¡La fatiga de ser amado, de ser amado de verdad! ¡La fatiga de ser el objeto del fardo de las emociones ajenas! […] ¡La fatiga [de] convertírsenos la existencia en algo absolutamente dependiente de una relación con un sentimiento ajeno! ¡La fatiga de, en todo caso, tener forzosamente que sentir, tener forzosamente, aunque sin reciprocidad, que amar también un poco!
Fernando Pessoa, de El libro del desasosiego
En The Lobster (Langosta), la última película de Yorgos Lanthimos, el director griego escenifica una sociedad distópica en la cual estar en pareja no es una opción sino una obligación. No sabemos si la autoritaria decisión que rige las vidas de estas personas está dada por algún tipo de bajo índice de natalidad o un temor a la individualidad de las personas.
En cualquier caso, como ya presenciamos en la filmografía del cineasta, nos encontramos ante seres con los que cuesta empatizar, que parecen haber sufrido alguna especie de lavado de cerebro después del cual se han quedado como absortos, carentes de naturalidad y sin atisbos de una sonrisa o gesto amable.
Pero, ¿cómo seríamos si no, viviendo bajo semejante opresión? Si ya, como escribió Pessoa, no es fácil sostener una relación dados los sentimientos implicados, ¿cómo sería si uno debiera llevarla a cabo por ley? Una vez más, Lanthimos nos ofrece un film que, más allá de gustos y opiniones, si hay algo que no puede provocar, es indiferencia.
Y si al empezar estábamos solos, al terminar estamos rodeados de preguntas. ¿Dónde empieza la atracción y en qué momento puede erigirse la conveniencia como factor principal? ¿Cuánto hay de lo que buscamos en el otro, y cuánto de lo que ya conocíamos o con lo que nos sentíamos cómodos? ¿Son las similitudes o las diferencias las que propician el acercamiento? ¿Es estar solo el estado natural y por ello deseable? ¿Cómo amar a alguien sin que exista la posesión?
Está claro que si el individualismo y la no existencia de relaciones entre personas de sexo opuesto fuera lo que primase, en un momento dado se alcanzaría el fin de la especie humana. Pero es cierto que son muchas las razones que podrían llevarnos a un panorama similar sin que fuera éste el propósito: miedo al contagio de enfermedades, sobreocupación y consiguiente falta de tiempo, economía precaria, un creciente rechazo a perder libertades e independencia…
En realidad, si bien no existe en el mundo actual esta obligación de emparejarse, sí prevalece la idea de la monogamia, según se dice, una consecuencia del sistema social basado en la propiedad privada. Pero, ¿qué haríamos alejados de estas convenciones sociales? Despreocupados de dejar descendencia, indiferentes de las miradas ajenas y contrarios a repetir las acciones de nuestros padres. ¿Veríamos tantas parejas a nuestro alrededor?
Si, como vemos en los personajes de la película, las uniones no gozan de una felicidad real, ¿tiene algún sentido que se mantengan? Esta pregunta, en efecto, no necesitaría del establecimiento de tal distopía para ser contestada, puesto que ya muchos viven de tal manera y sin estar sometidos por la ley… ¿Comodidad?
Otro planteo que deriva del visionado es el o los sacrificios que uno está dispuesto a realizar para estar con el otro. ¿Por ser aceptado? ¿Por pensar que son necesarios para la constitución de la pareja? ¿Se hacen por uno, por el otro, o por los demás?
Y en cuanto a las compatibilidades, ¿es un rasgo en común el que nos une? ¿Complementarse? ¿Química? ¿Se aprende a querer? ¿Existe ahí fuera una ‘media naranja’ para cada uno? ¿Hay algún modo de reconocer al ‘indicado’? ¿O será que no existen tales cosas y todo es cuestión de edificar y nutrir la relación?
“No estaría haciendo películas si solo quisiera expresar algunas ideas específicas, entonces estaría escribiendo ensayos o algo así. Simplemente pienso que es interesante comenzar un diálogo”, decía el director en una entrevista. Sin duda, un logro obtenido mayor que cualquier premio cinematográfico.