Merche me había enseñado a luchar. A defender mi vida en una situación extrema. Sobre todo a preparar mi mente para esa situación, en definitiva, que es lo esencial. Porque el cuerpo sigue a la mente, siempre. Y si la mente no está en la lucha el cuerpo tampoco lo está. Y lo normal es que en una situación de pánico te bloquees y tu mente tienda a huir. Poca gente prepara su mente para las situaciones extremas.
Pero además, Merche me había enseñado poniendo el corazón en ello. Y la mayoría de la gente no se da cuenta, pero la diferencia de resultados suele ser notablemente distinta si la persona que os forma en una determinada disciplina lo hace con entrega, fe y entusiasmo a si lo hace de forma mecánica. Incluso si un profesor sabe menos que otro, o sus cualidades como pedagogo son inferiores, su entusiasmo y su amor por lo que enseña le otorgan unos matices muy especiales a sus enseñanzas. Es como si te llegaran al corazón directamente. No digo que aprendas más ni mejor, que conste, sólo que tu formación adquiere unos matices distintos. Es como si te enseña a hacer el amor una persona por que sientes ternura. O como los mercenarios que guerrean por dinero. Un mercenario experimentado será mejor soldado que un hombre de paz que carece de experiencia en la lucha, aunque este último defienda, por ejemplo, a su familia. Pero no luchan igual, ni te enseñarán a luchar de la misma forma. Y en determinadas circunstancias es mejor tener de tu lado al segundo, porque no se rendirá aunque las cosas se pongan mal.
Los orientales, especialmente los japoneses, edificaron toda una filosofía fundiendo el arte de guerrerar, el control de la mente y el misticismo, o la espiritualidad. Hay una frase, por cierto, que me llamó mucho la atención. Algo así como que la religión es para los que temen ir al infierno, pero la espiritualidad es para los que saben que ya estamos en él. En fin.
Merche me había prestado un montón de libros al respecto. El arte de la guerra, de Sun Tzú, aún se estudia en las escuelas de empresarios. Y tiene 4000 años. Quién es tu competencia, y por qué razón le funciona la empresa. Quiénes son sus clientes, y por qué no son tuyos. Quiénes son tus clientes, y por qué no son suyos. Quiénes son los clientes que no son tuyos ni suyos, y por qué. Y cómo joder a la puta competencia, si nos ponemos sinceros. Análisis objetivo y honesto, si es que tienes un objetivo honesto ( y con honesto me refiero a sinceridad con uno mismo, no a moralidad) o sólo eres un hipócrita.
Los Samurai se referían al estado mental alejado de la objetividad como «mente enferma». Un término que a día de hoy tiene connotaciones distintas, claro. Pero ellos se referían a la mente que no es objetiva, que no observa el contexto (ni el objetivo) con claridad. Se refiere a la mente perturbada por la preocupación. Por el resultado de la lucha. O por el temor a la muerte, que es la asignatura pendiente de la mayoría de los occidentales. Casi nadie puede asumir con absoluta calma la certidumbre de que está separado de la vejez, la enfermedad y la muerte por una fracción de tiempo no muy larga. Tenéis que leer a Fromm. Si lo asumes cuando eres muy joven tienes mucho ganado, pero en occidente tendemos a ser muy ególatras. Nos cuesta asumir lo poca cosa que somos.
La naturaleza nos diseñó para durar unos 25 ó 30 años con las facultades físicas óptimas. Después de esa edad se supone que ya has tenido descendencia y la has cuidado, y que tus hijos ya no dependen de ti. Y por esa razón, a la naturaleza le importas un huevo. Por eso empezamos un declive físico, porque somos prescindibles. Consumimos recursos, agua y oxígeno, pero somos prescindibles para preservar el genoma de la especie. Desde un punto de vista humanístico es cruel, pero estoy hablando de la naturaleza. Y el objetivo de los individuos es preservar la especie, que subsista en genoma de la especie.
Pero ya os hablaré de todo esto, que siempre acabo por pasarme de la extensión del texto.
Con Merche me di cuenta de una cosa muy importante; no es suficiente con conocer a fondo a la gente, con entender sus miedos y sus deseos. Si percibes eso puedes manipularla casi como quieras, en la mayoría de los casos. Pero también es fundamental entender su auténtica esencia. Y eso es muy difícil porque ni nosotros sabemos lo que somos en el fondo. Creo que fue Unamuno el que escribió algo así como que sólo hay dos o tres momentos extremos en la vida de una persona en los que aflora su auténtica esencia, que todo lo demás es relleno. Momentos puntuales en los que tienes que afrontar situaciones límite. Luchar o huir. Creo que ya os conté algo de esto. Los fanfarrones suelen venirse abajo, y la gente más discreta, de repente, saca las garras.
El caso es que Merche se vino abajo con lo de su hijo. Su ex le ganó la partida. Se quedó con el crío, y lo puso en contra de Merche. Le ganó la única batalla que a Merche le había importado realmente es toda su vida. La venció porque era más listo y despiadado. Fue derrotada por un enemigo sin sentido del honor que la conocía bien. Ella no vio venir la batalla, y la vencieron. Ella podría haberlo matado, o pagarle a gente que conocía para que lo matara. Merche sabía que Londa conocía a ese tipo de gente. Pero no podía hacerlo, porque no podía matar al padre de su hijo. El ex de Merche era un cabrón, pero quería de verdad al crío, y el crío lo adoraba.
En fin, Merche se vino abajo. Un guerrero derrotado es lo más triste del mundo. Perdió las ganas de vivir. Y ahí también me di cuenta de cuál era mi verdadera naturaleza. Ella me daba pena, porque yo la respetaba y quería mucho, pero el deseo que sentía por Merche tenía mucha más fuerza que mi moral. En el fondo no es que yo sea muy distinto de la mayoría. La luz y la oscuridad están muy presentes en mí, como en todas las personas. Todos hemos hecho cosas de las que nos avergonzamos. El problema es que en mi caso era todo mucho más extremo. Por ejemplo; la mayoría sólo desea matar a alguien, pero como no se atreve se queda con las ganas. Y yo no. Porque sabía cómo hacerlo sin que me pillaran y no tenía remordimientos.
En cuanto Londa se fue de viaje, Merche empezó a desplomarse. Londa la vigilaba mucho, y Merche le tenía miedo y respeto. Al quedarse sola empezó a medicarse por su cuenta, por decirlo así,y yo me di cuenta enseguida. Yo sabía que había tenido problemas con las drogas. En fin, el caso es que iba colocada todo el día. Hacía Yoga colocada. Se quería morir y no se atrevía a admitirlo. Y yo me aproveché. Londa llevaba una semana fuera el día que Merche y yo hicimos el amor por primera vez. Ella estaba muy drogada. Entró en mi habitación y se acurrucó a mi lado, y empezó a acariciarme el cabello y a darme besitos como a un crío. Y después fue ella la que se colocó sobre mí, como la loba que amamantó a Rómulo y Remo, y me ofreció sus pezones. Estuvimos casi toda la noche haciendo el amor muy despacio, casi sin movernos. Nos cuchicheábamos cosas al oído. Poemas, y cosas así. A veces me mordía con ansia. Follaba como quien huye de un incendio. A ratos, sin embargo, me acariciaba la nuca y lloraba de pura tristeza. Y a mí me daba por llorar, también. Yo tenía tantas ganas de comérmela que me daba hasta miedo, pero me limitaba a lamer su piel como si me quedaran diez minutos de vida. Ya os lo contaré, y también lo que pasó luego.
Hoy os dejo un fragmento de un poema de Baudelaire, un autor por el que Merche sentía auténtica veneración, aunque a mí nunca ha acabado de convencerme:
¡Ah, raza de Abel, tu carroña
Abonará el humeante suelo!
Raza de Caín, tu tarea
Todavía no la cumpliste;
Raza de Abel, mira tu oprobio:
¡El chuzo al hierro venció!
Raza de Caín, sube al cielo,
¡Y arroja a Dios sobre la tierra!
Y también una receta para caramelizar cebolla. A mí me encanta con las hamburguesas de ternera y con el cerdo, y es muy fácil de hacer!
http://cocina.facilisimo.com/blogs/general/receta-de-cebolla-caramelizada-o-mermelada-de-cebolla_1182833.html?aco=10ff&fba