Hace algo más de once meses, Catalunya celebró uno de los acontecimientos más trascendentales de su historia reciente. El pasado 11 de septiembre, cerca de un millón y medio de personas se cogieron las manos simultáneamente, a las 17:14 horas de aquel miércoles que ocupará siempre un puesto privilegiado en la memoria de los catalanes, para expresar su deseo de ver una Catalunya independiente, formando una cadena humana de 400 kilómetros que atravesó la comunidad autónoma de norte a sur. Aquella movilización ciudadana sin parangón fue un ejemplo en todos los sentidos. 30.000 voluntarios trabajaron de forma desinteresada por conseguir que no quedase un solo tramo vacío. Y lograron lo imposible. 1.500 autocares recorrieron las comarcas catalanas transportando a los manifestantes hasta los tramos más recónditos de los rincones más despoblados de Catalunya. Se vendieron medio millón de camisetas oficiales de la Assemblea Nacional Catalana (ANC). El ambiente festivo que caracterizó aquella jornada generó una euforia emotiva y sana que no dejó hueco a la crispación, algo difícil de concebir en una manifestación que movilizó a una cuarta parte de la población catalana. A pesar del baile de cifras, pocos ponen en duda que la cadena fue un éxito rotundo. Una forma exquisitamente democrática de expresar un deseo generalizado. Y una señal inequívoca de que la unión hace la fuerza. La Vía Catalana cap a la Independència se coló en las portadas de las cabeceras más prestigiosas de los cinco continentes.
Un año después, L’Assemblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural vuelven a convocar una manifestación por la independencia el 11 de septiembre, con motivo de la Diada. Esta vez, el objetivo es formar un mosaico humano en forma de V en el centro de Barcelona. Aunque a priori el proyecto suene menos ambicioso, la presidenta de Òmnium, Muriel Casals, ha asegurado que esperan llegar al millón de inscritos que hacen falta para completar el mosaico. El vicepresidente de la ANC, Jaume Marfany, ha ido todavía más lejos, instando a los independentistas a apuntarse cuanto antes para “superar las movilizaciones anteriores”. Un objetivo que, a tenor de las cifras publicadas hasta la fecha, parece inalcanzable. La semana pasada, la concentración para la Diada contaba con 70.000 inscritos. El año pasado, en estas mismas fechas, 300.000 personas se habían apuntado a la Via Catalana cap a la Independència. La diferencia –un 76% menos– es mayúscula. Aunque los organizadores niegan estar preocupados y aseguran que muchos manifestantes acudirán a la cita sin haberse registrado, el próximo 11 de septiembre se presenta complicado para las aspiraciones independentistas.
Y es que la situación difiere en varios aspectos de la de hace justo un año. La ilusión que generó el ambicioso reto de la cadena humana no es comparable a la que pueda provocar el proyecto de mosaico en el centro de Barcelona. Por tamaño, por número de personas, por envergadura y organización, pero sobre todo, porque ya no es el primero. Los que se dieron la mano a las 17:14 horas del pasado 11 de septiembre saben que aquel minuto es, hoy por hoy, irrepetible. Con ese recuerdo todavía fresco en la memoria colectiva catalana, la ilusión por la V humana es forzosamente menor.
La reciente confesión de Jordi Pujol –que, de una u otra forma, es el padre político no solo de Artur Mas, sino de todos los catalanes–, reconociendo que sí, que él también es como muchos de sus homólogos, ni honrado, ni sincero, ni noble, ni molt honorable, ni nada de nada, también puede jugar un papel crucial. El Espanya ens roba, tan anclado en algunas mentes catalanas, ha chocado frontalmente con el robo sistemático y las mentiras del padre de los catalanes y máximo defensor de sus derechos durante casi un cuarto de siglo. Un choque cuyas consecuencias son todavía incalculables. Lo que sí está claro es que, a falta de menos de un mes para la celebración de la Diada, los ánimos están muy bajos.
Por otro lado, la reciente conducta de algunos dirigentes de CiU respecto al referéndum del 9 de noviembre no ha agradado a los sectores más independentistas de la sociedad catalana. Joan Rigol, Presidente del Pacto Nacional por el Derecho a Decidir, aseguró hace unos días que rechazará la convocatoria de una consulta fuera de la ley. Poco antes, el consejero de Territorio, Santi Vila, hizo lo propio. Afirmaciones como estas desmoralizan a una parte importante de la población, que, más escéptica, probablemente no acuda en masa al mosaico del próximo 11-S como sí lo hizo hace un año.
En cualquier caso, y pase lo que pase en la celebración de la Diada, la ANC i Òmnium corren un riesgo innecesario. Un descenso en el número de participantes sería inmediatamente utilizado por los sectores contrarios a la celebración del referéndum del 9 de noviembre. Aunque el pueblo catalán ya ha demostrado de lo que es capaz, no parece este el mejor momento para embarcarse en una aventura que puede acarrear consecuencias diametralmente opuestas a las deseadas por la organización. Segundas partes nunca fueron buenas, dicen.