Nagorno Karabakh es un país no reconocido por ningún otro estado en el mundo, un país dentro de Azerbaiyán pero con población armenia, un país que tiene como uno de sus ídolos nacionales a Montserrat Caballé y en cuya entrada existe uno de los controles fronterizos más variopintos del mundo: un señor con un cuaderno.
Ante tal panorama geopolítico, ¿Quien no querría ir a Nagorno? Fijamos como objetivo la capital: Stepanakert. Si bien Stepanakert tiene aeropuerto, ningún avión comercial ha aterrizado allí desde que se suprimió la conexión con Erevan, en 1991 coincidiendo con el inicio de la guerra contra Azerbaiyán. Estando políticamente dentro de Azerbaiyán, el gobierno azerí considera cualquier visita a Nagorno Karabakh como una entrada ilegal a su país y en consecuencia si en tu pasaporte figura el sello de entrada a Nagorno, olvídate de visitar Azerbaiyán.
Descartada la llegada por aire, pasamos a la opción terrestre. Nagorno está literalmente dentro de Azerbaiyán, pero con todas las fronteras con este país cerradas; de hecho hoy en día sigue habiendo intercambio de disparos entre francotiradores de uno y otro lado, y tampoco es extraño que derriben algún helicóptero enemigo: no queda más que descartar esta opción también. Otra alternativa sería hacer la entrada a través de Irán, por el sur, pero también esta frontera resta cerrada gracias a los lazos de amistad entre Irán y Azerbaiyán, así que solo queda una alternativa, entrar desde Armenia, por un corredor de unos 30 km por tierra de nadie que separa Armenia de Nagorno.
Llegados a Erevan, la capital armenia, lo primero que necesitamos es el visado para Nagorno. Vamos a la embajada de Nagorno, la única en todo el mundo, para tramitar el visado que nos permita entrar al país. Os preguntaréis cómo debe de ser la embajada de un país que no es país y la verdad es que no decepciona: edificio de estilo soviético con salas enormes y vacías, escaso mobiliario, aparte de dos mesas y un par de sillas, y ningún ordenador; vaya, la típica embajada de un país que no existe. Allí te preparan el visado en un par de horas y te hacen saber por dónde puedes o no ir, con una coletilla para unos cuantos sitios: «En esta zona no les podemos garantizar la seguridad».
La mejor manera de llegar es en coche de alquiler, atravesando Armenia de oeste a este; y cuanto más te acercas, más te vas dando cuenta de a dónde vas. Los últimos cien kilómetros transcurren entre las espectaculares montañas del Cáucaso, y entre un tráfico constante de vehículos militares, hasta que al fin sales de Armenia, por una frontera ni señalizada ni custodiada, para entrar en ningún sitio, literalmente: Durante unos treinta kilómetros, ya no estás en Armenia, pero tampoco estás en Nagorno; es el llamado corredor de Laçin. Oficialmente pertenece a Azerbaiyán, pero nada queda de los azeríes en esta zona desde el final de la guerra.
Finalmente llega la frontera de entrada a Nagorno: un palo en medio de la carretera y una garita con un par de soldados más que aburridos que fingen controlar algo: piden los pasaportes, escriben algo en una libreta, te ponen un sello y hala, bienvenido a Nagorno. Lo primero que llama la atención en este país es la falta de gente, de vida; de camino a la capital vas pasando pequeños pueblos, todos medio derruidos y semi-abandonados, un trayecto de no más de quince quilómetros, pero en el que tardas más de media hora, ya que es una sucesión de curvas y más curvas con caídas laterales de decenas de metros. Y al llegar a la capital, ¡sorpresa! Resulta que es una ciudad moderna y cuidada (al menos más que cualquier ciudad Armenia), eso sí, despoblada. La explicación está en las ayudas de su vecino. Al estar Nagorno habitada mayoritariamente por armenios y ante el continuo descenso de población, Armenia se ha volcado en la reconstrucción del país, para así no perder terreno ante su enemigo, Azerbaiyán. Aparte de recursos, también le ha prestado su ejército, que es quién defiende la llamada línea de cese de fuego, lo que de facto es la nueva frontera con Azerbaiyán. Sin esa ayuda Nagorno nunca habría podido derrotar por sus medios al potente ejercito Azerí. Los resultados de esta ayuda son más bien escasos, Nagorno lleva veinte años perdiendo población y pasear por su capital es una curiosa experiencia. Plazas con edificios enormes, de estilo soviético, pero sin gente, aunque con wifi gratis. Sí, lo habéis entendido bien, sin entender por qué, casi todos los sitios públicos del país tienen wifi gratis, aunque escasean los usuarios. ¿Será el último intento Armenio para evitar la fuga de población?
Otra cosa que llama mucho la atención es la devoción que hay en este país por Montserrat Caballé, convertida en una especie de ídolo nacional. En una de las calles principales, un enorme anuncio de un banco con la figura de la cantante nos llama la atención. El porqué es curioso; Nagorno no es precisamente un destino habitual de los grandes artistas internacionales, así que una visita de la Caballé a la ópera de la capital, unido al monumental cabreo de Azerbaiyán, que a punto estuvo de causar una crisis diplomática con España, han elevado a la cantante a ídolo nacional.
La visita a Stepanakert no da más de sí, así que lo mejor es continuar la ruta. Puedes salir por donde has entrado o continuar por el norte para volver a Armenia. Si decides ir al norte entras en una de esas zonas donde la embajada te dice que no puede garantizarte la seguridad, una ruta por caminos de tierra y piedras que pasa por desolados pueblos con habitantes que te miran incrédulos al ver extranjeros por allí. Pueblos que parecen salidos de otra época. Parar en alguno es imprescindible, en la mayoría hay unos grabados con la cara de todos los luchadores locales que perdieron la vida en la guerra, muchos custodiados por tanques que apuntan orgullosamente a territorio enemigo. La gente sale curiosa de sus casas para ver quiénes son esos extraños paseando por sus monumentos, pero un saludo bastará para que se acerquen y te expliquen cosas que seguramente no entenderás, ya que únicamente hablan armenio y ruso. Otro sitio de parada obligatoria para conocer la historia de un país son sus cementerios, y en Nagorno no es para menos. Decenas de tumbas alineadas, casi todas del mismo año, y grabados sobre la piedra los orgullosos luchadores con su kalachnikov (grabar imágenes de los muertos es típico en países de religión ortodoxa).
Seguimos por estrechos caminos, entre las montañas nevadas del Cáucaso y paisajes eternos, pasando pueblos y algún que otro tanque reventado al lado de la carretera que nadie se ha dignado a retirar; hasta que por fin llegas a la frontera de salida, más espectacular si cabe que la de entrada. Aquí ni siquiera hay barrera, ni palo, ni nada. Nos paramos a la altura de la garita que sirve de puesto fronterizo, aunque no hay nadie dentro; a unos metros un militar hace como que no nos ve, mirando hacia otro lado. Estamos un par de minutos así, parados, hasta que al final, ante el total pasotismo del militar, decidimos seguir, y así abandonamos Nagorno, sin ni siquiera un triste sello de salida del país. Sobre el papel seguimos allí. No es un mal final de viaje para un país que no existe.
Historia
Nagorno Karabakh es una de esas extrañezas geopolíticas que hay en nuestro planeta. Un país que ocupa unos 10.000 km cuadrados (poco más que la superficie de Córcega) y tiene unos 145.000 habitantes, la mayoría de origen armenio. Nagorno formaba parte de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán, pero con la caída de la Unión Soviética, tanto Azerbaiyán como Armenia reclamaron el territorio. El 1991 se celebró un referéndum sobre su autonomía y a partir de ahí se hizo una declaración de independencia; el proceso nos puede recordar al actual conflicto de Donetsk, en disputa entre Ucrania y fuerzas separatistas prorusas o a las recientes independencias de Abjasia o Osetia del Sur. La proclamación de independencia derivó en una guerra que duró desde 1991 hasta 1994. Actualmente, y aunque nunca se ha firmado ningún tratado de paz, se ha establecido un statu quo en el que legalmente Nagorno forma parte de Azerbaiyán, pero de facto actúa como región independiente, una independencia que no ha sido reconocida por ningún país en el mundo (exceptuando otros tres estados no reconocidos por las Naciones Unidas: Osetia del Sur, Transnistria i Abjasia).
Fotografía: Joan Ballester