The-Damned-United

La película respira fútbol por sus cuatro costados del minuto 1 al 98 (un partido con largo descuento) y, sin embargo, en The Damned United el balón es lo de menos. ¿Una película buena sobre balompié? Sí. ¿Una película apta para alérgicos al cuero? Totalmente. Porque lo que ocurre a lo largo de su metraje, en los embarrados campos del fútbol inglés de los 70, es solo un reflejo de lo que transcurría en los banquillos y en las gradas, perfectamente ambientadas y coloreadas de gris anglosajón. Es allí, donde no juega el físico y solo lo hace la cabeza, donde sucede The Damned United, en las tripas de unos estadios viejos, pero añejos; incómodos, pero llenos de historias. Es pura psicología –con los trastornos y las fortalezas de la mente– hecha película. La cinta la firmó hace cinco años Tom Hooper antes de convertirse en uno de los directores del momento. El británico, que por aquel 2009 aún no había cumplido los 40, tenía una amplia experiencia en películas para televisión, pero a la gran pantalla solo se había asomado con Red Dust, un drama sobre el apartheid sudafricano en el que aparecía la oscarizada Hillary Swank. El Oscar se lo llevaría el propio Hooper dos años después de haber estrenado The Damned United: lo ganó en 2011 tras ponerse detrás de la cámara y rodar El discurso del rey. El inesperado éxito de la arriesgada The Damned United alumbró a una superproducción con trama bien diferente. Mientras el conocido título que interpreta Colin Firth camina por los senderos del biopic de superación personal y final feliz, The Damned United es gamberra y psicológicamente enrevesada. Tanto como solo podría serlo el personaje en el que se inspira el guión: Brian Clough.

A pesar de ganar dos veces la Copa de Europa y conquistar en un par de ocasiones la Liga inglesa, Brian Clough sigue siendo un ser semidesconocido fuera del Reino Unido. Los más aficionados al fútbol habrán escuchado hablar de aquel Nottingham Forest que ganó dos Champions a finales de los 70. Menos, de un Derby County que llegó a semifinales del máximo trofeo continental en 1973. Nottingham y Derby. Dos ciudades de medio pelo en la actualidad balompédica de Inglaterra que reinaron –o estuvieron cerca de hacerlo– en Europa hace 40 años. La estrella de ambos equipos, Forest y County, fue fulgurante, brillante, pero fugaz. A imagen y semejanza de Clough, el entrenador que les subió de Second a First Division y les guió hacia el éxito a la estela de su carisma imborrable. Y es en este punto, el mental, donde The Damned United, una película que si de algo anda coja es de calidad en las escenas en las que se reviven los partidos, pide la palabra mediante diálogos trepidantes, que muestran un amplio catálogo de maneras de ser y desaparecer.

«Te crees que controlas, pero en verdad no controlas una puta mierda», suelta Antonio de la Torre, metido en la piel de un bebedor sin remedio, en mitad del metraje de Primos. Clough acabó por convertirse también en un alcohólico, pero antes, o durante la afición por la bebida llegaron las borracheras de ego. The Damned United salta adelante y atrás en el tiempo, pero se centra en los 44 días más odiados de la vida de Clough: los que invirtió en el Leeds United. El título de la película puede traducirse por ‘el maldito (o condenado, puñetero, jodido o algo más fuerte) United’. Toda una revelación de algo que era público: tanto Clough como su ayudante, Peter Taylor, odiaban a muerte al Leeds United, el equipo del momento en Inglaterra, un conjunto que encarnaba –y la película se empeña en reflejarlo desde la primera aparición del antagonista de Clough– como nadie esa sentencia de que el fin justifica los medios. Era un equipo hecho a la imagen y semejanza de Don Revie. Este entrenador también era de Middlesbrough y, como Clough, procedía de una familia de origen humilde.

El entrenador británico Brian Clough / Wikipedia

El entrenador británico Brian Clough / Wikipedia

Para Clough, 18 años menor, Revie era un ídolo. Capaz de sacar de la nada al Leeds para hacerle ganar títulos en la isla y en Europa. La cinta narra los detalles de esas cinco semanas que Clough pasó en el Leeds, un club que le detestaba, pero que le contrató para sustituir a Revie cuando se marchó a la selección inglesa en el verano de 1974. Entre los dos entrenadores tampoco se soportaban. Para Revie, era una rivalidad deportiva. Para Clough, algo más. Según avance la trama, se lo acabará confesando en un programa de televisión al que ambos acuden para analizar el pésimo arranque liguero del Leeds. Clough le habla a su enemigo de 1968, cuando él era un rostro anónimo que comenzaba en el Derby County. Fue en una eliminatoria de Copa inglesa. Se enfrentó al Leeds de Revie y… «No me saludaste, me despreciaste». «No le recuerdo», le contesta el otro, evidentemente sorprendido. «No, no lo hiciste». «Sí, lo hago con todo el mundo. No he dejado a ningún rival sin saludar». «No me saludaste. Le diste la mano a todos los miembros del cuerpo técnico, pero a mí no». «Entonces es que no te conocía…».

Michael Sheen, el actor que interpreta a Clough, se descompone en esa escena. Su ego le corroe por dentro. Su ego, que ha ido aumentando y alimentándose con cada éxito, le trastorna. Le trastorna no verse correspondido por la admiración de Revie (un acertadamente insolente Colm Meany). Así, la gloria no solo da de comer al ego; la gloria, también, va nutriendo ese odio guardado a partir de una pequeña confusión del pasado. Los efectos no tardan en llegar: le despiden del Leeds por sus malos resultados y por no haberse hecho con una plantilla de orgullosos y violentos futbolistas que veían como una traición su fichaje. Era un ejército que amaba a su viejo capitán (Revie) y sus métodos de guerra sucia y que no podía consentir la llegada de su máximo enemigo –Clough–, que comete el error de pedir en pretemporada a los jugadores del Leeds, encabezados por el pequeño e indomable Billy Bremner, que cambien su manera de jugar. El pecado que no tiene curación, exigirlo con desprecio y superioridad. En una de las tomas, Sheen aparece apoyado en la puerta de la sala de juntas. Dentro, se escucha a Bremner hablar en nombre de la plantilla. Lo que se escucha del entrenador es de todo menos bonito. El grupo ha vencido al héroe. Así se gesta su despido.

«¿Cuándo perdí el control?, ¿cuándo se me fue todo de las manos?», parece preguntarse un gesticulante Sheen a lo largo de la película. Los constantes flash-backs lo van desvelando a sorbos y demuestran que el éxito raras veces suele ser individual, a pesar de que sociedad, medios y cerebros busquen el triunfo del héroe por encima del equipo. Si el espigado Sheen, siempre con sus mofletes enrojecidos y su pelo negro poco peinado, se convierte en una especie de Don Quijote que no teme a desafiar a los molinos del fútbol inglés pese a ser un desconocido que entrena a equipos que nunca ganaron nada, pero que necesita un Sancho Panza. Ese es sin duda, el orondo Peter Taylor (Timothy Ball). El reverso de la moneda de Clough: «Le echo de menos, solía hacerme reír. Era el mejor para relativizar un problema y buscar una solución. Tenía razón», declaró poco después de la muerte de Taylor. ¿Cuándo dejas de controlar? Al creerte el mejor. En una escena, Taylor y Clough, acompañados por sus mujeres y los hijos del último, disfrutan en la televisión de los éxitos de su Derby County. En la pantalla aparece Muhammad Ali preguntándose con su descaro habitual quién es el entrenador inglés que ha afirmado ser mejor que él. Clough suelta una carcajada. Taylor, también. Quizás sea el único momento de la cinta en el que el ayudante pasa al terreno del entrenador. Durante el resto, Taylor le da los mejores consejos, le pide y logra de Clough prudencia, le busca los mejores jugadores al mejor precio, le ayuda a rehabilitar viejas estrellas para que apuntalen un proyecto que, pese a ser pequeño, llega a lo más alto.

¿Cuándo te come el ego? Cuando dejas de hacer caso a tu conciencia, encarnada en este caso por tu amigo, tu escudero. Eso parece decirse Clough cuando conduce hasta el sur («¡el jodido sur!», habrá declarado antes este hijo de la tierra de los mineros británicos) para reconciliarse con Taylor, que le perdona después de obligarle a confesar sus meteduras de pata delante de sus hijos. Y, con el Canal de la Mancha al fondo de las imágenes, Taylor se olvida que Clough hubiera mandado al garete la semifinal de la Copa de Europa a la que llegaron con el County y que les enfrentó contra la Juventus por no haber reservado a los titulares en el partido anterior ante el Leeds –siempre el maldito United–, que le lesionó a sus mejores hombres. Y se olvida de que su amigo pusiera los dos cargos a disposición de la directiva del Derby County sin consultarle. Y de que, traicionando a su ideología y principios, rompiera con el Brighton para marcharse al Leeds después de haber llegado a un acuerdo verbal con los dueños, que además les pagaron unas vacaciones en Mallorca. Y, por supuesto, de escuchar por boca de Clough que él, Taylor, el eterno ayudante, era un segundón innecesario. Taylor no tenía ego. Perdonó. Borró y reinició el sistema. Revie y, especialmente, Clough rebosaban de ego. De una chispa insignificante, crearon un incendio.

Hooper decide rematar el filme justo antes de la llegada del dúo Clough-Taylor al Forest, donde vuelven a empezar y consiguen casi toda su fama. En 1976 suben a First Division; en 1978, ganan la Liga; en 1979 y 1980, dos Copas de Europa que hoy en día hacen a más de uno frotarse los ojos al ver el palmarés de la competición. La historia parece repetirse y daría para una segunda parte de The Damned United que bien podría llamarse The Amazing Forest. Son, nuevamente, maneras de ascender, pero también, maneras de destruirse. El irreductible Clough, laborista de la vieja escuela –curiosamente, Sheen también ha encarnado al verdugo de esa izquierda inglesa, Tony Blair. Lo hizo en The Queen– volvió a vivir ambas sensaciones: tras tocar la gloria, esa estrella fulgurante, pero fugaz fue apagándose en el Nottingham Forest hasta su retirada de los banquillos a los 58 años. Once después, con 69, un cáncer de estómago le retiró de la vida. Tiene tres estatuas: en su Middlesbrough natal, en Nottingham, donde fue tan famoso como Robin Hood, y en Derby. Quizás la última es la que mejor le representa. Aparece con el bueno de Peter Taylor, que en 1982 se marchó del club, quedándose su amigo otra vez, solo ante el peligro. Clough solo pudo ganar dos Copas de la Liga y, cuando se retiró, en 1993, lo hizo descendiendo con el Forest. Fue su punto y final. Al final, lo que menos importaba era el balón.

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