Hace mucho tiempo emitieron en la televisión un reportaje sobre familias que habían sido agraciadas con ingresos económicos muy cuantiosos. Lotería, quinielas, herencias. Me refiero a cantidades realmente importantes, de las que usadas con un mínimo de sentido común hubieran bastado para que hasta los parientes cercanos vivieran muy bien el resto de su vida sin dar golpe.

Lo realmente interesante del reportaje era que hacían un seguimiento e investigaban la situación de las familias al cabo de diez años. Y el panorama era desolador. Ocho de cada diez se habían arruinado, además de pelearse con sus parientes. Divorcios, mala sangre y todo lo que os podáis imaginar. Lo que más me llamó la atención fue la afirmación que hizo una señora ya mayor, soltando lágrimas como puños. Algo así como que el premio era lo peor que les había pasado en la vida. No sólo se había divorciado, sino que sus hijos se habían peleado entre ellos y también la mayoría de sus parientes más cercanos.

Con el dinero pasa como con el alcohol; el que no lo ha probado nunca en grandes cantidades y un día se excede pierde la cabeza. ¿Habéis visto a alguien que se emborracha por primera vez? Pues es lo mismo.

Y el poder se parece mucho. Dadle mucho poder a alguien que nunca lo haya tenido y veréis lo que ocurre, en la mayoría de los casos. Poca gente está preparada. Casi todos tenemos frustraciones y rabia acumulada. Y carencias, y complejos, y humillaciones que nos siguen doliendo.

Cuando me di cuenta del poder que yo tenía me asusté. La mayoría de la gente ve una posición avanzada de una partida de ajedrez, como las de los problemas de ajedrez que salen en los periódicos, y tiene que analizarla para decidir qué movimiento sería el adecuado. Los expertos tardan menos, pero la mayoría necesita un buen rato para decidirse. Y muchos no eligen la opción realmente buena porque no son capaces de analizar la partida más allá de una o dos jugadas.

Y después están los niños prodigio. Observan las posiciones de las piezas y ven un mapa que son capaces de entender. Ni siquiera necesitan analizarlo. Es una peculiaridad de algunos cerebros. Y eso era lo que me pasaba a mí con la gente. Trataba con ellos cinco minutos y percibía lo que temían y lo que anhelaban. Lo que ni ellos sabían. Yo podía convertirme en su príncipe azul, en su padre, en su amigo ideal o en su psiquiatra.

La primera fase es convertirse en una presencia agradable. A todo el mundo le gusta rodearse de gente que les haga sentirse bien. Y no me refiero a que les hagan la pelota (a algunos les encanta que los peloteen, pero es una táctica con poco futuro porque en el fondo acabamos despreciando a los pelotas), me refiero a la auténtica amabilidad. Entenderlos, apreciarlos, hacerlos sentirse bien. Todos somos parientes lejanos. Provenimos de un grupo de primates muy reducido que hace millones de años tuvieron que bajar de los árboles y buscarse la vida. Si les dais lo que anhelan íntimamente seréis imprescindibles para ellos. Cariño, confianza en sí mismos, o que espantéis a sus fantasmas interiores más terribles. Y todos los tenemos.

Cualquiera que sea un poco inteligente y sensible puede hacerlo, pero se necesita tiempo. Yo, en cambio, podía hacerlo a los pocos minutos de conocerles. Como los niños prodigio del ajedrez. No necesitaba analizar, simplemente lo sabía. Podía follarme prácticamente a cualquiera. O comérmelo. O las dos cosas. Y aquello me asustó, porque sabía lo que pasa con el poder. Te acaba sometiendo.

En un episodio de Los Soprano, a la psiquiatra que trata a Tony la violan en un parking. Aquello le destroza la vida. Después reconoce al violador, que trabaja en una cadena de comida rápida. Lo denuncia, pero se produce un error en el proceso judicial y el violador queda en libertad. Algo horrible para ella, claro. Y se le pasa por la cabeza contarle a Tony Soprano lo que ha ocurrido, para que le mate. Y ella sabe que él lo haría. Y siente miedo. Miedo de ella misma. Porque si lo hiciera, en el fondo no se lo perdonaría nunca. Si te pasas la vida afirmando que hay que respetar el sistema judicial, y que es malo tomarse la justicia por tu mano, pero cuando te hacen daño de verdad te lo pasas todo por el forro, en el fondo te desprecias. Y el desprecio por uno mismo es lo peor. Y ella lo entiende.

Y yo sabía que si usaba aquel poder como lo hubiera hecho alguno de los gañanes que salían en el reportaje sobre los premios de lotería acabaría despreciándome.

Me compré trajes de estilo muy clásico y zapatos caros. Y unos cuantos foulards. Y adopté un estilo melancólico, de aristócrata británico. Le conté a Merche que estaba muy triste a causa del suicidio de Anita, y eso la enterneció mucho. Londa no se lo tragó, claro, y me observaba con recelo.

La pobre Merche se ponía muy triste de verme así, y redoblaba sus atenciones. Y un día, mientras estábamos practicando llaves en el sótano, me agarró por las espalda y me di cuenta de que ella tenía los pezones tan duros como gomas de borrar. Sentí el ansia en su piel. No sé si os ha pasado alguna vez, pero en ocasiones, cuando veis que está a punto de ocurrir algo que deseabais mucho, en ese mismo momento os dais cuenta de que también os da mucho miedo que ocurra.

La semana que viene os lo contaré. Y también os hablaré de Elisa, que se cruzó por en medio. Le gustaba desnudarse, sentarse frente al mar y contemplar el horizonte durante horas, como si esperara a que Dios viniera a abrazarla. También le gustaba comerse a la gente, por cierto. Fue mi primera alma gemela de verdad.

Un truco de cocina: Probad a cocinar un día con aceite de sésamo. Preferiblemente carne. Es una delicia.

 

 

Autosave-File vom d-lab2/3 der AgfaPhoto GmbH

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies