Cierren los ojos y empiecen a imaginar. Imaginen que PP y PSOE llegan a un acuerdo para gobernar España bajo el paraguas de una Gran Coalición. El motivo del megapacto es uno y claro: frenar la independencia de Catalunya a cualquier precio. Para ello, Mariano Rajoy y los barones socialistas –que dirigen el partido en la sombra usando a Pedro Sánchez como títere (eso no se lo tienen que imaginar, pues parece que ocurre realmente)– finjen bajarse del burro del inmovilismo en el que están montados desde la primera Diada multitudinaria, allá por 2012. Apuestan por introducir algunos cambios en la Carta Magna para mejorar el encaje de Catalunya en el Estado. Reconocimiento como nación, cooficialidad del catalán en toda España, eliminación de los peajes que vacían los bolsillos de los catalanes y, especialmente, una agencia tributaria propia para el Principat. Esas son las medidas estrella. Imaginen que Convergència, siempre favorable a las mejoras fiscales y a las prebendas políticas, insinúa que ante un gesto así podría cooperar para descafeinar el Procés.
Pero hay un problema. Los 123 diputados del PP y los 90 del PSOE no suman dos tercios del Congreso, la cifra necesaria para introducir cambios en la Constitución. Y no hay solución a la vista: imaginen que Ciudadanos se niega a darles apoyo por considerar la jugada una traición a la unidad indivisible de la patria. Albert Rivera es un tipo que cumple sus promesas, qué se han creído los dinosaurios de la vieja política. Que jueguen ellos con la igualdad de todos los españoles, pero que a él no le involucren.
Imaginen entonces que la Gran Coalición fija su mirada en Podemos para desbloquear el embolado que ellos mismos han montado. Como el partido de Pablo Iglesias no es partidario de la independencia catalana y tiene en su ideario reformar la Constitución, la cúpula podemita no rechaza abiertamente la oferta de sus enemigos naturales. Ese resquicio da carta blanca a socialistas y populares para bombardear mediáticamente durante meses a Podemos. El tiempo apremia y el Govern de Junts x Sí sigue dando pasos en la desconexión rumbo a Ítaca. Podemos se convierte, entonces, en el único responsable de la secesión catalana. A Iglesias y Errejón se les tacha de infantiles y antiespañoles por no pasar por el aro. Ellos, espoleados por el látigo marxista de Monedero, tratan de no perder el favor de las bases más radicales exigiendo la dimisión de Rajoy como indispensable condición para sentarse a hablar. El verdugo del Estado del Bienestar y capo de un partido levantado sobre la corrupción debe caer. Pero para su desgracia en la agenda política ya no se habla de la corrupción de PP y PSOE.
Imaginen que en los medios la Gürtel, Bárcenas y los ERE pasan a un quinto plano en favor del culebrón del invierno, pese a que los respectivos procesos judiciales que afrontan altos cargos de ambos partidos siguen adelante, manchando aún más la reputación de quienes hasta hace no mucho presumían de ser los prohombres de la democracia. Ni siquiera se informa de lo que ocurre en Mallorca, donde se juzga a la hermana y el yerno del Rey por fraude, malversación y blanqueo de capitales. El Caso Nóos, como los recortes y la precariedad, también han desaparecido de periódicos y teledarios. Asimismo se ha ocultado bajo la alfombra la pasividad de Rajoy ante el problema catalán y las mentiras de Zapatero que propiciaron la debacle del PSC. El monotema es recuperar el espíritu de la Transición para que prime el sentido de Estado por encima de los personalismos. Los hooligans del bipartidismo, creyéndose mayoría aplastante en el país –aunque los dos grandes partidos solo han sumado el 50 por ciento de los votos (eso no se lo tienen que imaginar, pues fue lo que ocurrió en las Elecciones Generales)–, acusan a Podemos de destrozar la convivencia de los españoles con sus exigencias de niño caprichoso. Rajoy y Sánchez ahora son dos mitos. Los empecinados del siglo XXI. Don Pelayo y el Cid. Washington y Jefferson. Dos padres de la patria que se enfrentan al enemigo y están a la altura del momento histórico que estamos viviendo. Más allá de los acérrimos a los dos grandes partidos se les empieza a ver como dos mártires.
Imaginen que los morados organizan una asamblea multitudinaria en Vistalegre para decidir si apoyan a PP y PSOE. Pactar con el enemigo para evitar la independencia catalana a cambio de introducir en la Constitución parte del programa podemita. Pragmatismo frente a idealismo. El partido se divide. Unos consideran que no se pueden oponer al Procés catalán. Que hay que trabajar para convocar un referéndum de autodeterminación en Catalunya en el que solo participen los catalanes y donde ellos trabajen para que gane un ‘Sí’ que rezume federalismo. Ada Colau, lógicamente, se posiciona a favor de esta opción y usa el referéndum como requisito para dar apoyo a Iglesias (eso no se lo tienen que imaginar, pues así ha pasado). Otros, empezando por Iglesias, creen que un pacto con condiciones no es mala idea, sobre todo si salta Rajoy de La Moncloa. En un clima tenso, tras largos parlamentos, la asamblea vota en repetidas ocasiones. Imaginen que gana el ‘No’ dos veces, pero no con más del 50 por ciento, como exigen los estatutos de los antiguos antieuropeístas. Imaginen que en la tercera votación se registra un empate perfecto a votos, tan perfecto que causa recelo de puertas para fuera. Imaginen que la gran decisión se traslada a una reunión del Comité de Dirección de Podemos. Que esa reunión se salda con un nuevo ‘No’. Que los ataques cibernéticos y mediáticos a Podemos se multiplican en pocas horas. Que militantes de asociaciones favorables a la unidad de España se manifiestan ante los ayuntamientos gobernados por confluencias de izquierdas. Que la Gran Coalición fuerza una reunión semiclandestina en el Congreso. Que la pega sigue siendo que Rajoy no quiere dejar de ser presidente, aunque no para de repetir que él, por el bien de España, lo que sea. Que Monedero, el gruñón que no quiere oír hablar de pacto se ha ido a Venezuela de viaje para asistir a un homenaje a Hugo Chávez cuando sus compañeros se citan con socialistas y populares…
Imaginen que después de tanto lío Podemos y el bipartidismo sí se ponen de acuerdo. Se firma un documento en el que los podemitas piden disculpas a toda España por su lentitud y exceso de celo en unos meses donde lo urgente era defender la España constitucionalista. En ese papel que enfocan las cámaras de televisión no hay líneas rojas. No se piden responsabilidades por la corrupción y la evasión fiscal. No se exigen cambios en materia laboral. No se tumba la Ley Mordaza. No se cuestiona la figura del Rey. No se llega a un acuerdo para frenar la violencia de género. No se mete baza ni en Educación ni en Sanidad. No se recupera del olvido la memoria histórica. No se tumba el pacto antiyihadista. No se consigue un referéndum para Catalunya. Sí, en cambio, se compromete Podemos (o lo que va quedando de su grupo parlamentario, entre marchas y renuncias) a apoyar sin condiciones el reformismo constitucional de PP y PSOE. Rajoy se lleva los honores. Pedro Sánchez alaba su capacidad de sacrificio para apartarse de la presidencia. Fruto de la emoción, el registrador de la propiedad se abraza en un descuido con el profesor de Ciencia Política, un excomunista que hasta hace bien poco era un diablillo con coleta para el gallego, un español como está mandao. El País firma un editorial glorioso, donde exculpa a Rajoy de sus pecados por el gran servicio que le ha hecho a sus compatriotas, presididos a partir de hoy, mediante una investidura exprés en el Congreso, por Cristina Cifuentes, otra gaviota, sí, pero con carisma y sin manchas de chapapote en las alas. Una Agustina de Aragón para derrotar al enemigo.
Abran los ojos y dejen de imaginar. Cambien PP por Convergència. Rajoy por Mas. Gürtel por Pujol. PSOE por ERC. Y Podemos por CUP. ¿Qué pasaría si Podemos llegara a un acuerdo semejante con el bipartidismo, poniendo la lucha contra el nacionalismo catalán por encima de todo lo demás? La historia de la izquierda está jalonada de renuncias. Da igual remitirse a la entente entre Suárez y Carrillo –que edificó la Transición y demolió el Partido Comunista– o a la marcha atrás de Tsipras y Syriza para salir del euro pese a lo decidido por los griegos en referéndum. Sin embargo, pocas bajadas de pantalones sorprenderán tanto como la protagonizada por la CUP, que en unas horas traicionó décadas de lucha anticapitalista para demostrar que todo el mundo tiene un precio.