rey. Esta aseveración de no más de 11 palabras abrirá una nueva página en la Historia, en este caso en la española. Paralelamente a este hecho, muchos ríos de saliva se están vertiendo en un debate estéril sobre la conveniencia de seguir con una Monarquía de revista de peluquería o, por el contrario, probar suerte –y ya sería la tercera- con esto de elegir democráticamente a nuestros chorizos, quiero decir… representantes, que tan bien se nos da. Y digo bien al decir estéril porque hasta que no ocurra una gran evolución ideológica entre los grandes partidos actuales –perdidos en su inopia–, todo seguirá como está y cualquier propuesta revolucionaria será como levantar la batuta en un coro de sordos.
El caso es que con tanta abdicación, con tanta genuflexión del Ibex35, con tanto político cortesano saboreando anos reales y TVE convertida en el canal de Youtube de la Casa Real, a mí estas diatribas me producen un gran bostezo, y el aburrimiento me da hambre. Así que, mientras me comía una galleta Príncipe de Beckelar –las únicas que no admito que se vuelvan republicanas-, me pregunté a mi mismo otras cuestiones más mundanas, como por ejemplo, qué cambiará cuando el rey no sea rey del todo. Me explico. Al igual que uno es fontanero, médico o periodista para toda la vida, aunque no se ejerza, un monarca lo es también hasta que se muera. Sin embargo, el matiz aparece cuando a su ‘profesión’ le viene dada la circunstancia de ocupar una cargo público, en este caso el de Jefe de Estado y de las Fuerzas Armadas, inherente a su persona por una tradición consuetudinaria de los siglos. Pero en tiempos superados de absolutismos y antiguos regímenes, y en épocas de conquistas de derechos individuales, ¿qué diferencia habrían de tener un carpintero y un rey para desempeñar las mismas funciones?
Otro anacronismo se producirá cuando Juan Carlos deje de ser la máxima autoridad de España pero no monarca, porque se creará una coyuntura institucional inaudita en nuestro país: un ex Jefe de Estado y su sucesor, dos reyes, viviendo en el mismo recinto. A diferencia de una república en la que su presidente cesado, junto con su familia, se plantan al día siguiente haciendo maletas, nuestra parentela más campechana seguirá ocupando a gastos pagados por Patrimonio la residencia oficiosa de la Jefatura del Estado –la oficial es el Palacio Real– y conviviendo con su heredero, aunque al parecer no habrá problema de espacio porque al principesco infante se le construyó otro palacio a unos metros para no darse codazos en las claustrofóbicas estancias que deben tener en Zarzuela. Cuanto menos, esta nueva imagen es interesante. ¿Ustedes se podrían imaginar por un momento que Rajoy estuviera compartiendo chalé oficial con Zapatero, González y Aznar? Jesús, volarían cuchillos en La Moncloa. Pero ricemos más el rizo, y si… ¿Felipe VI abdicase unos años más tarde y Leonor se hiciera reina todavía viviendo Juan Carlos? ¿Cuántos palacios se necesitarían construir teniendo en cuenta los metros cuadrados vitales que necesitan cada una de sus Altezas para subsistir? ¿Podríamos inaugurar la primera urbanización Borbónica de la historia? ¿Se convertiría La Zarzuela en el mayor centro geriátrico oficial de ex Jefes de Estado del mundo?
Bueno, dejemos de rizar el rizo que se nos retuerce hasta la columna. Por de pronto, parece que seguiremos teniendo una monarquía, pero no puedo evitar fantasear con la imagen de un presidente en la III República inaugurando estaciones de metro y preguntándome si bajo una república este mandatario tendría tan buena mano con los negocios en Oriente Próximo; si sería inviolable por encima del Bien y el Mal; vería a su hija im-des-im-putada, si podría repartir a volonté fondos públicos para su familia y su Casa; podría realizar safaris secretos en medio de una crisis, no rendir cuentas ante las instituciones, hacer amistades peliagudas empresariales sin consecuencias o, por el contrario, todo podría quedar resuelto con un campechano “lo siento, me he equivocao, no volverá a suceder”. La campechanía sería, desde luego, la gran pérdida en este nuevo modelo si nuestro presidente nos saliese soso, además de la buena diplomacia del “por qué no te callas”.
¿Y qué cambiará en la primera familia de España? Yo creo que nada, esta abdicación les viene como agua de mayo después de 40 años fingiendo, bajo máscaras de celofán, que son una familia modélica cuando en realidad todo el mundo sabe que son una familia disfuncional. Empezando por el patriarca que se va de extranjis a cazar con ‘amistades entrañables’, siguiendo por una Reina madre despechada por tal traición (de hecho hay –presuntos– rumores de separación a finales de este año), una Infanta con un pie en el trullo porque -presuntamente- desconocía que su esposo era un –presunto– trilero, otra Infanta divorciada que deja que su hijo se pegué un tiro al pie aun siendo menor de edad para andar con armas, una futura reina (¿ex?) republicana que no se habla con el resto y un heredero de un país cuya legitimidad se basa en que está ‘preparadíssssimo’. Desde luego, la familia Adams podría ser mejor ejemplo que lo que tenemos. Eso sí, juntitos todos a la hora de brindar por el éxito del traspaso del negocio familiar, bajo condición aforada, al calor del fuego de una chimenea encendida con los ejemplares censurados de El Jueves.
Y como colofón a estos pensamientos banales, dos preguntas de Cuarto Milenio: ¿España se hubiera merecido un rey como Froilán si la Constitución de 1978 no hubiera sido tan machista con Elena?, y ¿qué pensó la imputada Cristina al ver el retrato de su padre presidiendo el Juzgado que investiga el caso Noos? Pues eso, que siga la fiesta.