Quien inventó al carrilero, se cargó al extremo. Eso nos decían, pero algunos nos negábamos a creerlo, abrazándonos a las historias que nos contaban los mayores sobre Matthews o Gento, sobre Garrincha o Best. Resistir era vencer, al menos mientras jugara aquel joven en el Ajax y en Holanda al que llamaban Overmars. Marc Overmars vino al mundo en 1973 y de haber nacido 20 ó 30 años antes habría sido un jugador perfectamente injertable en el fútbol de las décadas del 60 y 70. Fue un superviviente, un último exponente de esos animales que ya no quedan: los que son capaces de desequilibrar un partido desde la línea de cal. Ahora todo tiende al centro, pero Overmars prefería centrar al delantero, desde izquierda o derecha, de ajacied u oranje. Overmars lo regateaba todo, hacía volar a Van Gaal en Amsterdam y a Wenger en Londres, cuando le dio el último empujón al Arsenal para que su plantilla cambiara las borracheras de bar por las borracheras de títulos.
Solamente hubo dos rivales que la carrera del rápido y habilidoso Overmars no pudo regatear: las lesiones de rodilla y el interés del Fútbol Club Barcelona. Y el primer factor acabó marchitando prematuramente al más veloz de los tulipanes cuando quiso triunfar a orillas del Mediterráneo. La primera vez que se cascó el menisco (1996), al pequeño Marc ya le había dado tiempo a debutar jovencísimo en la Eredivisie, ser el mejor novato en USA’94 y alumbrar con goles y asistencias al Ajax que fue campeón de Europa en 1995. Con 22 años estaba en la cresta de la ola y Johann Cruyff sabía que si hacía recorrer a Overmars el mismo camino que él había emprendido en 1973 (el frecuentado puente aéreo Amsterdam-Barcelona) aún podría rescatar al Dream Team del final que le anunciaban. La lesión descartó el fichaje y, un par de veranos más tarde, Overmars cambió de camiseta, pero no de colores: del Ajax se fue al Arsenal, rechazando acompañar a Van Gaal al Barça. Segundo intento fallido de llevarle al Camp Nou por parte del president Núñez.
Cuando Joan Gaspart desembolsó por él 6.500 de los 10.000 millones de pesetas que el club azulgrana había cobrado por el traspaso de Luis Figo al Real Madrid, todos pensamos que el gran momento de Overmars había llegado. Tenía 27 años y nos había encantado en la Eurocopa con Holanda. Cada semana alucinábamos en el programa de fútbol internacional de TV-3 –una ventana abierta al mundo– con sus dribblings en el desaparecido Highbury. Yo aún tenía bien fresca la semifinal del Mundial de Francia, donde en el apogeo de la ‘generación Van Gaal’, los De Boer, Kluivert, Cocu, Van der Saar y sobre todo los gunners Bergkamp y Overmars, la fantasía y la electricidad de aquella selección, se habían quedado a las puertas del duelo por el título tras un épico partido contra Brasil. Las lágrimas neerlandesas que sucedieron a la tanda de penaltis perdida me convencieron de una cosa, aquellos rubios tenían que romper con esa historia holandesa que alguna vez me habían contado: nadie jugaba como Holanda, pero Holanda estaba destinada a perder en los mundiales. Si la Naranja Mecánica había perdido dos finales, sus herederos tendrían que resolver esa injusticia más pronto que tarde.
Los pronósticos fallaron. Overmars no triunfó en Barcelona y la Copa del Mundo sigue sin llegar a los Países Bajos. Encima, la oranje ya no enamora como antes. Ahora es un treintañero calvo que responde al nombre de Arjen Robben uno de los pocos vínculos que le quedan al fútbol total holandés con un pasado no tan lejano. Y también juega de extremo, aunque con el tiempo se ha ido desplazando a posiciones más centrales. Unos veranos después de aquella derrota contra Brasil, Overmars fue convocado para la Eurocopa de Portugal. Era 2004, tenía 31 años e iba a sorprender al aficionado colgando las botas después del campeonato. Su tiempo se había agotado y llegaba el momento de pasarle el testigo a jóvenes como Robben, que se presentó al mundo en ese torneo. Marc debía calmar el dolor de sus rodillas después de pasarse más tiempo en la enfermería que en el campo en tres de los cuatro años que estuvo en Can Barça.
Robben vivió un trance similar cuando vistió la camiseta del Real Madrid: sus piernas de cristal poco pudieron hacer en un club a la deriva, demasiado parecido al Barça que le tocó en suerte a Overmars en su periplo por España. En estos últimos cursos, todo lo que se le negó en Madrid lo recoge Robben en Múnich con el Bayern. Hasta su físico parece haberse fortalecido por fin. A Overmars, en cambio, no pareció dolerle su retirada tan prematura. Siempre elegante, como su regate sobre el tapete verde, se despidió joven, pero con la hoja de servicios bien repleta de éxitos. Solo le quedó una espina, la de ganar algo con su país, la misma que se le atraganta aún a Robben, que debuta hoy en el Mundial contra el mismo país que le quitó la gloria hace cuatro años: España.