Leonardo Padura es el escritor cubano que está consiguiendo con su serie de novelas policíacas sobre Mario Conde que asociemos este nombre con un simpático y poco afortunado detective de La Habana, olvidándonos de otras referencias aún menos afortunadas. En esta séptima entrega de la serie, atípica por su longitud y su temática, el personaje de Mario Conde es solamente la excusa para contar la saga de una familia judía huída de Polonia en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial que recaló en Cuba y terminó en Miami, a través de un pequeño cuadro de Rembrandt que también dará ocasión al autor de viajar a Ámsterdam en el siglo XVII y visitar el taller del pintor. La pérdida y recuperación de este cuadro será lo que lleve a Cuba al último descendiente de la familia Kaminsky a buscar la ayuda de Mario Conde para investigar qué fue lo que ocurrió realmente con él. Esta investigación irá sacando a la luz los sucesos más oscuros y dolorosos de la suerte que corrieron los judíos que a finales de los años 30 intentaron huir del terror nazi para encontrarse con que todas las puertas estaban cerradas para ellos. También las consecuencias de la revolución cubana se mostrarán sin adición alguna de edulcorantes, los sueños que se fueron viniendo abajo entre la corrupción y el bloqueo hasta dar lugar a una generación perdida incapaz ya de creer en nada que no sea la propia supervivencia diaria. Y tampoco saldrán bien parados los católicos, judíos y calvinistas europeos del siglo XVII, incapaces de aceptar que alguien pensara de manera diferente incluso entre sus propios correligionarios y haciendo imposible con su intransigencia todo anhelo de libertad personal y creativa.
La longitud del libro, más de quinientas páginas, puede echar atrás ya de entrada a los lectores poco dados a meterse tales tochos entre pecho y espalda. La mezcla de los géneros policíaco e histórico en una novela de ideas va a espantar también a quienes huyen de las novelas de género como de la peste. De los pocos que se sientan llamados a abrir las páginas de esta novela, algunos habrá que no sean capaces de soportar el ritmo narrativo lento y parsimonioso del autor ni los saltos temporales en la trama. Pero los aguerridos que no se dejen desanimar por todos estos obstáculos y todavía mantengan el gusto por el slow reading, van a poder disfrutar de una lectura extraordinariamente amena a pesar de lo duro de la temática y que dejará al lector afectado, sonriente y pensativo, porque este es uno de esos libros que no se pueden leer impunemente.