Quedamos con Anahí Beholi y Antonio R. Liaño en Lavapiés, posiblemente el barrio más multicultural de España. Estos dos intérpretes intentan abrirse paso en el mundo de la ficción sin olvidar unas raíces que hablan de África. Concretamente, de Guinea Ecuatorial. Sin embargo, tanto Anahí, ibicenca y criada por una madre que llegó a Valencia desde la antigua colonia con solo cinco años, como Antonio, criado desde que era un bebé por un matrimonio cántabro-leonés, los «padres a todos los efectos» de este joven nacido en Guinea, se han criado «con referentes blancos». Ambos se sienten mestizos, mezcla que les da valentía para charlar sin pelos en la lengua de identidad, racismo, igualdad y del riesgo que se necesita en el mundo de la ficción para evidenciar que vivimos en una sociedad plural y abierta, «algo que muchas veces se olvida».
–Si quisierais hacer una black movie con actores afroespañoles, la historia de Guinea Ecuatorial desde su independencia daría para un buen guión.
–Antonio Liaño: Ya te digo. Habría que ver quién se pone en la piel de Teodoro Obiang. No sería un personaje sencillo de interpretar.
–Anahí Beholi: Si quisiéramos hacer una black movie hay tantas historias con potencial en las mentes y seres que llegan de África a España que lo tendríamos difícil para escribir el guión porque nos sobrarían los temas.
–¿Qué concepción tenemos en España de Guinea Ecuatorial?
–AB: Eso nos lo deberías decir tú.
–Pero yo hago las preguntas…
–AL: [Ríe].
–AB: Es bonito saber qué piensan los españoles que no tienen vínculos con Guinea de la vieja colonia. En uno de nuestros montajes de teatro salía una guitarra eléctrica y un tipo, de repente, decía: «Esa guitarra eléctrica no tiene nada que ver con África». Y yo le contestaba: «¿Pero qué crees, que en África no hay guitarras eléctricas? ¿Que vamos en taparrabos? ¿Que solamente exportamos futbolistas?»
–AL: Pero es la imagen que se vende. Si no se ha provocado un interés, es normal que se rechace un poco esa cultura de raíz africana y se piense, por ejemplo, que en todo el continente no hay luz eléctrica.
–AB: He estado un mes entero en Guinea, en la selva, y ya te digo que había luz. Lo curioso es que solo la usaban para poner música a todo trapo porque les encanta bailar. Cocinan con fuego, tienen los pucheros al fuego durante cinco horas como hacían nuestros abuelos en España no hace tanto tiempo. Lo que se vive en África no queda tan lejos de Europa.
–En España no hay partidos abiertamente racistas, como pasa con el Frente Nacional en Francia. ¿Hay racismo soterrado en el PSOE y el PP?
–AL: Si nos mojamos en este tema tenemos que decir que sí.
–¿Y os da más miedo ese posible racismo encubierto que ver a Marine Le Pen en alza en el país vecino?
–AB: Sí, a mí, por lo menos, me más miedo el que no dice que es racista que quien lo admite directamente.
–AL: Aunque Marine Le Pen tiene un doble discurso, juega mucho con las palabras y engaña fácilmente. Si escuchas un fragmento aislado de sus intervenciones hasta parece que está a favor del progreso del país. Te puede llegar a convencer [ríe irónicamente]. En España, entre el PSOE y PP, da un poco igual. Personalmente, no me gusta ninguno de los dos porque no me convencen. Miedo no me dan, pero me preocupan.
–AB: Cuando tú consigues una mayoría absoluta y puedes hacer lo que te dé la gana sí que produces un poco de vértigo en la ciudadanía porque te puedes meter con derechos adquiridos con tanto esfuerzo y tanta lucha. Tener que salir a la calle de nuevo para defender el aborto libre o un IVA justo para la cultura es para volverse locos.
–AL: A mí, por eso, me da más miedo la reacción social que las decisiones de los partidos. Me da más miedo que la ciudadanía decida no movilizarse hasta que no les salpiquen las decisiones de los políticos. Eso me da más miedo que una persona que robe desde un cargo público. Si sus electores no se movilizan, esa persona va a seguir robando. El incidente de Esperanza Aguirre con la policía local de Madrid demostró perfectamente la sensación de impunidad con la que viven. Imagínate que hago yo eso: teniendo en cuenta el color de mi piel no sé ni dónde dormiría esa noche. Te coge el policía de la solapa y ni te meneas.
–¿Conoces historias de detenciones por el color de la piel?
–AL: Sí. A mí me dieron el alto una vez en Plaza Castilla, se mostraron un poco maleducados los agentes de la Policía Nacional cuando me pidieron el DNI y me querían meter en el calabozo… por hablar bien. Fui consciente de que era una lucha de lengua. Venía de ver en el Teatro Español Muerte de un viajante e iba corriendo para no perder el bus. Faltaban cinco minutos para el bus de medianoche y el siguiente no salía hasta la 1:30. Se lo dije educadamente a los policías y la contestación fue: «Me da a mí que lo vas a perder». Entonces ya me di cuenta de que estaba vendido. «¿Pero por qué? Si solo tiene que mirar mi DNI». «Es que lo vas a perder», volvió a contestarme, con una chulería… Me intentó cachear sin ningún motivo y, como conozco mis derechos, me negué. Al hacerlo ya llegaron los agentes de otra patrulla –que tenían a unos inmigrantes detenidos y tirados en el suelo– y me llamaron «listillo». «Vosotros estáis aquí para servir», les contesté. Ahí fui demasiado lejos, pero no dije ninguna mentira. Uno de los policías no dudó en contestarme: «¿Para servirte a ti?» «Pues entre otras cosas, sí».
Por un familiar que tengo en la dirección de la Guardia Civil supe que podría salir del calabozo a la mañana siguiente. Lo que pasó es que en el móvil tenía una foto de los policías y, ya en la comisaría, uno de los agentes me ofreció marcharme a casa a cambio de borrar la foto. Si me negaba tendría «que pasar la noche con 20 tíos nada agradables dentro de un calabozo». Le hice ver que la borraba eliminando otro archivo del móvil y me dejaron marchar. Al día siguiente estaba allí como un clavo para ponerles una denuncia. Desgraciadamente, no todo el mundo tiene un familiar en un cuerpo como la Guardia Civil al que recurrir. Es muy triste.
–¿Qué le falta al cine español para que se le pueda considerar cine mestizo?
–AB: Productores y directores valientes, mirar más allá. No basta con que un guionista escriba un papel para un negro o un chino. Hay que normalizar la situación: no siempre tenemos que salir en películas relacionadas con la inmigración. Puedes hacer una película de gaviotas que vuelen por Madrid, rodar en la calle Serrano y tener un protagonista negro sin que su color de piel tenga que contar algo. Es simplemente un actor o una actriz y eso ya le debe valer para obtener un papel.
–AL: Para que eso se normalice en el cine tiene que comenzar el cambio desde los medios de comunicación. Tengo amigos negros, amarillos y de otras razas que han estudiado Periodismo y no tienen la oportunidad de salir en la televisión. Estaría bien que la sociedad se reflejara en un informativo porque eso ayudaría a que en una serie ocurriera lo mismo. Si resulta que en una película aparece un fotógrafo negro, el espectador piensa: «¡Coño! Van a contar una historia de un fotógrafo que es negro».
–AB: ¡Es así!
–AL: Y resulta que el fotógrafo es negro porque le ha tocado. Lo ha peleado con otro actor que tenía los ojos verdes, pero ha ganado él. Punto, ya está.
–AB: La serie que hice con Toni Cantó [Un golpe de suerte] tenía una directora de casting valiente. Me eligió en una prueba a la que fuimos cuatro actrices. Las otras tres eran blancas, pero pasamos por el mismo filtro. No tuve que contar que venía de Melilla para conseguir el papel. Igual que Carlos [Iglesias, que la dirigió en 2 francos, 40 pesetas]. Me toca hacer de colombiana por exigencias del guión, pero el personaje de Rita era originalmente blanco y se lo podía haber ofrecido a cualquier otra actriz. Hay mucha gente que es capaz de jugársela, pero el de la igualdad es un lema que hay que repetir más.
–AL: Lo importante es que no solo te llamen para hacer una obra de teatro o una película que hable de inmigración. Para mí es muy importante poder interpretar un Calderón, con lo que me gusta a mí el verso y con lo mucho que hay que trabajarlo. ¿Por qué no puedo trabajar en El retrato de Dorian Gray y sí en Otello… solo porque Otello es negro? En el Teatro Pavón ha interpretado ese papel un blanco; ¡me parece perfecto! Aunque también podría decir: «¡Para un papel bueno que tenemos, no se lo des a un blanco! ¡No me jodas!» [Ríe].
–AB: En Estados Unidos, Hamlet lo ha hecho un actor negro. Era genial porque los papeles de la madre y el tío… los hacían blancos. Han abierto un abanico de posibilidades muy bonito con esa decisión de casting. Pero es que aquí, sin ir más lejos, Blanca Portillo ha sido Hamlet. Una mujer. ¡Y salió en pelotas! Pero con el color de piel no sucede igual en este país. Mi madre es actriz desde que tiene conciencia de que quiere ser algo en la vida y a ella nunca le han dado la oportunidad de trabajar en un escenario porque es negra. Si no había un papel de chacha, no trabajaba. Cada vez somos más y estamos mejor integrados en la sociedad. Somos vecinos, amigos, novios, camareros, médicos, abogados… ¿y en las series españolas hay alguno? No podemos esperar a que nos den un papel cada diez años. El racismo es algo que existe fuertemente en cualquier parte del mundo. Solo hace falta preguntar cómo ve mucha gente de Londres a los españoles que llegan a la ciudad para buscarse la vida.
–AL: Hace poco fuimos a hacer un montaje a Chapinería [un pueblo del oeste de Madrid] y paseando juntos por la calle un grupo de niños se nos quedó mirando de forma muy divertida y una de ellas gritó: «¡Negro!» Nosotros contestamos riéndonos: «¡Y tú blanquita!» Probablemente haya algún africano en su colegio, pero la televisión es tan importante… Allí solo ven que si eres negro, eres pobre.
–AB: Hace unos años se hizo un estudio muy interesante en EE UU, que luego se ha repetido en Brasil. A los niños les daban a elegir en el cole entre un muñeco blanco y uno negro. Les hacían una serie de preguntas (¿en quién confiarías?, por ejemplo) para que eligieran entre los dos muñecos y siempre que la respuesta implicaba valores positivos salía elegido el blanco. A un niño brasileño, bien morocho, le preguntaron: «¿Cuál de los dos muñecos eres?» El niño, después de pensar mogollón de rato, con un dilema encima de «Dios, soy esto, pero quiero ser eso», dijo –con una decepción en la mirada por haber dicho durante toda la entrevista que lo blanco representaba lo bueno–: «Soy el muñeco negro». Da igual el lugar en que hagas el estudio. Lo haces en un colegio en España y el resultado es el mismo.
–El África negra se suele concebir desde Europa como si fuera un solo país. Un sudanés no debe tener nada que ver con un gambiano.
–AB: Claro que no.
–AL: Yo nací en Guinea, pero me crié con una familia española, de Santander y León concretamente. Esas personas son mis padres, lo siento así. ¿Qué tiene que ver que me sienta español o me sienta africano? Me siento afrodescendiente, pero me tengo que mirar al espejo para recordármelo porque los referentes que he tenido a lo largo de mi vida han sido blancos.
–Eso es mestizaje.
–AL: Claro. Tengo tal mezcla dentro que es difícil para mí decir de donde soy. ¿De Guinea? Bueno, nunca he comido harina de yuca, he comido cocido montañés.
–AB: Yo creo que no se puede obviar lo que es real.
–AL: El color no se puede obviar, evidentemente.
–AB: Siempre le digo a Antonio que la primera vez que fui a África aprendí muchas cosas. Entiendes, por ejemplo, ciertos comportamientos o actitudes que tenías, pero no sabías de dónde venían. Como dice Antonio, nos hemos criado en un lugar en el que tienes que mirarte a un espejo o observar el color de tus manos para saber que no eres igual que el de enfrente. Como tú decías, ¿no es banalizar el nombrar a África como un gran país que queda allí abajo? Cuando pisas África por primera vez recuperas, sientes y te impregnas de una raíz que existe y está muy presente.
–¿El tabú a decir la palabra ‘negro’ es una forma de paternalismo?
–AB: Creo que la expresión «persona de color» es una forma de racismo brutal. Si alguien es negro, es negro. Si es amarillo, es amarillo. Si es blanco, es blanco. Es una cuestión de realidad. Cuando escucho a alguien lo de «ese chico morenito» me enfado y mucho. Es enfermizo: hay un miedo a utilizar la palabra negro que no tiene sentido.
–AL: ‘Negro’ ha tenido tantas connotaciones negativas que muchas personas no saben cómo llamarnos para no herir sensibilidades. Y se consigue todo lo contrario.
–¿Visteis el montaje teatral que hizo Miguel Narros hace unos años de Les Nègres (Los Negros), de Jean Genet?
–AL: Intenté presentarme a las pruebas de casting para actuar, pero al final no pude acudir a la selección.
–AB: Yo la vi y me llevé una sorpresa agradable al ver que éramos tantos y tan buenos actores negros en España. Sin embargo, me quedé un poco fría. No puedo valorar realmente el montaje que hizo Narros porque me costó mucho entender la obra. Como espectadora me sentía un poco perdida ante aquella propuesta. Eso sí, tanto Miguel Narros como Luis Luque me parecieron muy valientes. Se arriesgaron mucho para sacar aquel proyecto adelante y soportaron críticas muy duras. Sí que considero que los actores que participaron en la obra se dejaron la piel porque he coincidido con muchos de ellos después en otros trabajos y sé de qué pasta están hechos.
–Recientemente habéis estado actuando en La increíble historia de la chica que llegó la última, una obra donde una durísima historia de inmigración se trata de una forma muy irreverente, apelando al humor que aporta la comedia. ¿Calificaríais el texto de Carla Guimaraes como un montaje incómodo?
–AL: La gente que la vio en Madrid salió por lo general contenta del teatro, pero se incomodó un poco.
–AB: Es incómoda y tiene algo morboso en el buen sentido: llama la atención de la gente. La historia de Samia Yusuf, una atleta somalí que participó en unos Juegos Olímpicos [quedó última en su serie clasificatoria de 200 metros en Pekín’08], ya es potente de por sí. Años después cruzaría África para desaparecer mientras intentaba cruzar en patera el Estrecho de Gibraltar. Si lo cuentas como si fuera una comedia, ayudas a normalizar una situación que por otro lado es terrible. Está claro que así hemos conseguido captar la atención de los medios y, además, eso ha permitido que llevemos la obra al extranjero. Estuvimos actuando en Alemania con esta obra.
–AL: La inmigración era un tema que no se había llevado mucho al teatro y es necesario, más ahora en este punto de quiebra en el que nos encontramos.
–¿Por qué estamos en un punto de quiebra?
–AL: Por la crisis que se ha generado por culpa de la especulación. El dinero no fluye y la gente vive horrorizada con un presente en el que no puede gastar. Desgraciadamente por todo lo que está sucediendo con las vallas y las concertinas, está teniendo tanto éxito esta obra. Les estás trayendo al teatro, que es como el salón de sus casas, lo que ellos ven por la tele de forma muy realista pero desde un punto de vista muy cómico.
–¿En una historia tan dura los aspectos cómicos se implantan o ya forman parte de la trama en sí y solamente hay que atreverse a extraerlos?
–AB: Es una combinación. Por ejemplo, estando ya en la patera hay una escena en la que todo el mundo empieza a hablar de lo afortunados que son los otros. «Tú eres afortunado porque tenías carne para comer, aunque fuera la carne de tus padres». «Tú eres afortunado porque trabajabas de esclavo»… Esa escena provoca una risotada general para que luego el público piense que se está riendo de uno que se come a sus padres porque no tiene otra cosa; me estoy riendo de uno que es esclavo… Hay viene la hostia. Te ríes para horrorizarte justo después.
–AL: En el mismo momento en el que te ríes te denuncias a ti mismo. Cuando me ofrecieron actuar en esta obra pensé que iba destinada a un público juvenil o infantil porque la veía muy lúdica. Al empezar los ensayos me di cuenta de la profundidad que tenía aquello. No cuentas solamente la historia de Samia Yusuf, es algo mucho más trascendente.
–AB: Se te escapa. Es tan agridulce que es capaz de hacer reír al joven y llorar al mayor y viceversa. Llegamos al punto en el que aparece la noticia más dura posible: «Samia Yusuf está en una lista de desaparecidos tras intentar cruzar el Estrecho de Gibraltar». Hay oímos moquear al público.
Otra de las cosas que intentamos conseguir con La increíble historia de la chica que llegó la última es desmentir ese mito de que los que llegan a España en patera o saltando una valla son gente que está triste. Van a buscarse el futuro a otro continente porque en su tierra no tienen posibilidades. Para ellos es un orgullo haber sido elegidos por sus familias como «el mejor», el más preparado para intentar llegar a Europa en busca de la prosperidad que se les niega en su casas. Empeñan todo lo que tienen para que el elegido pague a varios estafadores que lo llevarán al norte con el riesgo de que desaparezca en una patera o acabe desangrado en una valla. Son historias duras, pero no están cargadas de tristeza. Si le preguntases a todos los que están en la calle vendiendo CDs y pulseras te darías cuenta de que muchos tienen carreras y estudios. Allí también se estudia; no vienen analfabetos. El problema es que al llegar a España no se les da una sola oportunidad para demostrar lo que valen. Los que intentan cruzar la frontera son los mejores de cada casa. Y los más valientes, claro. Samia Yusuf cruzó todo el desierto del Sáhara para montarse en una patera. Eso requiere una fuerza de voluntad difícil de imaginar desde la comodidad de Europa.
–Ahora en España volvemos a ser inmigrantes.
–AL: Por obligación se nos ha tenido que quitar la pereza de marcharnos de nuestro país.
–AB: Aquí las oportunidades para los jóvenes son las que son: pocas.
–Volvemos a marchar después de haber sido muy racistas.
–AL: Porque el miedo es un arma muy potente. Mi madre nació en Guinea y vino a España siendo muy joven. Su padre era blanco –de origen alemán– y tenía dinero y tierras tanto en Guinea como en Valencia, a donde fue a vivir mi madre con solo cinco años. Es decir, mi madre no fue una inmigrante que lo pasara mal. Vivía en una casa con servicio y tenía una niñera solo para ella. Estaba acostumbradas a vivir entre blancos, pero cuando llegó a España y fue al colegio una niña empezó a gritar, a llorar y a señalarla en cuanto la vio. Estamos hablando de los tiempos de la dictadura, ojo. La reacción de mi madre fue hacer lo mismo, un efecto espejo.
–¿Falta coraje para tocar con escribir un guión cinematográfico con el enfoque de La increíble historia de la chica que llegó la última?
–AL: No sé si coraje o interés. Es un temazo muy vendible, pero los que se encargan del apartado comercial no lo ven así. Los guionistas y directores que tenemos en España estarían encantados de hacer este tipo de trabajo, más ahora con el contexto que tenemos en España. Se aprovecharían de la actualidad, por decirlo de alguna manera.
–AB: Por eso hemos fundado una asociación para reivindicar y hacer visible el trabajo de los intérpretes afrodescendientes que han nacido, se han criado o viven en España. Ya me dirás si 12 años de esclavitud no es un peliculón, ¿y qué está contando? ¿Solo vende porque es americana? No, el tema es interesante; lo que ocurre es que en este país todavía no se apuesta por eso. Ya es hora de hacerlo. ¿A qué estamos esperando? Siempre somos los últimos.
–En EE UU, Todos los hombres del presidente llegó a los cines cuatro años después de que Nixon dimitiera por el caso Watergate. Aquí la Gürtel se destapó hace seis años y no ha ido más allá de algunos montajes teatrales. No se ha hecho tampoco ninguna película que investigue en las entrañas de la corrupción política y empresarial, ya sea como drama o como comedia. Crematorio es la apuesta más clara en este sentido y fue emitida originalmente en una televisión de pago.
–AL: No se la juegan porque hay miedo de encabezar un proyecto de estos y que no te lo compre nadie. Encima corres el riesgo de que hagas pensar al público y se te acaben las ofertas de trabajo. ¡Y al final tienes que trabajar! Aquí todavía se funciona un poco así. Hay miedo a reflejar lo que ocurre en la sociedad real.
–AB: Creo que la serie de El Príncipe sí que trató la realidad de un barrio de frontera. Y funcionó a nivel de público. Mucha gente hablaba de ello. Poco a poco ese interés por lo social se va a ir implantando en los guiones. Aunque debiéramos estar más avanzados en algunos temas es nuestro deber llevar adelante lo que no se ha hecho aún. Siempre habrá un pionero en todo.
–Los que nacimos en los 70 y 80 pasamos nuestra infancia viendo series en las que solamente aparecían actores negros.
–AB: Cosas de casa, El Príncipe de Bel-Air, La hora de Bil Cosby… Una las recuerda con nostalgia. En la asociación tenemos claro que cuando podamos vamos a producir una ficción marcadamente negra, de esas en las que te llevas el blanco a casa para cocinarle un arroz con pollo muy africano. Pero el blanco más blanco de España [ríe]. Tenemos todo el flow para hacer algo así.
–AL: Esas series ayudaron a ver a personajes como el de el tío Phil o Will Smith como unos iguales. Y eso es maravilloso. ¿Por qué un negro no puede ser un abogado importantísimo de Los Ángeles? En España es muy de valorar el trabajo que hizo una mujer como Vicenta N’Dongo en los años 90. Fue de las primeras en conseguir papeles que no fueran «de negra». Además, Jimmy Castro cuando salía bien pequeño en el Club Disney también nos dio mucha visibilidad a los afrodescendientes que en aquel momento éramos niños.
–AB: En esas ficciones americanas había una lucha muy grande allí detrás para lograr la normalización que tanto se persigue en países como Estados Unidos, donde esas luchas por la igualdad han sido muy visibles desde hace décadas. Quizá, si lanzamos una black movie alguno puede pensar que pretendemos crear algo anormal. Vamos a ver, ¿no eran todos blancos en Médico de familia? ¿Qué problema hay de hacer una ficción donde todos sean negros? ¡Trágate lo nuestro también, que es muy divertido! Y, encima, vas a entrar en una cultura diferente a la tuya. Eso enriquece.
–AL: En España consumimos muchas series estadounidenses. Las de HBO tienen fama justificada de ser de producciones de mucha calidad. Creo que un elemento que nos atrae es la gran cantidad de nacionalidades, orígenes y colores de piel que aparecen en esas ficciones. Desde cada cultura, cada personaje responde de una forma diferente a un mismo estímulo. Eso hace que el público consuma los seriales americanos y deseche lo que se hace aquí porque ve que en las tramas españoles siempre aparecen los mismos personajes prototípicos. Si con nuestra asociación conseguimos que se refleje en la ficción lo que pasa en nuestras calles (y en Lavapiés tienes el ejemplo perfecto), daremos un gran paso.
–¿Qué representa Lavapiés?
–AB: Un refugio muy vecinal. Aquí prima la ayuda entre residentes. Cuando se hacen redadas policiales –ilegales, según mi entender– para pedir solamente la documentación a la gente ‘diferente’ que ven por la calle, los vecinos salen a la calle. Hay asociaciones que recaudan dinero para pagar las fianzas de los que han sido encarcelados injustamente. Se les lleva comida y ropa también; es una muestra de hermandad maravillosa.
–A Teodoro Obiang se le recibe con alfombra roja cada vez que pisa España.
–AL: ¡Y a su hijo! Que es el que está por venir. Todo es economía. Ahora conviene llevarse bien con Guinea Ecuatorial porque tiene recursos naturales. Antes EE UU, Francia e incluso España, pese a sus intereses comerciales, criticaban mucho el comportamiento de Obiang. Eso ocurrió hasta el momento en el que hubo petróleo. Y ya sabes qué pasa cuando alguien tiene petróleo: los demás se rinden a sus pies.
Fotografía: Lorena P. Durany