No puedo ser tu amigo si soy el periodista que va a controlar tus acciones. Tú eres el poderoso, el conocido o el famoso. Da igual que poseas un banco, dirijas un gobierno o metas balones dentro de una portería; no puedo ser tu amigo. Y no voy a serlo. Puede haber cordialidad, respeto y hasta compadreo (el roce hace el cariño), pero no puedo ser tu amigo. Es el peaje que tengo que pagar por sufrir de esta vocación suicida. En el momento que lo sea, no haré periodismo. Al menos, no haré periodismo cuando tú seas el protagonista de las noticias que yo firme.

Esas cuatro frases, tan simples y claras, las deberíamos llevar los periodistas tatuadas en la frente para que la gente supiera de qué palo vamos cuando nos vieran llegar a las ruedas de prensa o a los campos de fútbol. Sin embargo, somos hijos de nuestro tiempo, el de la amistad made in Facebook y el trato interesado. Al poderoso, se dedique a lo que se dedique, siempre le interesará agasajarnos, pagarnos vacaciones, comprarnos regalos… Nos tratará mejor de como se tratan dos adolescentes recién enamorados. Y muchos caen y caerán en el engaño. Se sentirán fuertes porque van de la mano del poderoso. Y, encima, abrirán la boca para llenársela de sentencias morales. Se sabrán protegidos y no hay nada peor que el farsante que se cree invulnerable.

La plaga del periodista-amigo parecía algo exclusivo de la prensa rosa. La amiga de la folclórica defendiéndola a capa y espada en un plató de televisión porque, además de amiga, es periodista y eso da prestigio. Luego pasó al deporte. La semana pasada, Joana Bueno, redactora jefe de Lance, un importante periódico deportivo brasileño, ponía en duda en una charla la credibilidad de muchos colegas españoles. ¿Cómo van a hacer periodismo si se dedican a subir al Twitter sus fotos de colegueo con los futbolistas de la selección española en Brasil? Según ella, esos mismos informadores son los que se quejan de «conspiración» cuando en la prensa de Brasil se destapa que los jugadores de España invitaron a unas señoritas a divertirse en su hotel de concentración durante la Copa de las Confederaciones del año pasado. El periodista-amigo aparece sin mesura y sin censura en el periodismo político. Para esta raza, ser periodista es escribir cuatro columnas de opinión y chillar en la televisión en un par de debates a la semana.

¿Hay alguna diferencia entre muchos tertulianos de La Sexta Noche y los tertulianos de engendros como Punto Pelota o Sálvame? Sinceramente, creo que solo los nombres de los amigos que defienden con su disfraz de periodistas. Entonces, llamésmosles voceros y no periodistas, por favor. Un periodista no tiene amigos. Si no tenemos trabajo, que nos quede al menos algo de dignidad.

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