Se preguntaba hace unos días una buena amiga mía que reside en Tel Aviv por qué la masacre de Gaza despierta tanto interés en Occidente. Más allá de la posición que uno adopte respecto a esta trágica coyuntura, es cierto que lo que está ocurriendo en ese desdichado pedacito de tierra a orillas del Mediterráneo ejerce un poder de atracción, especialmente entre los medios de comunicación, superior al de muchos otros conflictos. Desde hace un mes, no hay día en que Facebook nos dé una tregua del flujo de escabrosas imágenes de niños asesinados. No hay día en que los telediarios no muestren la devastación más absoluta de las calles de Gaza. No hay día en que hashtags como #GazaUnderAttack o #PrayForGaza no inunden los TL de Twitter de cualquier rincón del mundo. Son varias las ciudades europeas que han visto sus céntricas plazas colmadas de manifestantes exigiendo el fin de la operación israelí en tierras palestinas. Jóvenes, adultos, periodistas, bloggers, camareros, escritores, políticos. Occidente habla de Palestina.
La pregunta que se hace mi amiga es, en cierto modo, lógica. ¿Por qué el mundo se indigna ante las más de 1.500 muertes de civiles gazatíes y no mueve un dedo por los asesinatos masivos en Siria, donde la cifra de víctimas durante los últimos tres años es cien veces superior? ¿Por qué no mostramos la misma solidaridad con los habitantes de Sudán del Sur que con el pueblo palestino? ¿Y qué hay del conflicto islamista de Nigeria? ¿Sabe alguien por qué han muerto allí miles de civiles en los últimos años? Bien, coincido con mi amiga en todas estas preguntas. Preguntas que todos deberíamos hacernos. La desavenencia reside en las posibles respuestas. ¿Somos, en Occidente, antisemitas? ¿Acaso se esconde, detrás de cada foto, detrás de cada hashtag, un odio incontrolable al judío? No lo creo. Se me ocurren cuatro razones de peso que explican el interés de la gente por este conflicto y la reciente movilización generalizada.
En primer lugar, está la cuestión temporal. Guerra de Siria: tres años y medio. Guerra en Sudán del Sur: tres años. Conflicto islamista en Nigeria: trece años. Conflicto entre Palestina e Israel: sesenta y seis años. La operación ‘Margen Protector’ que Israel comenzó hace un mes es, simplemente, un lance más del conflicto armado actual más duradero del mundo. Sesenta y seis años desde que, tras la creación de su estado, Israel comenzase a ocupar tierras, haciendo retroceder a los palestinos hasta quedarse con Cisjordania, cuya superficie equivale a la de la provincia de Girona, y Gaza, un pequeño territorio equivalente a media isla de Menorca. Si el planeta se indigna es, en parte, porque todos hemos crecido y vivido con esta eterna tropelía como telón de fondo. Y llega un momento en el que la gente dice basta. No, no soy antisemita. Soy anti injusticias de sesenta y seis años de duración.
Otro de los motivos de la movilización masiva por Gaza es el ya famoso concepto de proporcionalidad. Rechazo los métodos de Hamas. Los repudio con todas mis fuerzas. Cualquier demócrata que se oponga a la violencia indiscriminada contra civiles lo hará. Ahora bien: a pesar de sus cuantiosos lanzamientos de misiles, Hamas ha acabado con la vida de tres civiles israelíes. Por suerte, el sistema anti misiles del Ejército de Israel se ha encargado del resto, derribando centenares de cohetes gracias a la efectiva Cúpula de Hierro. Como todos sabemos a estas alturas, el número de civiles fallecidos dentro de la gran prisión que es Gaza es quinientas veces superior: 1.500. Y la cifra no incluye las docenas de cadáveres que probablemente quedan por descubrir entre las toneladas de escombros. Echando mano de la comparación fácil, bombardear el País Vasco y matar a 2.000 personas porque cuatro fanáticos amenazaban a la población española nunca fue una opción. Y construir un muro alrededor de Euskadi, controlando la entrada de bienes y alimentos, convirtiendo a sus habitantes en poco menos que prisioneros muertos de hambre, tampoco. No, esa no fue la solución. Y tampoco lo es en Gaza. Y no, no soy antisemita. Soy anti respuestas militares desproporcionadas de consecuencias devastadoras para miles de civiles.
La irritación occidental por los métodos de Israel tiene otra explicación clara: Israel somos nosotros. Sí, lo he dicho bien. Israel es nuestro espejo en Oriente Medio. En Israel se habla el mismo idioma que aquí: el de la democracia. El de la libertad de la mujer. El de los clubs nocturnos con música en directo, carta de whiskies y otra de gin-tonics. El lenguaje de la –siempre teórica– libertad de expresión. Y un largo etcétera. Por ello, lo que está haciendo el gobierno de Israel desde el pasado 8 de julio en Gaza en el marco de la operación ‘Margen Protector’, o lo que hizo ese mismo gobierno durante la operación ‘Pilar Defensivo’, o ‘Plomo Fundido’, o tantas otras operaciones teóricamente defensivas, indignan a Occidente. ¿Qué está pasando en Sudán del Sur? No lo sabemos, no entendemos su cultura, ni sus costumbres, ni su Historia. La imagen del negro matando a machetazos a otro negro nos basta para creer que pertenecemos a un mundo diametralmente opuesto. La de musulmanes disparando a otros musulmanes en Siria o Irak, por desgracia, también. Pero la imagen de un gobierno que llena sus comunicados de conceptos como democracia, vida o libertad mientras masacra a civiles con tal de lograr sus objetivos nos descoloca. Nos indigna. No, no soy antisemita. Me cabrea que la “única democracia de Oriente Medio” encierre a palestinos en un pedazo de tierra, les bloquee las salidas y los aplaste impunemente.
Y vamos con la última, y probablemente la más delicada, causa de la estupefacción de Occidente ante la política de Israel. El pueblo judío ha sufrido uno de los peores y más vergonzosos episodios de la Historia reciente –con permiso de los gitanos, o de los armenios, que sufrieron el primer genocidio moderno y del que, por cierto, muy poco se habla–: el Holocausto. El drama que vivieron varios millones de judíos en toda Europa hace todavía más incomprensible la política que el estado judío está llevando a cabo en Gaza y Cisjordania. No pretendo comparar una cosa con la otra. Hacerlo sería mentir. Pero hay algo de humanidad y solidaridad en el imaginario colectivo occidental que se traduce en cierta comprensión y compasión hacia los judíos. Y esa sensación choca brutalmente con la realidad que viven los palestinos en Gaza y Cisjordania desde hace varias décadas. ¿Acaso el horror que el pueblo judío sufrió el siglo pasado justifica la continua asfixia de Israel a los habitantes de la franja de Gaza? ¿Cómo puede un pueblo tan perseguido a lo largo de la Historia permitir que el gobierno de su país, el único estado judío del mundo, aplique una clara política de apartheid en la Cisjordania ocupada, construya asentamientos ilegales, controle más de la mitad de las carreteras, prohíba a los palestinos el acceso a muchas de sus tierras, levante un monstruoso muro de hormigón que les separa de sus familiares, destruya viviendas a un ritmo vertiginoso, instale controles aleatorios a la entrada de las ciudades palestinas, y un larguísimo etcétera? Estas son algunas de las preguntas que se hace la gente en Occidente. Escritores,bloggers, políticos, camareros, periodistas, jóvenes y adultos. Y no, no soy antisemita. Me pregunto muy sinceramente cómo es posible que un colectivo tan castigado a lo largo de los años mire hacia otro lado en lugar de alzar la voz por los derechos de los palestinos. Algunos valientes ya lo están haciendo en las calles de Tel Aviv. Y ellos, igual que muchos occidentales, también entienden por qué los focos mediáticos internacionales están puestos estos días sobre la franja de Gaza.