Uno se despierta a veces con unos efluvios sanguíneos de benevolencia ingenua y se le ocurren cosas como esforzarse en no detestar a Toni Cantó. El calor no hace con las neuronas nada que favorezca nuestra imagen, al contrario, el calor desparrama, dilata, ablanda y viscosea. El frío compacta, limpia, solidifica; pero es agosto, qué le vamos a hacer. Algunos dicen que en la cabeza de Cantó es siempre verano malvarroseño y que por eso le chorrean tantas tonterías, pero no seré yo, ya he dicho que no lo quiero odiar.
Cuando murió Amparo Baró, los tuiteros (como siempre que muere alguien) se lanzaron a las teclas como cachorros sobre visillos, hambrientos de retweets. Uno de los mensajes con mayor difusión decía que la Baró tuvo el mejor trabajo del mundo: «le pagaban por dar collejas a Toni Cantó y Willy Toledo». Más de 2.000 retweets. Imaginad, más de 2.000 personas pulsando sus ratones y sintiendo cómo abofeteaban el cogote del político magenta-naranja. 2.000 guantazos correctivos deseando bajarle la cabeza y el engolamiento, 10.000 dedos queriéndole arrancar esa diCCión tan essspeccctacularrr con la que da empaque de sentencia hasta a los holas y los adioses.
Porque vaya boquita. Si uno desea admirar a Toni Cantó, lo primero que debe hacer es observarlo comparecer. Ponte un vídeo de YouTube , por ejemplo, ese en el que promociona la tortura festiva de los animales, contempla cómo sube al estrado con los hombros dignos y los brazos tajantes, cómo señala y alecciona a todas las bancadas del Congreso y, sobre todo, cómo despliega esa magnanimidad calderoniana mezclada con una arbitrariedad en los gestos que le da un toque excéntrico y moderno, una pincelada de ser antisocial, arrastrado al margen de las cosas por sus propias y profundas meditaciones.
Por supuesto, nunca repares en su frente, no te des cuenta del acordeón de arrugas que aprieta cuando escucha las declaraciones de otro. No son surcos de pensar, sino de subestimar. Las arrugas de intelectual son más apacibles, igual que las de José Luis Sampedro o las de Ignacio Aldecoa, entre otras cosas, porque no van acompañadas de unas cejas elevadísimas como las de Cantó ni de unos ojos intolerantes, a medio camino entre el hastío y la burla.
Tampoco escuches lo que dice, simplemente observa su boca (porque vaya boquita), fíjate en su forma de abultar un exceso de oxígeno debajo de cada letra, casi parece que consigue captar el buqué de cada fonema. Olvídate de la palabra pedantería. Es imprescindible.
Si me haces caso, amarás a Toni Cantó sobre todas las cosas.
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