Si se tratase de una película creada por Hollywood, de las que a él no le interesan lo más mínimo, su presentación sería así: del creador de La Calle, proceso artístico en el que se prostituye para vivir lo que hizo su madre; de The Shadow, en el que sentado en un columpio da la oportunidad a desconocidos de hablar sobre abusos sexuales a menores; de Dark Room, en el que se encierra en un espacio de seis metros cuadrados (una habitación oscura sin tecnología ni ningún tipo de contacto con el exterior) durante 42 días; y de Empathy and Prostitution, en el que después de pagar un euro el público tiene derecho a hacer lo que quiera con el cuerpo desnudo del artista sobre una cama, entre muchos otros procesos artísticos, llega El Miracle, la nueva obra de Abel Azcona (Pamplona, 1988), el artista español interdisciplinar especializado en performances más reconocido internacionalmente.
El Miracle es una obra que pretende reflexionar sobre el drama de los refugiados, capitaneado por la fotografía del niño sirio ahogado en la playa que apareció en todos los medios de comunicación. Pero también aspira a trasladar ese pensamiento hacia un viaje introspectivo en el que cada uno se libere de los obstáculos que nos ha puesto la sociedad o nuestro entorno mismo cuando hemos pretendido dar un rumbo diferente a nuestra vida con la pretensión de ir más allá de los límites establecidos. La performance, realizada por primera vez el 14 de octubre en Tarragona, tuvo como eje principal un recorrido a pie desde la sede de The Grey Square , la galería de arte que comisarió la obra –así como también The Shadow, que tuvo lugar días después–, hasta la Platja del Miracle, donde los participantes intentaron ahogar sus miedos y temores. “Las dos horas siguientes a las performance siempre estoy en una nube, dándole vueltas a lo ocurrido”, me responde Azcona cuando le pregunto qué ha sentido una vez acabada. En ese momento nos encontramos en el coche de vuelta a The Grey Square.
Si de algo puede presumir El Miracle, dejando de lado el contenido, es de las vistas. El recorrido de la performance es un balcón al mar que transita lugares tan históricos como el anfiteatro romano. Poco más de una decena de personas vestidas completamente de negro –yo no llegué con la ropa adecuada y Azcona tuvo que dejarme un pantalón y una camiseta–, descalzas y en completo silencio camina por las calles tarraconenses ante las miradas sorprendidas y temerosas de los demás viandantes –conviene destacar el niño que corre entre nosotros sin mostrar ningún tipo de temor ni interés por lo que le rodea–. Antes hemos leído en voz alta un texto de Abel Azcona sobre los refugiados, tapado en un momento determinado por el ruido de una moto de gran calibre que pasa por la calle, y contado nuestro objetivo personal en el proceso artístico. “Yo me adentré en el contenido de la performance cuando nos mojaste los pies con agua del mar antes de empezar a hablar en The Grey Square”, dijo más tarde una mujer que participó en ella y que explicó ser nadie.
Abel Azcona ha expuesto hasta el momento en 19 países, entre los que se encuentran Estados Unidos, Polonia, Filipinas, Italia o Argentina. Su arte no se entiende sin prestar atención a sus inicios vitales. Fue parido por una madre que se dedicaba a la prostitución para poder pagarse la heroína y que se quedó embarazada de un cliente. Más tarde, cuando fue dado en adopción, Azcona sufrió abusos de todo tipo que le han marcado de por vida llevándolo a sufrir un sinfín de problemas psiquiátricos. Cuando él habla de su pasado lo denomina su proceso. Un concepto que me llevar a pensar en El proceso, de Franz Kafka, en el que Josef K. se levanta un buen día acusado de algo, sin saber de qué, y a partir de allí todo se adentra en un laberinto que nadie sabe a ciencia cierta en qué consiste, aunque sigue adelante.
La performance tuvo lugar el día después de haber entrevistado a Azcona en la misma Platja del Miracle, amparados por un cielo encapotado que era un juego de azules y que amenazaba con lluvia. Antes habíamos dado un paseo en el que el artista pamplonés había demostrado no estar en demasiada buena forma física. “No hago nada de deporte”. Los ojos de Azcona penetran a cualquiera que los tenga delante y su habla no puede ser más veloz. En la sesión de fotos posterior demostrará timidez.
–¿Con qué intención creaste El Miracle?
–Cuando me meto en proyectos políticos y sociales es porque empatizo con ellos. Aunque tenga una casa, me siento un sin hogar. No tengo familia, no tengo vínculos. Evidentemente, mi caso es muy diferente al de los refugiados, pero siento muy míos algunos sentimientos. Y como estoy en este momento que quiero que lo personal se vuelva colectivo, de aquí nace El Miracle. Hace poco aún no teníamos título para el proyecto, pero este me pareció perfecto cuando me dijeron que la playa de Tarragona se llamaba Platja del Miracle.
–¿El proyecto nació a partir de la aparición en los medios de comunicación de la fotografía del niño sirio ahogado en la playa?–
–Ese fue el clic definitivo, aunque yo llevaba tiempo reflexionando sobre el tema de los refugiados.
–En tus performances te dedicas a escuchar mucho a la gente, como en El Miracle o en The Shadow. ¿En España se escucha suficiente al otro?
–Hay un montón de factores, entre ellos los políticos y sociales, que lo que hacen es silenciar al que quiere contar cosas. Creo que España es el país más desmemoriado que existe en todos los sentidos, tanto en memoria política, como individual, como colectiva. No interesa contar historias que hagan temblar a status de poder de carácter religioso, político o económico. Para eso estamos nosotros.
–Los hiciste temblar con Enterrados, el proyecto en el que enterraste simbólicamente a familiares de fusilados y exiliados de la Guerra Civil.
–Enterrados es ese tipo de proyecto que cuando empecé a trabajar nunca pensé que realizaría. Pero con el tiempo he tenido la suerte de que un montón de colectivos que luchan por dar voz a diferentes causas me han dado el privilegio de poder ayudarles. En este caso hay un colectivo, Asociación de Fusilados y Desaparecidos de Navarra, que lleva años trabajando para que se desentierren las fosas comunes que hay en mi tierra. Durante estos años han sido bastante silenciados, empezando por la prensa. Al poder trasladar ese trabajo a una acción artística, la lucha de la asociación se convirtió en portada de muchos periódicos.
–Tu performance se llevó a cabo en el Monumento a los Caídos de Pamplona.
–Sí, y el próximo 20 de noviembre Enterrados se va a convertir en una exposición dentro del monumento. Hace poco que me lo comunicaron. Ha habido un cambio político [el actual alcalde de la capital foral es Joseba Asirón, de Bildu, y el anterior era Enrique Maya, de UPN] que lo ha permitido. Los generales franquistas Mola y Sanjurjo están enterrados allí dentro y ahora ese lugar se va a convertir en un punto de debate político.
–Entonces conseguiste que los políticos removiesen un tema que suelen considerar espinoso.
–Yo creo que sí. Gracias a la performance estos temas salieron en portada. Si la repercusión mediática que tengo la puedo utilizar para dar voz, lo haré siempre que pueda. También se va a cambiar el nombre de la plaza, por ejemplo. No quiero decir que la performance haya creado el debate, ya que el debate sobre la memoria histórica lleva encima de la mesa mucho tiempo, pero la performance remueve y hace que se aligere un poco este proceso.
–Aunque a veces se desprecia el concepto performance.
–Los máximos maltratadores del concepto performance son los propios artistas que trabajan este formato. Muchos de ellos han maltratado la palabra, la cual es compleja, ya que si la traduces del inglés al castellano es ‘actuación’. Y, justamente, la performance es antiactuación, el antiteatro. Las performances sin discurso en este momento creo que no tienen ningún sentido. Últimamente vemos cosas como artistas con una manzana en la cabeza dando vueltas alrededor de una silla. El espectador observa estas performances del absurdo como algo irreal, sin sentido, de risa. En cambio, otros artistas intentamos que sea una herramienta, un arma que convierta ese espectador. Mis performances son perfectamente comprensibles, te llegan tanto a nivel estético como a nivel conceptual. El espectador no piensa qué coño hace este tío. Yo creo que se pueden entender.
–¿Te interesan artistas como Ai Wei Wei o Yoko Ono?
–Me interesan como objeto lúdico. Aunque de Ai Wei Wei hay piezas que me pueden interesar y Yoko Ono tiene su punto. Es fluxus, es divertida y la exposición en el Guggenheim de Bilbao fue interesante. Pero no hacen el tipo de trabajo que yo respeto. Yo nunca digo que me gusta el trabajo de alguien, sino que lo respeto. Y en estos casos no es así. Sí respeto el trabajo de Tania Bruguera, por ejemplo.
–¿Qué nivel tienen los artistas de performance en España?
–Bajo. Para mí se ha maltratado mucho el género. Hay algunos referentes, pero ya lo eran en los setenta u ochenta, y siguen con el mismo discurso de entonces. Yo creo que el discurso debe evolucionar. Con Regina José Galindo queremos que el arte que llene las galerías sea el de carácter político y social.
–Dame ejemplos de performers que no han evolucionado.
–Por ejemplo, Esther Ferrer, que fue profesora mía, y que cuando empezó en los setenta hacía performance fluxus, de carácter feminista, y hoy sigue haciendo lo mismo. Yo cuando empecé me hacía daño, sangre, tengo cicatrices. En cambio, ahora prefiero exprimir al espectador desde lo conceptual antes que desde lo visceral. Obviamente, si tú vas a una galería y sangras y gritas la gente sale de allí revolucionada, pero me parece que sale mucho más revolucionada si se sientan en un columpio y escuchan una experiencia, como en The Shadow. O si acaban entrando en el mar conmigo y hacen un pequeño viaje, como en El Miracle. El desnudo y la sangre me interesan menos. No hay que tener miedo a cambiar tu forma de trabajar. Hay que mirar las performance de 2010 y pensar que ahora no haría eso ni en broma.
–¿Te arrepientes de alguna obra?
–No, porque las performance son procesos y mi proceso artístico y vital está reflejado en mi trabajo. Pero hay cosas que no haría ahora ni las compraría. El noventa por ciento de mi trabajo pasado probablemente no valga nada porque son procesos que yo he necesitado hacer y los he hecho tal cual. Como son viajes personales están validados por mí, no necesito que los valide nadie más.
–Empezaste muy joven, con 18 años.
–Con los años vas puliendo, vas probando y te van interesando otros factores. Por ejemplo, yo hace tres o cuatro años tenía muchos problemas con la asexualidad y gracias a ciertos proyectos que ahondaron en el tema conseguí sanar algunas cosas. Aunque sanar no es una palabra que me guste, pero por lo menos hice un proceso de catarsis que me ha permitido evolucionar.
–¿Por qué no te gusta la palabra sanar?
–Porque implica cura y yo creo en el autoconocimiento, en la catarsis y en un montón de términos que te permiten seguir hacia adelante, pero la palabra sanar no tiene mucho sentido porque mis problemáticas, como el trastorno de personalidad, por mucho que haga arte no se van a curar nunca. Voy a aprender a convivir con mi locura, pero sanar del todo es irreal. Hace ocho años hablaba de arte-terapia, pero ahora no hablaría nunca de arte-terapia.
–¿Qué te llevó a hacer arte? ¿Quizá esta necesidad interior de expulsar tus traumas y temores?
–Yo tenía que sacar todo de alguna forma. Hay muchos procesos artísticos que te permiten hacerlo, pero a mí siempre me ha gustado el trabajo de cuerpo, lo experimental. Entonces, a esa edad, decido salir a la calle y empezar a hacer este tipo de procesos que algunos llamarán locura y otros arte. Tampoco me preocupa. Pues sino es arte, es mi mierda, y lo hago porque tengo esa necesidad. Con el tiempo me di cuenta que hacer performances es coger tu maleta personal, ponerla delante, arrancarla, destrozarla y encima que el espectador la pueda manipular contigo.
–Sin haber nacido de una madre que se prostituía para poder pagarse la heroína y después haber sufrido abusos, dormido en la calle durante la adolescencia, entre demás experiencias horribles, ¿Abel Azcona hubiese sido artista?
–No. Todo mi pasado tiene que ver con la destrucción. Mi nacimiento, mi infancia, mi adolescencia. Para subsistir hice lo contrario: crear. Y salí de eso creando. Abel Azcona, nos guste o no nos guste, es un hijo de puta.
–Al principio hablabas más de tu yo interior y ahora más del dolor ajeno.
–Sí, al principio hacia mis trabajos individuales, mis performances, y la gente llegaba o no llegaba pero no me preocupaba. Ahora con el tiempo me he dado cuenta que eso me ha ayudado mucho y me ha hecho evolucionar un montón, pero el espectador me ha aportado mucho más de lo que me esperaba. En el momento que me di cuenta que el espectador me daba más respuestas que las que yo me daba a mí mismo, tuve que incluirlo. ¿Y por qué la catarsis tiene que ser individual si hay la posibilidad de que sea colectiva? El artista tiene que subir al espectador a sus hombros, debe trabajar con la idea de un espectador pensante, constructor, un espectador activo. Está muy bien entrar en una galería y ver un cuadro colgado o una escultura expuesta, pero eso se te olvida a la semana siguiente. En cambio, si empoderas al espectador para que se transforme, no lo va a olvidar nunca. Te puedo asegurar que los espectadores que han visto Abel Azcona en una galería se acuerdan. Además, hay un abuso del medio. Hay muchas pinturas y esculturas, pero en cambio no hay tantas experiencias como El Miracle.
–¿Te preocupa que a veces cuente más el morbo que el contenido de tus obras? Eso parece suceder, por ejemplo, cuando hablan de ti en los medios de comunicación.
–A mí no me preocupa. Como creo que el espectador construye, el periodista también es un espectador. Y si él lo quiere ver de una forma amarillista hará que llegue a un público diferente. Para mí es igual de interesante. Hasta el crítico que dice que lo que hago es una mierda me parece igual de interesante. De hecho siempre me ponen más las críticas que son negativas, ya que me parecen una reacción mucho más interesante. Los elogios los escuchas, pero al final no te interesan.
–Con 16 años te intentaste suicidar.
–Lo intenté con quince, con 16, con 17 y con 21.
–No conocía la existencia de los otros tres intentos.
–Porque a veces los cuento y otras no.
–Es evidente que no salieron bien.
–Pues la verdad es que no. Son verdaderamente barbaridades. Tomarme 60 pastillas, por ejemplo. No son los típicos de quince años para llamar la atención. Creo mucho en el derecho a vivir o a no vivir, pero en todos los niveles. Tanto en el tema de la eutanasia como en el aborto, por ejemplo. Se me ponen los pelos como escarpias cuando escucho gente decir que es obligatorio nacer. También tenemos derecho a no nacer. Por supuesto el aborto es un derecho de la mujer, pero también es un derecho del menor a no nacer. Mi caso es un claro ejemplo de que no debería haber nacido. Antes de nacer no se es nada y ese nada no tiene que venir a la vida sí o sí. Tenemos un caos mental por culpa de la religión y el dios ese que es un señor con barbas que vive en una nube.
–Entonces a ti te hubiese parecido bien que tu madre abortase en su momento.
–Bien no, me parece que es lo que tendría que haber pasado.
–La realidad es que has nacido. ¿Estás satisfecho de ello?
–Yo he nacido. Ahora tengo una situación más o menos estable, mi medicación psiquiátrica, un trabajo que me gusta; sigo hacia adelante. Yo no creo que viva 90 años porque llegará un momento en el que mi propio proceso estará. Pero ahora sigo hacia adelante, aún tengo mucho que decir. Además, ya que en una sociedad católica como existe en el entorno de Pamplona y de Madrid se empeñaron en que naciera, pues ahora toma: taza y media. Galerías y museos me abren las puertas para contar un discurso que creo que es necesario en este momento político que estamos viviendo. No puedo decir que sea feliz de vivir, porque la palabra felicidad me parece muy utópica y muy irreal, pero ya he nacido. Y ya que estoy aquí, pues vamos a trabajar un poco.
–No hablemos de felicidad. ¿Pero alguna vez has sentido bienestar?
Yo siento un bienestar muy grande cuando hay personas que salen transformadas de mis piezas y me lo cuentan. Si noto verdaderamente que a esa persona le ha servido, me siento realizado. Me siento lleno. Solo que a una persona le cambie un poco la vida… Recibo cartas de personas en situaciones realmente difíciles que me cuentan que gracias a mi trabajo no se han suicidado. Para mí ya está, suficiente.
–Imagino que entiendes que al lector le pueda chocar que digas que no te ves con 90 años.
–Igual que el proceso está evolucionando con mi trabajo, yo creo que llegará un momento que ese proceso terminará. Como yo mezclo el arte con la vida, en el momento que termine, terminará todo. Tampoco doy más datos, pero probablemente vaya de la mano. Ya que me has obligado a nacer, por lo menos déjame decidir cuándo me voy. No estoy diciendo que me suicide mañana, simplemente digo que será un proceso artístico más. A mí la muerte me parece un proceso muy interesante, quizá porque vengo de Navarra y allí tenemos un humor muy negro.
–Aunque en tus procesos artísticos no has tratado demasiado los temas de la muerte y el suicidio. ¿Los dejas para más adelante?
–No han estado muy presentes todavía, es verdad. Tampoco he tocado mi trastorno de personalidad y los temas mentales. El año pasado, por ejemplo, me centré en los temas sexuales porque yo lo necesitaba, ya que a causa de una relación viví unas cargas muy fuertes en mi mente y tuve que hacer un trabajo con medicación. También existe el tema de mi madre, que hace relativamente poco averigüé que cuando ella me dio a luz tenía sida. Aquí hay otro tema interesante del que podría hablar. En realidad hay un montón de trabajos que quiero ir colocando. Este año estoy tratando el tema del abuso, pero tengo temas como para llegar a los noventa. Para mí es una lucha que la gente exponga su dolor, sus sentimientos, que tenga memoria. En España hay que avanzar en ese sentido.
–¿Hacia dónde se dirige tu obra?
No me gusta imaginarme el futuro. Siempre que me imagino algo, me equivoco. Piano piano. Ahora tengo proyectos cerrados hasta 2017, pero no sé lo que voy a exponer. Por ejemplo, en 2017 tengo que ir a Vancouver a un festival de performances y aún no sé qué voy a exponer.
–¿Y no te lo piden?
–Les envío un texto medio poético, efímero, que no se entiende demasiado. Para mí preparar las exposiciones con mucha antelación rompe ese proceso catártico y efímero. Podría preparar una cosa para 2017 que llegado el momento no me interese trabajar por mis sentimientos, por mis sensaciones, o porque ya lo haya explorado antes. Tiene que ser mucho más aquí y ahora.
–¿Para ti todos los procesos son catárticos?
–No, hay procesos que me desestabilizan y lo paso fatal. Pero bueno, todo construye. Para construir hay que equivocarse, ponerse al borde del alféizar. Hasta que un día no pueda más.
–¿Das prioridad a la parte artística respecto a la personal?
–Sí, para mí la obra artística va primero.
–Entonces no te importa incentivar tus trastornos.
–Así es.
–Tu psiquiatra debe estar horrorizado.
–Por supuesto que no está de acuerdo con mi forma de llevar las cosas, pero yo no quería nacer y he nacido, pues ya está. Mi nacimiento ya fue un objeto político, tengo la necesidad de seguir esa vertiente.
–Si no hubieses encontrado la vía artística, ¿qué hubiese sido de Abel Azcona?
–Ya no estaría aquí. Cien por cien seguro. Era: o me moría o andaba por un hilo.
–Y ese hilo te está llevando a cotas muy altas a nivel artístico.
–En algunos campos mi vida actual es satisfactoria.
–Y muy ajetreada.
–Sí, en mi vida soy así. Yo tengo un trastorno obsesivo compulsivo y necesito estar sin parar. No puedo hacer solo una cosa al mes, no tengo la capacidad de estar quieto.
–¿Consigues inspirarte estando constantemente activo? ¿No necesitas parar y quedarte solo en una habitación?
–Yo estoy mucho tiempo solo. No tengo familia y solo tengo uno o dos amigos que veo cada tres o cuatro meses. Vivo una vida muy solitaria. Nací solo y vivo solo. He aprendido a vivir con ello. No me voy a definir como sociópata pero tampoco soy la persona más social del mundo. He aprendido, al fin y al cabo, que hay una parte muy ‘performativa’ en hablar y relacionarme con gente del mundo del arte. Para mí todo el arte tendría que tener una parte ‘performativa’, ya que la performance es la madre de todo lo artístico.
–¿Los amigos que tienes pertenecen al ámbito artístico?
–Uno es fotógrafo y gracias a él se construyeron los primeros dos años de mis piezas. Hace fotografías muy buenas. Y el otro es la persona más normal del mundo. Un camarero que no tiene nada que ver con el mundo artístico y que es mi puntal de coherencia y tranquilidad. Cuando estuve ingresado en el psiquiátrico fue quien siempre me vino a ver.
–¿Cuál fue el punto de inflexión en tu carrera artística?
–Creo que en 2011 en el Museo de Arte de Bogotá. Allí empecé el circuito más importante. Y después el segundo punto de inflexión fue con Eating a Coran, que conllevó una gran polémica y que vendí a un coleccionista danés. El dinero ganado me dio opción a crear otros proyectos. Piensa que yo hago proyectos con un coste elevado. Por ejemplo, Dark Room cuesta 180.000 euros. El nivel de venta que tengo es bastante bueno y me da una libertad de creación muy grande. Aunque hago mi parte de bienales y museos, no puedo dejar mi parte de calle, de exposiciones underground, como la de The Grey Square, porque si no no sería yo.
–¿Te importa el dinero?
–Tengo una vida muy normal. De lo que gano destino una parte a mi vida cotidiana y todo lo demás es para poder crear más obra. Soy coherente con ese discurso. Nunca me ha importado el dinero. Yo cuando me fui de casa con 17 años viví prácticamente en la calle. Me conozco todos los comedores sociales de Madrid, iba a la calle San Pablo a que me diesen una bolsa de comida. Valoro el dinero desde el punto de vista de no volver a estar en esa situación, aunque tengo que decir que yo en esa situación estaba medio estable. La sabía vivir. Tengo una vida normal, vivo en un piso normal. Sí, tengo una vida coherente. El día que se me vaya la cabeza como a Marina Abramović y haga algo muy diferente a mi discurso actual espero que alguien me lo diga.
–¿Cómo estás de salud?
–Estable. Yo tomo una medicación bastante fuerte mañana, tarde y noche. Hace poco tuve una bajada y el año pasado sufrí bastantes problemas porque estuve consumiendo drogas y alcohol de forma exagerada y el consumo de cocaína me llevó a un extremo. No ayuda, obviamente, a la enfermedad mental. Pero ahora lo he sabido controlar. Quien haya estado en según qué inauguraciones me habrá visto colocado hasta arriba.
–¿Y eso no ha provocado reticencias por parte de algunos museos o galerías a la hora de contratarte?
–Al revés. Los más esnobs son los que más se meten. Por ejemplo, yo he ido a un museo de arte contemporáneo y en una escultura el director me ha puesto rayas de cocaína. Aunque yo no quiera serlo, hay varios matices que me convierten en un producto: el artista trastornado. A los esnobs les gusta, pero el artista tiene que empoderarse en su creación y no convertirse en artista mascota. Es complejo.
Fotografías: Sergi Escudero y Polarizador/Abel Azcona