Foto principal: Lorena P. Durany
Han pasado solo doce meses, pero la indignación que llevó a los ciudadanos de Río de Janeiro a tomar la calle durante la Copa de las Confederaciones parece agua pasada. El Mundial comenzó ayer en Sâo Paulo, ciudad en la que sí hubo protestas notables, incluidos altercados entre los manifestantes y las fuerzas policiales. Río, en cambio, se vistió con sus mejores galas para celebrar el sufrido triunfo de su selección frente a Croacia. ¿Han mejorado en algo el país y la ciudad respecto a junio de 2013? No. Esa es la conclusión que se extrae de los estudios realizados sobre el estado de los servicios sociales, de las obras mundialistas (aún por terminar, pese a ser las más caras de la historia del torneo) o la infraestructura que se utilizará en los Juegos de 2016 (solo un 20% de las instalaciones están acabadas). Las encuestas realizadas a la ciudadanía van por el mismo camino. Semanas antes de que comenzara a Copa uno de esos pulsómetros reveló que el 47% de los brasileños era reacio a que su país organizara el torneo. Veían el montaje del campeonato como la «gran oportunidad perdida» para que Brasil progresara a todos los niveles, no solamente en lo que al Producto Interior Bruto se refiere. Sin embargo, como ha venido ocurriendo en las manifestaciones convocadas en fechas recientes, en Río el seguimiento de las protestas fue muy bajo.
Las protestas contra la Copa transcurrieron por las calles de Copacabana y su gran avenida Atlántica / Lorena P. Dura