Rincón de la Victoria, municipio de Málaga, va a instaurar comuniones civiles. Va un paso más allá que El Borge o Torremolinos, que ya se habían sumado a la celebración de bautizos civiles. La primera reacción oficial me la ofrece un jubilado que desayunaba a mi lado en la barra de un Bar-Paco estándar: “Qué gilipollez, coño, qué gilipollez”. Me río y el tío hunde en el café su tostada con aceite, que ha partido previamente en dos mitades verticales.
Mentalmente, le doy la razón al parroquiano. La decisión del ayuntamiento malagueño no tiene apenas importancia política ni económica, pero rezuma hipocresía y tontería.
Una evidencia. No queremos desperdiciar ninguna posibilidad de fiesta, aunque posea una esencia religiosa que no compartimos y contradiga los códigos de la modernidad. Parafraseando a Groucho Marx, la cosa quedaría así: “Estos son mis principios, a no ser que me des un cubata”.
No obstante, ¿por qué esa necesidad, también desde el agnosticismo, de preservar ritos católicos? Se habla de que la época transicional que atravesamos no se limita a la política. Estamos abandonando las verdades absolutas y agrietando los procesos sociales tradicionales. La libertad del individuo para elegir sus propios ritmos vitales gana cada vez más reconocimiento dentro del ‘sentido común’. Poco a poco han desaparecido todos los límites, incluso el del absurdo. Se tachará de antisocial a quien haga ver la inconsistencia del comportamiento de otro: por ejemplo, no sé, defender la fiesta taurina y, al tiempo, compartir con indignación vídeos de perros maltratados. Ser consecuente no está de moda, precisamente porque no te permite adaptarte a todas las modas.
Somos más celosos de nuestra capacidad de elección y renegamos cada vez con más condescendencia de todo lo viejo. Sin embargo, nos resistimos a desertar –qué casualidad- de las costumbres que nos dan algo de protagonismo. Tal vez la respuesta está en que ciertos actos sociales, aunque vengan de antiguo, se han ido adaptando la lógica del individualismo: se les ha despojado de todo fin de control comunitario (antes las abuelas iban a las casas de las mujeres casaderas para hociquear en los ajuares) y han potenciado lo relacionado con la exaltación de la personalidad.
Parece que practicar ritos y rituales es algo inherente al ser humano. Los antropólogos Bent Steeg Larsen y Thomas Tufte investigaron un buen número de rituales que creamos en nuestra cotidianidad al usar los medios de comunicación. Tendemos a estructurar cualquier espacio de la vida.
Entonces el parroquiano cabreado tiene razón y no. La iniciativa del ayuntamiento de Rincón de la Victoria suena a gilipollez, sí, pero tal vez no sea malo ir ideando celebraciones alternativas a las liturgias religiosas. Al fin y al cabo, es la forma que tenemos de ordenar una existencia que, por naturaleza, viene desprovista de puntos cardinales.
Fotografía: Javier Díaz Barrera
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