Hoy empiezo con un poema. Y ya os adelanto que no voy a poner receta, sino música de Satie. Podéis escucharla mientras leéis, es ésta:
El autor del poema es Óscar Hahn, y dice así:
Emergió de aguas tibias
y maternales
para viajar a heladas
aguas finales.
A las aguas finales
de oscuros puertos
donde otra vez son niños
todos los muertos.
Si os ha gustado, en esta dirección WEB podéis leer más poemas suyos:
http://www.artepoetica.net/oscar_Hahn.pdf
Personalmente no disfruto mucho de la poesía, pero este tío es un genio. La poesía es eso, llegar hasta donde la prosa no tiene jurisdicción. La poesía es como el dibujo. Puedes estar horas describiendo el físico de alguien, pero nunca logras retratarlo. El poeta es como el dibujante que con un lápiz te clava la mirada de una persona en pocos trazos sin sacarse el cigarro de la boca, achinando un poco los ojos para protegerlos del humo. Como quien no quiere la cosa.
Y sin embargo, ahora os pongo un poco de prosa:
Catorce horas mirando imágenes de cadáveres y esto es lo que comienzas a ver. Los miras a los ojos, incluso en una foto, y puedes leerlos. ¿Sabes lo que ves? Le dan la bienvenida. No al principio, pero justo ahí, en el último instante. Es indudablemente un alivio. Porque todos ellos tenían miedo y ahora ven, por primera vez, lo fácil que era simplemente dejarse ir. Después ven, en ese último nanosegundo, ven lo que eran. Tú, tú mismo, todo este gran drama, nunca fue más que un burdo engaño de la arrogancia y la estúpida voluntad, y puedes simplemente liberarte de todo eso, finalmente darte cuenta que no tienes que aferrarte tan fuerte. Darte cuenta de que toda tu vida, todo lo que amas, lo que odias, tus memorias, todo tu dolor, era parte de una misma cosa. Era todo un mismo sueño, un sueño que albergaste dentro de una habitación cerrada, un sueño acerca de ser una persona. Y como en muchos sueños, en el final hay un monstruo.
Este texto es de la serie True detective, que acabo de terminar la primera temporada porque me habían hablado mucho de ella y es una maravilla. Un buen guionista no tiene precio para la industria.
Nos pasamos el día emitiendo opiniones, pero no tenemos ni idea de nada. Deberíamos escuchar a los que están a punto de morir, porque sólo ellos saben de lo que hablan. Ellos tienen perspectiva emocional.
Hay muchas películas que han tratado el tema. La de desastres, en plan «al planeta tierra le quedan 24 horas». Porque vienen los extraterrestres que necesitan nuestros recursos y harán cubitos de caldo con nostros, o el núcleo se ha recalentado, o un meteorito del diámetro de Alabama se acerca a miles de kilómetros por segundo en rumbo de colisión. Y si os fijáis, en el fondo siempre es lo mismo. Todas tratan el mismo tema y son la metáfora de lo mismo; ¿cómo te portas cuando sabes que todo se va a acabar, cuando no puedes hacer absolutamente nada para evitar que todo termine para ti y para la gente que amas? Ese último abrazo intenso que acaba con las diferencias y te da la medida de lo ridículas que eran.
Yo sabía que Merche estaba muerta en vida, que era cuestión de tiempo. La gente teme a los moribundos, es lógico. Porque no hay nada que puedas decirles que no les resulte absurdo. Yo creo que sólo hay una cosa que puedes hacer con un moribundo y que te acerque realmente a él, que le rescate de su soledad, y es demostrarle que estás dispuesto a irte con él. A hundirte con él en un mar oscuro y frío, abrazándole muy fuerte. Hacerle saber que no va a estar solo en esos últimos instantes. A ser su ángel de granito, petrificado para siempre junto a su tumba cuando todo el mundo ha abandonado el cementerio.
Por eso son tan bonitas las pelis de catástrofes, porque nos vamos todos a la vez. Y yo, a Merche, le hice saber sin palabras que estaba dispuesto a irme con ella si lo quería. Porque el que se va lo que quiere es no estar solo. Somos como críos. Morimos llamando a nuestra madre, o intentando tomar la mano de alguien. Nadie quiere estar solo.
Pero todo eso no puede expresarse con palabras, claro. Yo empecé a drogarme con Merche. Convertí su piel en mi patria, no había nada más allá de ella. Empezaba por los pies, sin prisas. Y subía por las pantorrillas, por delante y por detrás, sin dejar un centímetro. Es increíble cómo cambia todo cuando no tienes límites de tiempo. Me detenía en su vagina, claro. Y acababa dándole besos en la mejilla después de dos o tres horas. Llegué a conocer cada centímetro de su piel erizada. Eran peregrinaciones secretas y sagradas.
Nos perdimos juntos. Podía pasarme todo el día lamiendo su piel. Desde que salía el sol hasta que empezaba a ponerse. Poníamos la música de Satie que os he linkado, que a ella la tranquilizaba mucho, y no nos separábamos. Estábamos todo lo cerca que pueden estar dos personas. Llegué a estar tan dentro de ella y durante tanto tiempo que perdía de vista el mundo. Y ella me apresaba con sus piernas perfectas y me clavaba las uñas en la nuca. Tampoco hubiera podido irme de ella, aunque lo hubiera querido. Llegué a estar muy lejos de todo.
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