Hace tiempo leí que no es cierto que el poder o el dinero cambien a la gente, que lo que realmente ocurre es que las personas, o la mayoría de las personas, al menos, que adquieren poder o dinero, (o ambas cosas), manifiestan de forma más notoria su naturaleza. Dejan de disimular, para entendernos. Es un poco como cuando bebes de más, que te dejas ir. Y hay que reconocer que en la mayoría de los casos eso no es bueno para los que les rodean.
Y con la victoria ocurre algo muy similar. En la derrota solemos disimular mejor nuestras reacciones. Estamos más habituados a perder que a ganar, y además es lógico que reprimamos reacciones que manifiesten nuestra frustración o la humillación que sentimos. Pero con la victoria es distinto. Nos sentimos más legitimados a manifestar nuestra euforia, y socialmente no está tan mal visto. Que alguien pierda los papeles tras una victoria y se deje llevar por la euforia está más aceptado. Es incluso bonito.
Y sin embargo, y precisamente por todo lo que acabo de exponer, creo que la auténtica clase se demuestra más en las victorias que en las derrotas. Y no me refiero a la falsa modestia, o al hecho de felicitar a los perdedores con un gesto de cortesía, en plan magnánimo. Es algo más profundo.
Londa provenía de una tribu con unas creencias religiosas que podríamos clasificar, creo yo, como un poco rudimentarias. Ya, ya sé que suena un poco condescendiente y siempre es muy relativo. Pero dejadme que lo desarrolle. En realidad sólo tenían dos o tres dioses bastante brutos e intransigentes, que además solían pelearse entre ellos. Cuando se peleaban provocaban tormentas, terremotos, etc. Incluso sequías y epidemias. Es una especie de metáfora. O sea, inventas dioses para explicar la naturaleza, pero como la naturaleza no entiende de justicia pues inventas dioses que sean unos tarados y todo cuadra.
Si habías sido un guerrero valeroso y habías seguido el camino recto sin dejarte desviar por tus miedos, ibas a una especie de cielo (caza abundante, sexo fácil, etc.) y al cabo de un tiempo te reencarnabas. Si habías sido un capullo te ibas a un páramo sombrío y estéril, y pasabas hambre y sed para que tuvieras ocasión de meditar sobre tus errores. Y luego también te reencarnabas, pero lo hacías de forma menos favorable y tenías que volver a ganarte el respeto de los dioses pero con menos medios, por decirlo así. Un poco como en los videojuegos; tenías que empezar de nuevo pero con un personaje con menos atributos.
Lo que más me llamó la atención, sin embargo, fue el hecho de que creyeran que lo último que sentías en vida, tu último estado de ánimo, constituía la semilla de lo que serías al reencarnarte. Como cuando te despiertas de una pesadilla y se te queda mal cuerpo para todo el día, o tienes un sueño bonito y pasa lo contrario. Es decir, si morías aterrorizado, ese terror te acompañaba durante toda tu vida siguiente y tenías que lograr aplacarlo. Era un atributo negativo del personaje del videojuego que tenías que compensar.
El caso es que Londa, en el fondo, era un sentimental, y acabó compadeciéndose de los lituanos. Que estaban aterrorizados, como es lógico. Uno con los ojos colgando y la otra atada a un mueble por la coleta, a la espera de lo que un guerrero maorí cuyo equilibrio emocional era, cuanto menos, cuestionable, decidiera qué hacer con ellos. Y a Londa le daba pena el dolor ajeno, no podía evitarlo.
Le ayudé a entrar dos sillas de hierro forjado de las que teníamos en el jardín. debían pesar 90 ó 100 kilos. Y después atamos al mulo lituano a una de ellas, con cinta adhesiva de electricista. Todo el rollo, gastamos. El tío parecía una momia de color naranja, aunque le dejamos la mano derecha libre. Londa intentó recolocarle los ojos pero no pudo, así que se los sujetó a la cara con un poco de la misma cinta. Y después le puso unas gafas de submarinista para que no se le deshidrataran. El pobre se parecía al robot de la serie Futurama. Estaba en estado se shock y se lo dejaba hacer todo, como un caballo sedado por el veterinario.
El problema con los ojos es que necesitamos parpadear muy a menudo para lubricarlos, porque se resecan enseguida. Y si se deshidratan se echan a perder. Lo que pasa con la lengua, más o menos. Si a dejáis toda la tarde fuera de la boca se fastidia y no tiene arreglo.
Londa rellenó de suero salino el vaporizador que tenía para humedecer los bonsáis de mi tía y se lo dejó al alcance de la mano al lituano, para que se los humidificara. A la rubia hijadeputa también la sujetó a una silla y la puso a su lado de su colega. La tía estaba más serena, observando. Le brillaban los ojos y estaba a la espera de una oportunidad. La tía era fría como un témpano, la verdad es que daba miedo. Era una superviviente nata, y no tenía piedad de nadie.
El caso es que nos sentamos todos a la mesa, y Londa abrió una botella de Champaña del bueno, puso música y sacó un refrigerio. Unas patatas, unas olivas y un poco de jamón. El pobre lituano no acertaba a coger las cosas, porque tenía los ojos desplazados y eso le distorsionaba la perspectiva. Le pusimos un vaso de plástico para que no rompiera la copa y Londa le metía las olivas y las patatas en la boca, como a un crío retrasado. Y entonces empezó a contarnos su vida. Era todo bastante ordinario, pero daba pena. Padre alcohólico que abusaba de él, un entorno despiadado, etc. Y venga a llorar. Se empañaba el cristal de las gafas de buceador y Londa le pasaba un pañuelo por dentro. El pobre Londa también lloraba al escuchar todas aquellas penas. Aunque a la rubia no le hacía ni caso. Al final, Londa le abrazó y lloraron los dos. Yo había bebido mucho champaña, por los nervios, y además estaba de bajón por el susto y lo veía todo como en una peli. En fin, el caso es que al final Londa le dijo al lituano que le iba a tapar la cabeza con una toalla mojada para que descansara un rato, que le iría bien para los ojos, y que después llamaría a una ambulancia. Y el lituano venga a llorar y a asegurarle que no le denunciaría, que serían amigos para toda la vida. Y Londa que le pone la toalla mojada por encima de la cabeza y después se coloca detrás de la rubia y le mete un codazo en la nuca, un golpe seco, y la deja tiesa allí mismo. Con los ojos abiertos y la boca llena de patatas fritas a medio masticar. Londa podía partir un tablón de un codazo, era una bestia. Y no os imagináis lo frágil que es una vértebra. Y el lituano girando la cabeza y preguntando qué pasaba. Y Londa lo abrazó otra vez y empezó a hablarle como si fuera un crío, en su idioma. Y acariciándole la cabeza por encima de la toalla. Y el lituano se serenó de nuevo. En el fondo deseaba serenarse. Y cuando ya estaba tranquilo le metió otro codazo y lo dejó tieso como un pollo.
Y luego, Londa me miró y me dijo que habían muerto aliviados y en paz, sin miedo en el corazón. Y me abrazó a mí y me dio palmadas en la espalda. La verdad es que estábamos los dos como cubas.
Londa les cortó el cuero cabelludo a los dos con una navaja de afeitar. Una de las antiguas, una mango de marfil y sus iniciales grabadas. Todo el cuero cabelludo, no como los indios que sólo cortaban un cachito de la coronilla. Él se colocó el del lituano, con la raya a un lado, y a mí me tendió el de la rubia. La coleta me llegaba por la cintura. Londa me dijo que sus espíritus, su fuerza vital, creerían ahora que nosotros éramos ellos y nos habitarían a nosotros y nos fortalecerían. Y luego me pidió que le ayudara a bajar a la rubia a la cocina. Al lituano lo dejamos allí, porque Londa me dijo que estaba hasta arriba de esteroides y eso era malísimo. Era incomestible, por decirlo así. Me dijo que él se encargaría de todo, y que fuera al jardín a por un poco de romero, que teníamos un par de matas muy bien cuidadas. A mi tía le gustaba mucho el romero. Salí al jardín con el cuero cabelludo de la lituana encasquetado, y la coleta coleando. La sangre de la chica me chorreaba por la cara. Yo me sentía muy bien. Era un guerrero y el compañero de Londa, que era un gran guerrero. Me había aceptado, yo era uno de los suyos. No recordaba haberme sentido nunca tan orgulloso y tan feliz. Me saqué la ropa y me puse a bailar a la luz de la luna, imitando el Haka de Londa. Movía la cabeza para agitar la coleta y los huevos se balanceaban, libres. Realmente podía sentir el espíritu de la lituana hija de puta rondándome para engrandecerme con su energía vital. Y en ese momento me di cuenta que el vecino de la casa de al lado me estaba mirando. Era un abuelo de ochenta años. Buena gente, mi tía lo apreciaba mucho. Iba en pijama y siempre tenía la boca abierta porque estaba fatal de los bronquios. Me acerqué a él , le di las buenas noches y le dije que estábamos haciendo una fiesta. Y el tío, que era un canalla y un niño eterno, me recriminó que no le hubiéramos invitado. Yo le acompañé dentro y le prometí que le invitaríamos a la próxima fiesta.
Y bueno, Londa le cortó los brazos a la hija de puta y preparó unos codillos estupendos. El codillo es genial, pero hay que saber cocinarlo!
La receta:
Hoy adjunto una receta de codillo al estilo alemán. Los alemanes se toman muy en serio lo de cocinar el codillo. Bueno, se lo toman todo muy en serio. Ellos le ponen chucrut a todo, pero os lo podéis saltar y hacer sólo el codillo. La chucrut es un poco arriesgada, no le gusta a todo el mundo.
Es un plato un poco fuerte, la verdad. Nosotros nos los comimos con mucha cerveza y patatas fritas, para celebrar que éramos hermanos. Tal vez sea buena idea reservarlo para un día que os sintáis un poco excesivos y vehementes, al estilo vikingo.
http://www.hogarutil.com/cocina/recetas/carnes/201404/codillo-estilo-aleman-24485.html