Desde las ventanas por las que respira luz la casa de Olga Rodríguez Francisco (León, 1975) también se puede disfrutar de la lluvia que moja los tejados del Madrid más castizo. Así luce el cielo un día antes de que la periodista y fundadora de eldiario.es se marche al Líbano para completar el último trabajo en el que está inmersa. Rodríguez le roba una hora al reloj para charlar con Negratinta de periodismo, un cajón de sastre donde caben desde Latinoamérica al espectáculo en el que se han convertido los espacios informativos de la televisión en España, pasando por lo divertido y pasional de un oficio que le ha llevado a viajar por gran parte del mundo árabe y musulmán.
Con la Cadena SER, el medio donde empezó, donde aprendió y se curtió –y donde vivió en primera persona la casi abolición de la prensa libre en nuestro país–, Olga Rodríguez viajó a Bagdad para cubrir la segunda guerra del Golfo, siendo testigo de la muerte de su compañero de profesión y amigo José Couso como consecuencia del bombardeo del Hotel Palestina por parte de tropas estadounidenses. Aquí, Bagdad. Crónica de una guerra fue el primero de sus cuatro libros publicados. José Couso, la mirada incómoda (como coautora), El hombre mojado no teme la lluvia. Voces de Oriente Medio y Yo muero hoy. Las revueltas en el mundo árabe completan una colección personal que convive en las pobladas estanterías de su vivienda con títulos muy variados. Lógicamente, las obras de periodistas viajeros y libres de prejuicios a la hora de narrar realidades ajenas ocupan un lugar especial. Descubrimos un tomo de Cuadernos africanos y haciendo referencia a su autor, Alfonso Armada, decidimos comenzar la charla.
–Recientemente entrevistamos a Alfonso Armada y le preguntamos a qué lugar le dábamos más la espalda los españoles: América Latina, Portugal o a nuestros vecinos mediterráneos. Armada nos dijo que lo que ocurre al sur del Estrecho de Gibraltar nos importa un pimiento. ¿Qué piensas tú?
–Creo que, en general, nos importa un pimiento todo. España no es una primera potencia en el escenario de política exterior y se nota. Si en el Siglo XXI tuviéramos que identificar a los países que en otros siglos conocíamos como colonias, España formaría parte de este grupo. Estamos intervenidos desde el punto de vista económico. No llevamos las riendas de nuestra política exterior y eso se nota a la hora de hacer periodismo. De hecho, hay buenísimos profesionales a los que admiro, respeto y de los que he aprendido muchísimo que, sin embargo, tienen como gran déficit su desconocimiento de la política internacional. Creo que una de las características del periodismo en este país es que demasiado a menudo desprecia todo aquello que pasa fuera de nuestras fronteras. Es difícil ponerse a buscar qué es lo que menos nos interesa de todo eso que ocurre en el exterior. Siendo como somos, un país de habla hispana, con unas conexiones históricas evidentes con América Latina, creo que la cobertura que se hace de esos países es lamentable en comparación con la que hacen muchos medios anglosajones. Tanto a nivel político –hablo de las relaciones económicas y diplomáticas– como periodístico, me parece una torpeza tremenda nuestra relación con América Latina. Podríamos explotar esos vínculos muchísimo más.
Portugal es un país que está al lado y con el que compartimos su única frontera, pero es un gran desconocido para nosotros. Compartimos no solo lazos históricos, también creo que tenemos muchos objetivos comunes. Con respecto al sur, evidentemente, hay un gran desconocimiento, desprecio y abandono sobre todo lo que pasa allí, pero no quitaría importancia por ello al desprecio informativo por muchas de las cosas que ocurren en Latinoamérica. Sabemos muy poco de Latinoamérica.
–En tu blog y en tus columnas en eldiario.es te lamentas sobre lo polarizada que está la información en España. Respecto a Latinoamérica, parece que los medios españoles juegan a colgar el cartel de buenos y malos a los gobernantes de la otra orilla del Atlántico. El mismo dirigente es santo y demonio al mismo tiempo dependiendo del periódico que se lea. ¿Cómo ves la situación política en los países a los que podríamos llamar bolivarianos?
–A nivel periodístico creo que se ha estigmatizado mucho algunos de los aspectos de esos países latinoamericanos. Recientemente estaba en un congreso en Panamá, promovido por la Organización Nuevo Periodismo García Márquez y la ONG Intermón Oxfam. Me llamó muchísimo la atención que pasara en aquel encuentro algo que en España sería impensable. Periodistas, sociólogos, politólogos y analistas: todos estaban de acuerdo en señalar los aspectos positivos de ciertas políticas de un país como Bolivia. ¿Qué subrayaban? Un logro fundamental: la reducción de la desigualdad, algo que se ha producido también en Ecuador o Venezuela. Te pueden gustar más o menos esas políticas, pero no para llegar a negar algo fundamental que se ha producido en estos países a lo largo de los últimos años. Me llamaba la atención que ellos lo hicieran de una manera muy normal, desacomplejada. Aquí estamos tan imbuidos y hemos sido bombardeados durante tanto tiempo por tantísima propaganda negativa sobre todos esos gobiernos que sería impensable que gente de diferente procedencia e ideología dedicada a las ciencias sociales no tuviera problema en admitir un dato como la reducción de la desigualdad, una realidad que corroboran todos los organismos internacionales.
–¿Por qué no ocurre eso en España?
–En la información que se da sobre esos países priman una serie de intereses, sobre todo de las multinacionales que llamamos españolas cuando no representan los intereses de España (y que en algunos casos solo cuentan con un mínimo porcentaje de su accionariado en manos españolas). Esas empresas tienen sus intereses en Latinoamérica y parece que la prensa escribe más al dictado de esos intereses que al dictado de la verdad. Los periodistas debemos tener un compromiso claro con la verdad y tomar partido por ella, por encima de todo lo demás. Cuando se dice que «los periodistas toman partido» como algo despectivo se pasa por alto que todos los periodistas lo hacen. Lo que concebimos como un «periodismo neutral» es una toma de partido tremenda. Se está tomando partido por ese pensamiento dominante que establece los intereses de una élite por encima de una mayoría social.
–El periodismo tendría que tomar partido por las personas.
–¡Por los Derechos Humanos! A mí me parecen una línea roja infranqueable.
–No he querido usar el término ‘Derechos Humanos’ porque creo que está denostado (al igual que otros conceptos, como democracia) después de haber sido utilizado tantas veces por dirigentes que han acabado provocando guerras o genocidios.
–Democracia o Derechos Humanos son conceptos que tenemos que recuperar porque nos los robaron. Quienes nos los sustrajeron han sido auténticos criminales de guerra que en nombre de esos conceptos han cometido auténticas barbaridades.
–¿Crees que le damos suficiente voz en España a los periodistas latinoamericanos? Me refiero a un colectivo de profesionales que cultivan una crónica más literaria o reflexiva, un recurso que utilizan para explicar con mucha más pausa, profundidad y estilo de lo que acostumbramos aquí lo que está ocurriendo en países como Colombia, México o Venezuela, donde la violencia y la inseguridad son problemas evidentes.
–Creo que, por ejemplo, el tema de los 43 estudiantes asesinados en México no se está cubriendo nada mal. Algunos periódicos como El País le han dado una cobertura muy amplia y buena, pero sí que hay cuestiones importantísimas a las que se les da la espalda. Y, como dices, hay pocas voces de allá. Todo es matizado y tamizado por periodistas que, muchas veces, son de acá.
–Teniendo la lengua en común, creo que ese vacío al cronista latinoamericano es una forma de desaprovechar talento y de destruir puentes. A veces tengo la impresión como lector de que la única voz latinoamericana autorizada para contarnos qué está ocurriendo allí es Vargas Llosa, que hace décadas que vive en Europa.
–Latinoamérica tiene una riqueza cultural que es inimaginable para las personas que no han estado allá. Hay cantidad de voces que nos podrían aportar tanto. Ese caudal es espectacular e infinito. Latinoamérica está viva, mientras Europa se está muriendo en una decadencia que se aferra a unos valores que no representan nuestros gobiernos con sus actos. En América Latina hay una dignidad en la lucha y un latido excepcional. En ese sentido, tendríamos la obligación de tratar de divulgar esas voces que están allí y podemos aprender tanto a todos los niveles: artístico, musical, literario, político… Es increíble lo que ha pasado allí en las últimas décadas. Fue una región muy castigada. Sufrió golpes de Estado terribles. Algunos, con el visto bueno de la CIA y Estados Unidos. La represión fue brutal. Se cargaron todo un tejido social que era espectacular en países como Argentina, que perdió una generación entera de gente que se exilió acá o se esparció por Europa y México. Ahora que quiero volver a estudiar me gustaría hacer una tesis sobre el intercambio que ha habido entre España y Argentina.
–Armada nos comentó lo mismo: si por él fuera, volvería a estudiar. Historia, idiomas… lo que fuese. Además, contó que tuvo a Ana Pastor en el máster de ABC y ella dijo lo mismo: le gustaría sacarle tiempo a la televisión para poder empezar una filología, por ejemplo.
–Yo estudié Periodismo, hice prácticas en la SER en segundo curso y me quedé en la emisora con contratillos de prácticas hasta que acabé la carrera. Me pagaban 50.000 pesetas al mes y, a veces, presentaba los informativos locales… ¡de Madrid! [Ríe]. Hacía las mismas tareas que cualquier redactora. Cuando me licencié no me podían mantener ese contrato y me quedé en la calle. Me fui a Estados Unidos y allí me especialicé en Relaciones Internacionales. Estoy muy contenta de haberme podido especializar en su momento, pero aún así siento que tengo que renovar conocimientos. Es una obligación para cualquier persona que se dedique a las Ciencias Sociales, pero para un periodista, mucho más.
Noto que hay una vorágine de ruido continuo en nuestra profesión. La inmediatez nos obliga a estar on-line 24 horas. Mira, yo publico cuatro cosas a la semana, pero suelen ser análisis de política internacional que constan de informaciones muy elaboradas. Ese género en España no se suele valorar casi nada, pero te aseguro que requiere un trabajo tremendo contrastar muchas voces para dar con las claves del asunto. A eso súmale una columna de opinión, que es lo de menos, un reportaje, una entrevista… Llega un momento en el que siento que estoy seca y que, para seguir aportando, debo renovarme. Dentro de las redacciones debería existir un equipo que estuviera formándose continuamente de forma multidisciplinar, algo importante para poder informar con rigor. Debemos tener conocimientos de todo, desde Filosofía a Ciencias Políticas.
–Creo que más que tener ese conocimiento, los periodistas debemos tener interés para poder llegar a ese conocimiento o a la persona que lo posee porque se ha formado específicamente en una materia. Está claro que a la larga parte de ese conocimiento con el que trabajas se va filtrando y lo vas almacenando en tu propio disco duro.
–El periodista debe tener mucha riqueza cultural y eso implica, claro, mucho interés. Pero el prototipo de periodista que veo que las redacciones demandan es una persona muy conformista. Piden periodistas dóciles. Algunos quieren ser famosos y están dispuestos a cruzar todos los límites éticos para lograrlo. Esa es la demanda que ha habido en estos últimos años.
–¿Qué diferencia hay entre interpretar y opinar? ¿Cómo se lo explicarías a un alumno de primero de Periodismo?
–En el momento en el que alguien está contando una realidad desde su punto de vista ya la está interpretando. ¿Qué quiere decir eso? Que está escogiendo qué cosas tienen más importancia en el relato. Interpretar es contextualizar; hilar unos hechos con otros, buscando causas y consecuencias. En realidad, se trata de dar pistas para poder llegar a comprender una realidad. Opinar es otra cuestión. «Yo opino que este tío es un impostor…» Aunque te estés basando en datos contrastados, vas más allá. No solo contrastas, contextualizas, enumeras causas y consecuencias, y relacionas hechos y cuestiones. Además, sacas unas conclusiones. Lo malo es que a veces se llega a esas conclusiones sin el trabajo previo. Para mí, la interpretación en el periodismo es fundamental. Dice David Simon, guionista de The Wire (y antes, periodista), que lo que distingue al buen periodismo es su capacidad para contestar el porqué de las cosas. No el qué, cuándo, cómo y dónde sino el porqué. Responder el porqué es interpretar.
–¿El periodista que no esté interpretando no está trabajando?
–El periodista que no esté contextualizando ni haciendo un dibujo amplio de aquello que analiza está dejando su trabajo a medias. En los últimos años se impuso mucho en este posmodernismo terrible un periodismo llamado neutral. Es ese periodismo que practica la equidistancia: situar en el mismo nivel al opresor y al oprimido, al asesino y al asesinado. Uno dice esto y el otro dice aquello. Eso es puramente periodismo de declaraciones. Ahí no se busca un porqué. No se aclara por qué este tipo dice esto y aquel tipo dice lo otro. No se pregunta ese periodismo por lo que está pasando en la calle. Rajoy dice una cosa, Rubalcaba dice otra. Y ya está. Eso es terrible, perverso. Siempre hablo de la equidistancia cuando doy talleres de Periodismo en las facultades y utilizo el siguiente ejemplo. Imagínate que nos trasladamos a la II Guerra Mundial. El rabino del gueto de Varsovia dice que los nazis les están masacrando y que se está produciendo un genocidio contra los judíos. Goebbels lo niega. Y ya está. Te callas y no cuentas nada más. ¡Es que esto se está haciendo muchas veces en el periodismo actual! Vayamos a la Sudáfrica del apartheid. Nelson Mandela dice que está habiendo una exclusión racial de los blancos a los negros. El Gobierno sudafricano dice que las únicas agresiones son las que practican a diario los negros contra los blancos. Y no vas más allá. Ese periodismo tremendamente cojo existe. Los periodistas somos historiadores del presente y, al igual que un buen historiador debe tener en cuenta todos los aspectos de una realidad (político, económico, cultural…) para poder ofrecer el dibujo entero, nosotros tenemos que hacer lo mismo. No podemos limitarnos a resumir con un brochazo lo que ocurre.
–¿Qué diferencias hay entre la redacción de la SER que conoces a mediados de los 90 con la de Cuatro, que dejas en 2010 por decisión propia?
–Cambió todo. Volviendo a David Simon, que dice que hay un antes y un después en el periodismo a partir del momento en el que el poder financiero entra en los medios de comunicación, yo puedo decir que viví ese punto de ruptura. Eso que ocurrió en Estados Unidos en los años 90 –con consecuencias terribles: un periódico como The Boston Globe cerró todas sus corresponsalías, que era lo que le daba una seña de identidad y prestigio– pasó aquí con el cambio de siglo. Entré en una Cadena SER muy libre, llena de periodistas muy buenos de los que aprendí todo lo que sé. Era gente valiente y que concebía el periodismo como algo divertido. ¡Este trabajo es muy divertido, además de apasionante! Trabajábamos mucho, pero no nos importaba porque nos sentíamos libres. Todo eso cambió.
Luego formé parte del equipo fundador de Noticias Cuatro. Iñaki Gabilondo me pidió que me fuera con él para hacer reportajes en profundidad en la tele. Sonaba muy bien, pero me daba pena dejar la radio después de tanto tiempo. Aún me siento una periodista de radio porque ese medio es mágico y creativo. Si voy a algún programa, me entra un mono de radio tremendo. Es única, tiene mucha poesía… y es verdad que es muy difícil el periodismo que se hace en las ondas, por eso creo que sigue teniendo bastante credibilidad aún en España. Es imposible controlar todo lo que dicen los periodistas que van a hablar delante del micrófono. En la SER nunca me controlaron, salvo alguna excepción muy sonada. Por ejemplo, en el golpe de Estado que ocurrió en Venezuela en 2002, querían que leyéramos una nota donde se hablaba de poco menos que de «revolución contra el régimen». Carlos Llamas y yo nos negamos a dar la información con ese sesgo.
–Sin embargo, la radio española se convirtió en el campo de batalla del periodismo de trinchera a partir de 2004. A raíz del 11-M y con el cambio de color en el Gobierno se vivieron años muy duros, de mucha violencia verbal contra personajes como Zapatero. En ese clima de crispación y por temor a quedarse en el medio, ¿el riesgo a convertirse en hooligan de una determinada idea está presente?
–Jamás he practicado ese tipo de periodismo. Es más, siempre he querido rehuirlo porque me aterraba. Por eso nunca acepté pertenecer a una sección de Política nacional porque sabía que era muy difícil ser independiente. Estábamos imbuidos en el matrix del bipartidismo en medio de esa guerra de trincheras que se produjo a través de las tertulias políticas, no tanto por la información pura y dura, que tiene unos límites y donde no se opina. De todas maneras, en mi última época en la SER ya vivo la entrada del poder financiero en los medios, sobre todo a raíz de la salida de PRISA en bolsa. Empiezan a cambiar cosas muy rápidamente. Lo noté de golpe. Estando en la sección de Internacional, apenas viajábamos. Teníamos que informar de realidades lejanas desde Madrid contando solo con la información de las agencias. A veces, hacen un trabajo maravilloso, pero ver el mundo a través de dos grandes agencias, que son como dos grandes ojos. Trabajando así se me antojaba que estábamos en 1984 de Orwell. Todos los medios informábamos de la misma forma. Un solo tipo explicaba a todos los medios del mundo lo que pasaba en Iraq o Palestina. Me parecía muy frustrante.
–Tú habías estado en esos lugares.
–Y pude pasar semanas y meses conociendo una realidad concreta de primera mano, sin tener que repetir cosas que has leído y que no sabes si son ciertas porque no has tenido tiempo ni manera de contrastar esos datos. En mis últimos meses en la SER se trabajaba con mucho copy paste. Por eso, cuando Gabilondo me propone ir a la tele no me lo pensé, pero en ese medio me encontré con unas dinámicas de mayor control. La libertad que siempre tuve en la SER, salvo excepciones, de poder ir a antena y decir lo que quisiera (que creo que ya no es así, por lo que me cuentan, no lo sé), no la tenía en Cuatro. La tele está mucho más controlada, es otro mundo. Haces una pieza y te la revisan dos o tres jefes y te van diciendo cómo tienes que enfocar el tema. Aun así, en los dos primeros años en Cuatro creo que hicimos cosas muy decentes, con reportajes estupendos en Palestina, Ciudad Juárez, etcétera. Pero aquel estilo fue degenerando porque primó el infoentretenimiento, en el mejor de los casos, o directamente el show en los propios informativos. Se hacían cosas muy dignas; pero al mismo tiempo, esos buenos temas convivían con noticias absurdas. Todas las semanas me llevaba una frustración enorme porque veía cómo se quedaba fuera del informativo un crimen de guerra porque había llegado por Reuters la imagen de un pingüino cojo muy simpático. O se quedaba fuera una información sobre cuestiones socioeconómicas que nos atañen directamente –la raíz de las cosas– porque alguien había ido a informar sobre un temporal vestido de buzo. Yo no estudié periodismo para vestirme de buzo y hacer payasadas en la tele. Si me tengo que vestir de buzo, al menos que me dejen cubrir una noticia con tiempo y sobre el terreno.
–Los desahucios y sus consecuencias podrían ser las imágenes más icónicas de la era de la crisis que ha sucedido al estallido de la burbuja inmobiliaria.
–En esa época de la que hablo (2005-2010), los desahucios ya eran una realidad a la que se le quiso dar la espalda durante mucho tiempo. En las Elecciones de 2011 más de 600 periodistas se acreditaron para acudir al debate entre Rajoy y Rubalcaba. Si más de 600 periodistas estuvieran en la puerta de un centro de internamiento para extranjeros, si más de 600 periodistas estuvieran en las oficinas del INEM, si más de 600 periodistas se presentaran en un edificio en el que se va a forzar a una familia a abandonar su casa… Hay gente que vive completamente ajena a los dramas que está produciendo esta estafa mal llamada crisis. Si el periodismo se hubiera movido antes y de forma más masiva, no habríamos tardado tanto tiempo en despertar. Esta realidad que estamos padeciendo actualmente en nuestro país, lleva pasando mucho tiempo. ¡No es de hace año y medio! Pero no había hueco para ella: en la tele muchos nos sentíamos muy amordazados y maniatados. Nos veíamos sin poder contar una serie de realidades o comprimiéndolas en piezas de 30 segundos.
–Vamos al periodismo de guerra, un terreno que conoces muy bien. Creo que se puede relacionar mucho con lo que acabas de comentar y que tiene que ver con una agenda mediática no elaborado con criterios periodísticos. Por eso, nunca tenían cabida los desahucios. ¿Cuál es tu prioridad a la hora de cubrir un conflicto bélico o cuando trabajas en una zona donde la guerra ha acabado oficialmente pero la violencia perdura?
–Mi prioridad es informar de las consecuencias de la guerra. Puedo estar en mitad de un bombardeo y, evidentemente, voy a informar del bombardeo, pero al día siguiente tendré que informar de las consecuencias del ataque. Creo que en los últimos años está mejorando mucho este tipo de información… fuera de España. Aquí, directamente, no se cubren las guerras. Solo llega información a través de la figura del free lance, pese a que algunos medios tienen la desfachatez de decir que tienen a «su corresponsal o enviado especial» no sé donde. Si hablamos de exagerar currículums, es alucinante cómo lo hacen los medios a diario. No envían a nadie ni mantienen a nadie en un sitio concreto. Si algún día pasa algo muy grave en Siria, buscan a alguien que está allí y le pagan 50 euros la pieza por jugarse la vida, quedando ellos como un medio excelente que tiene a su ‘corresponsal’ en primera línea.
Demasiado a menudo se ha fomentado un periodismo de guerra belicoso, que te presenta la guerra como una peli de acción que te invita a espatarrarte en el sofá mientras te hartas de palomitas y exclamas: «¡Qué entretenido!»
–Como si el periodista fuese una especie de Indiana Jones.
–Exacto. Eso tiene unas consecuencias nefastas. Una guerra es de todo menos entretenida. Es el horror y el infierno. No somos conscientes del infierno que se ha creado en Oriente Medio a través de la invasión de Iraq [por parte de Estados Unidos y sus aliados]. Todo lo que está pasando ahora mismo sigue vinculado a lo que pasó en 2003. Cuando eres joven piensas que lo sabes todo y luego te das cuenta de que no sabes nada. Antes de dedicarme al periodismo, antes de ser más joven de lo que soy, creía que alguien con mucha imaginación es capaz de imaginárselo todo. Después de ver todo lo que he visto, creo que hay cosas inimaginables, cosas que se le escaparían a la persona con más imaginación del mundo. Estoy obsesionada con poder tratar de transmitir ese infierno que es la guerra.
¿Dónde lo encontramos? En los hospitales, en las morgues, en las casas de la gente… ¡No contando que un F-16 ha ido, y un soldado intrépido ha venido, y un periodista, más intrépido aún, ha hecho no sé qué! Eso son batallitas. Me he encontrado con colegas de profesión que son militares frustrados en algunos casos. Otros tienen problemas de inseguridad y autoestima tremendos y tienen que subsanarlos haciéndose los héroes y convirtiéndose en los protagonistas de las guerras. Los verdaderos protagonistas son las víctimas y sus verdugos; que, por supuesto, hay que hablar de ellos. No es tan difícil hacerlo: en cualquier guerra hay mil historias que te permiten dar esa imagen de la guerra. Todo lo demás, hacer hincapié en estas cosas bélicas creo que tiene consecuencias muy peligrosas. La primera guerra del Golfo, la del 91, se contó así, con imágenes de luces verdes en el cielo y todo el día hablándonos de los aviones, los misiles y el armamento que se empleaba. No vimos ni una víctima.
–Eso afirmáis muchos periodistas en el documental Hotel Palestina al hablar del apagón informativo que se produce en Bagdad cuando las tropas estadounidenses atacan los tres puntos donde estabais los informadores que no ibais con el contingente yanqui. Estamos hablando de la segunda guerra de Iraq, la de 2003.
–Eso se ha hecho siempre a lo largo de la Historia. Cuando llega el momento de la verdad –y la toma de Bagdad lo era– los bandos implicados no quieren testigos por lo que pueda pasar. Bagdad iba a ser una guerra urbana complicada: es una ciudad muy extensa, con más de 6 millones de habitantes, casi todos en viviendas bajas ya que la única zona de edificios altos era donde estábamos nosotros. Era un escenario laberíntico y muy apropiado para que se produjera una guerra de guerrillas. Eso el ejército estadounidense lo sabía y tenía miedo, no porque fueran a ser más fuertes los iraquíes, sino porque para doblegar esa resistencia iban a tener que disparar contra todo. Si el escenario era ese, EE UU iba a estar dispuesto a bombardear lo que fuera. Y así fue. Los medios que estaban ofreciendo señal en directo fueron los atacados: Al-Jazeera, Abu Dhabi y los cámaras del Hotel Palestina. Contra el hotel se dispara apuntando a la planta 15, donde Reuters estaba dando señal en directo a todos los medios de comunicación del mundo [Nota del redactor: ese ataque provocó la muerte de José Couso, el cámara de Telecinco que cubría el conflicto junto a Jon Sistiaga. Olga Rodríguez testificó en 2005 en la Audiencia Nacional en el intento de procesar judicialmente a los militares que dispararon contra el hotel]. Ya no hay más imágenes de la toma de Bagdad hasta el día siguiente. No es la primera vez que ocurre. La OTAN bombardeó la televisión serbia [durante la guerra de Kosovo, en 1999] y casi exigió que se le aplaudiera unánimemente por ello. Los periodistas somos objetivos de los bandos implicados aunque se trate de ejércitos aliados de nuestros gobiernos. Esto es así.
–¿Conoces al escritor israelí Etgar Keret?
–Sí.
–Le entrevistamos el pasado agosto en Río de Janeiro, en un momento muy peculiar para viajar por el mundo siendo un judío con nacionalidad israelí. Su país estaba atacando la Franja de Gaza. Criticar la ofensiva, nos comentó, «te convertía automáticamente en un traidor», pero matizó, en cambio, que los ultraortodoxos y ultranacionalistas siguen siendo una minoría en Israel. ¿Crees que los periodistas le damos la suficiente importancia a personajes como Keret, que se atreven a ser valientes y a defender la dignidad humana por encima de las banderas?
–Depende de cada periodista. Los medios de comunicación convencionales, sobre todo los audiovisuales, llevan demasiado tiempo buscando el sensacionalismo. Con el tema de la inmigración lo estamos viendo. «Avalancha». «Oleada». Eso es de todo menos periodismo serio. Pero creo que todos los periodistas que hemos pasado por Israel hemos dado voz a este sector de la población. Creo que la supervivencia de Israel pasa por ellos pero, discrepo, son una minoría y, además, son vilipendiados e insultados por todo el establishment israelí. Esa minoría es cada vez más minoría. Ocurre algo como lo de Gaza y las manifestaciones que hay contra esa matanza son absolutamente minoritarias. Casi marginales. Esta es la realidad.
–Aquí hasta el 15-M tampoco salíamos a la calle.
–En El hombre mojado no teme la lluvia, un libro del que estoy muy orgullosa y del que acaba de salir la quinta edición, en el capítulo que dedico a Israel (cada capítulo es un país de Oriente Medio donde cuento cómo es ese lugar a través de tres personas) aparecen dos personajes muy críticos con las políticas actuales de Israel, que violan Derechos Humanos fundamentales con la aprobación de Naciones Unidas. Todos aquellos que hemos estado allí estamos muy obsesionados con dar importancia a estas voces, pero estas siguen siendo aún muy minoritarias. Nurit Peled y Rami Elhanan son dos personas muy conocidas en Israel y en mi libro cuentan cómo cada vez que dan una conferencia o participan en un acto público reciben insultos y amenazas de sus compatriotas simplemente por decir que los palestinos también son seres humanos que deberían tener la misma libertad y derechos que los israelíes.
–Muchos pensadores creen que al mundo musulmán le hace falta una especie de Renacimiento que modernice su teología y estructuras sociales. ¿Lo necesita también Israel?
–Otro Israel es posible, pero para eso se necesita que cambie el papel del israelí medio frente al conflicto palestino y, sobre todo, que cambie la posición predominante que tiene la comunidad judía que vive esparcida por todo el planeta. El Estado de Israel tiene la desfachatez de hablar en nombre de todos los judíos, como si todos fueran sionistas y apoyaran la ocupación, cosa que no es cierta ni muchísimo menos. Si la comunidad judía internacional presionara a Israel, jugaría un papel fundamental en este asunto. Para sobrevivir, Israel necesita cambiar. Se encuentra ahora en una huida hacia adelante que conduce al abismo. El Estado israelí se define a sí mismo como «judío» y necesita mantener mayoría hebrea entre su población. El único modo de mantenerla es con otra limpieza étnica, como la que hizo en el 48, o aplicando un apartheid que de facto ya existe. Eso conduce a su propia autodestrucción. Con semejantes políticas se está negando a sí mismo la condición de estado democrático y defensor de los Derechos Humanos que podría ejercer. Israel necesita un aggiornamento y redefinirse, pero su sociedad está muy engañada por sus gobernantes, que agitan el fantasma continuo del miedo para mantener a la población sometida a dar el visto bueno a las atrocidades que se cometen.
–Se me ha quedado un asunto en el tintero. Antes has hablado de «medios de comunicación convencionales». ¿Cómo describirías a eldiario.es?
–Al contrario de lo que ocurre en otros medios, sus propietarios somos periodistas. No somos propiedad de los bancos. Uno de los problemas de esos medios es que tienen un nivel de endeudamiento de millones de euros con los bancos: por lo tanto, estas entidades bancarias son sus propietarios. Para renegociar esa deuda y conseguir créditos que puedan ir pagando tienen que servir a los intereses bancarios. Hay medios en este país que tienen entre su accionariado a fondos de inversión como el HSBC, Goldman Sachs, Credit Suisse… actores fundamentales en esto que llamamos crisis económica que ha sido también una estafa. Eso produce una falta de independencia increíble. Ante ello, internet nos ha dado la posibilidad a los periodistas de no depender del gran capital. Antes, para enviar una señal por satélite para que fuera emitida por televisión necesitabas los mismos millones que hacían falta para imprimir una gran tirada de periódicos diariamente. Esos costes de han abaratado brutalmente con la aparición de internet: los medios digitales que están apareciendo y desarrollándose tienen la ventaja de no tener deudas con los bancos y de contar con periodistas en su dirección. No hay detrás un poder financiero que nos vaya dictando las informaciones.
–En eldiario.es habéis demostrado que hacerle la competencia a El País o El Mundo puede ser rentable. En 2013, año en el que empezasteis a publicar, cerrasteis el balance contable cuadrando ingresos y gastos.
–Y en estos momentos eldiario.es ya tiene beneficios, gracias principalmente a los socios, que son una pata fundamental del periódico. Hemos aumentado la plantilla y los colaboradores. Una cosa muy significativa es que eldiario.es paga decentemente. Un colaborador de nuestro medio cobra más que un colaborador de medios de comunicación escritos convencionales, cuando ellos tienen mucho más dinero que nosotros. Estamos hablando de un proyecto humilde con limitaciones económicas. Sin embargo, se cuida mucho ese pago, que debería ser mayor, pero supera la media de lo que pagan los medios convencionales escritos. En la redacción se cuida mucho que no haya esa desigualdad de salarios enorme que siempre ha habido en los medios convencionales. Te encontrabas a gente cobrando millonadas y a otros percibiendo una miseria en comparación.
–Y trabajando unos y otros codo con codo.
–Exacto. Y trabajando mucho más el que menos cobra. En eldiario.es el que más cobra no puede percibir más de tres veces la cantidad del que menos gana.
–Desde el director hasta el último periodista en plantilla.
–Así es. Es una cuestión de ética.