Cuando se aprieta el botón rojo el mundo estalla. El botón rojo no se puede pulsar sin temor a lanzar una ristra de cabezas nucleares que acabarían con la vida humana sobre el planeta. El botón rojo suele salir en las películas y, si no fuera por los James Bond de turno, más de un terrorista exsoviético –de esos malos, malos, con acento ruso, ruso– lo habría pulsado ya. El botón rojo, en la vida real, me imagino que existirá, aunque yo no conozca más botón rojo que el de mi grabadora. En el periodismo, el botón rojo tendría que ser sinónimo de seguridad, tendría que otorgar confianza tanto al entrevistador como al entrevistado. Cuando se aprieta, se convierte en el notario que certifica que todo lo dicho, dicho queda. Sin embargo, en la vida real del periodista, donde sí que se aprieta el dichoso botón rojo, cuando la grabadora empieza a almacenar la voz del entrevistado comienzan los problemas. El entrevistado debe medir qué dice y con qué sentido lo dice. Debe saber con quién está hablando y, si el periodista tiene la mala baba de no decírselo, preguntar qué uso se le dará a la información que está soltando. De hecho, si la conversación es telefónica y el tema a tratar delicado, muy ingenuo tiene que ser el entrevistado como para no suponer que su voz está siendo grabada. Son las reglas del juego.
Cuando uno accede a hablar con la prensa, más aún cuando se trata de una entrevista montada como Dios manda (en persona y con sesiones de fotos y vídeo incluidas), el entrevistado debe tener claro qué decir y qué no decir. Si la entrevista es para un medio escrito –de papel o exclusivamente digital–, siempre cabe la posibilidad de soltar una frase contundente y, en el momento o a toro pasado, recurrir a la coletilla de «eso no lo pongas» o «eso rebájalo». Acogerse, en definitiva, al recurso del off the record. Un periodista leal consigo mismo y con su trabajo no debería romper jamás esa norma no escrita. Lo grabado, en definitiva, es la red de seguridad del periodista para demostrar que lo dicho y escrito coinciden. Para protegerse cuando le llamen mentiroso.
El problema llega cuando alguien, como el rockero Loquillo la semana pasada, afirma supuestamente algo como esto: «En Catalunya quieren que votemos [en la consulta por la independencia] para acabar con la democracia. Lo mismo que pedían las SA nazis». Ese fue el titular de la entrevista que publicó ABC el pasado miércoles. José María Sanz, el espigado cincuentón del barrio del Clot, uno de los cantantes de trayectoria más longeva en nuestro país, un auténtico referente en lo suyo, jamás se ha caracterizado por tener pelos en la lengua. Nunca se ha callado y más de una vez se ha visto metido en alguna trifulca (recuerdo una denuncia y condena en su contra por agresión). Ha hecho de la chulería una seña de identidad artística. Es políticamente incorrecto y en la entrevista con ABC, el rotativo más antiguo de los que se siguen editando en la actualidad en España, da muestras de ello.
–Usted dice que en el escenario es usted mismo, que el personaje sale cuando se baja de él.
-Son mis giros para dejar en evidencia a algunos de mis compañeros de profesión. Hay que dejar en ridículo al otro, decir «yo soy mejor que tú». Porque forma parte de la liturgia del rock. Si no, no sería divertido. Por ejemplo, lo que comentaba antes de los conciertos en teatros… Cuando yo empecé a hacerlos en el ’95, muchos de mis compañeros me pusieron a parir, y ahora son esos mismos artistas los que hacen conciertos en teatros. Siempre me he adelantado.
Acto, seguido, Loquillo se reafirma como el primero que se puso traje. Como el primero, guiñándole un ojo a su amigo Bunbury, al que se le ocurrió romper con su grupo de toda la vida y cambiar su sonido. Como el primero que huye de publicar recopilatorios bianuales con las canciones de siempre. Comentarios que habrán levantado polvareda entre la profesión, pero de los que no le hemos escuchado retractarse. Sin embargo, cuando los ejemplares de ABC estaban calentitos en los kioscos, sí alzó la voz para decir que él no había comparado a los independentistas catalanes con los nazis. Que era mentira. Que el botón rojo mentía. ABC tampoco tardó en contestar y comenzó un toma y daca entrevistador-entrevistado por Internet. En la web del periódico se difundió el audio en el que Loquillo soltaba la endemoniada frase: «¿Qué decían las SA? Terminemos con la democracia. Votemos para terminar con ella. Es que no nos damos cuenta de lo que estamos diciendo. Cuando me preguntan qué está pasando en Catalunya recomiendo un libro: es Historia de un alemán«.
Recordemos el titular: «En Catalunya quieren que votemos [en la consulta por la independencia] para acabar con la democracia. Lo mismo que pedían las SA nazis». Y vayamos a la frase dentro de la entrevista que desata la tormenta y de la que se extrae el titular: «Lo que se está diciendo es: Si quiere un referéndum de ese calibre tiene que ceñirse a la Ley, y eso exige el cambio en la Constitución. Lo que no es la Ley es «por mis cojones». Mas no puede dar esa imagen porque es el representante del Estado español en Cataluña. Lo que se está diciendo es: Votemos para acabar con la democracia», ni más ni menos. Lo mismo que pedían las SA nazis. Cuando me preguntan lo que está pasando en Cataluña, recomiendo un libro: Historia de un alemán«.
¿Por qué el ABC no difundió el audio completo de la entrevista? ¿Por qué no dio a conocer a sus lectores, al público de Loquillo, a los miles de independentistas catalanes indignados con uno de sus músicos más destacados -que, aunque canta en castellano, habla perfectamente el catalán y ha versionado a tótems de las letras catalanas como Lluís Llach o Pere Quart– por comparar el nacionalismo catalán con el nazismo alemán? ¿Por qué no ha sacado de dudas a muchos desvelando, al menos, las palabras que preceden a la frase de la polémica? Al pulsar el botón rojo, se supone que también se grabó a Loquillo hablando de las aspiraciones de Artur Mas para saltarse el Congreso de los Diputados y convocar un referéndum de autodeterminación por su cuenta y riesgo. La transcripción no es literal. Arreglar el texto al transcribir es una licencia que puede tomarse el redactor para hacerlo más inteligible a sus lectores. Eso sí, manipulando letra a letra como si fuera cristal de Bohemia. La palabra escrita es fría y se puede interpretar de mil maneras. La palabra escrita es material altamente explosivo. La palabra escrita, si no se cuida la edición, puede cambiar el sentido de todo un texto. Y, una vez en la calle, demonizar al autor de la frase.
En el caso que nos ocupa. el «lo que se está diciendo» no se escucha. El «ni más ni menos», tampoco. Se podría haber polemizado con cualquier otro tema, empezando por lo musical, lógicamente. Se podría haber hablado del supuesto olvido institucional que según Loquillo -y no es la primera vez que lo dice- sufre la música catalana que se expresa en castellano en su país natal. Pero el ABC -y no es la primera vez que lo hace- prefirió disfrazar a los secesionistas de nacionalsocialistas. Loquillo debería haberlo sabido y no ser claro sin entrar al trapo del periodista.
El silencio a medias de ABC me crea dudas. Muchas. Una vez más, el botón rojo no fue notario. Más bien, armamento de destrucción. Al Loco, a quien le gusta presentarse como nexo entre lo catalán y lo castellano; «ni soy independentista en Madrid, ni heraldo del españolismo en Barcelona, y me han llamado desde los dos lados», le volvió a morder la fiera del nacionalismo, una enfermedad que no entiende de banderas. Ni de rectificaciones. Lo escrito, escrito queda y solo la grabadora conoce la verdad del asunto.