Bulgaro

Aún recuerdo que, con seis añitos, en 1994, mi abuelo me regaló la primera equipación del F.C. Barcelona con el número ‘8’ y el nombre de Stoichkov a la espalda. No sé cómo ni por qué desde ese día el díscolo jugador búlgaro se convirtió en mi futbolista favorito (sólo comparable a mi devoción por Puyol) y me hizo ser del Barça. Recuerdo también, ese mismo estío, un trayecto de autobús donde mi abuelo me compró un paquete de cromos, salió Stoichkov, claro. Justo ese verano, también, fue el que un grupo compuesto por jugadores que acababan en ov se rebelarían contra el establishment mundialista y conseguirían uno de los mayores hitos que se recuerdan en una fase final de un Mundial de fútbol.

Pero, ¿cómo se gestó esta Bulgaria? ¿Por qué 1994? Con la caída de la URSS, el mercado futbolístico de los países de la Europa del Este se abrió y cracks como Stoichkov o Balakov dieron el salto a ligas como la española o portuguesa, dotando de una mayor experiencia a una selección que hasta el momento no había ganado ni siquiera un partido en un Mundial. No pudo asistir a esta cita Lubo Penev, jugador entonces del Valencia que luego levantaría el doblete con el Atlético de Madrid, por estar convaleciente de un cáncer.

Ya venían apuntando manera estos chicos búlgaros con peinados noventeros que parecían más peluquines que pelo natural. Habían dejado fuera, en la fase de clasificación, a la gran Francia de Eric CantonaPapin y Ginola en el mismísimo Parque de los Príncipes de París. Además, en la fase de grupos quedaron únicamente a un punto de una Suecia que, a la postre, iba a ser la que dejaría sin medalla de bronce mundialista a Hristo y sus muchachos. Listos para ir al Mundial y fase de grupos (donde aún pasaban los mejores terceros, ya que se jugaba en formato de 24 selecciones) con la Argentina de Maradona, la potente Nigeria y la paupérrima Grecia.

Mal empezarían los leones búlgaros. Paliza recibida (perdieron 3-0) ante el combinado nigeriano y muchas dudas ante el pobre juego desplegado. Más bien sería un espejismo. La bestia despertaría en el segundo partido, esta vez contra Grecia. Stoichkov anotó sus dos primeros goles, Bulgaria venció por 4-0 y, además, significó la primera victoria búlgara en un trofeo mundialista. En el último partido, contra Argentina, ya sin el Pelusa por su positivo en un control antidopaje posterior a su encuentro ante Grecia, donde la albiceleste se impuso 4-0, Hristo y sus Pegamoides darían un puñetazo sobre la mesa al imponerse por dos tantos a cero ante un conjunto argentino sumido en una profunda depresión sin su D10S. Además, Stoichkov anotó su tercer gol. Finalmente, segundos de grupo por detrás de Nigeria y emparejamiento en octavos contra México.

Frenético, así fue el partido contra el combinado azteca. Penalti en el minuto 6, cuarto gol de Stoichkov y un despliegue físico y de juego pocas veces visto en un Mundial. Pero México no era moco de pavo, García Aspe empataría el partido, también tras transformar un lanzamiento de penalti en el 18’. Toma y daca, sendas ocasiones de Stoichkov y Balakov. Fin del partido, prórroga a cara de perro y, para finalizar, más penaltis. Jorge Campos, con su estrafalaria indumentaria y sus mangas por las muñecas, contra Mihaylov, el portero búlgaro. Primer lanzamiento de García Aspe, que hizo un “Sergio Ramos” y lanzó a las nubes. Turno de Balakov y paradón con mayúsculas del mítico Campos, 1-1. Pero no sería el portero mexicano el que se llevaría la gloria. Dos paradas de Bobby Mihaylov a Bernal y Rodríguez, unidos a los goles de GuenchevBorimirov y Letchkov darían el pase a la Bulgaria que ya tenía enamorado a los fanáticos del balompié. Turno de hacer historia, turno de medirse a la todopoderosa Alemania de KlinsmannVöller y Matthäus. Es decir, la vigente campeona mundial.

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Primera parte con una Bulgaria desbocada que llegó a estrellar un balón en el poste. Pero serían los germanos quienes se adelantasen en el minuto 47’ de penalti cometido sobre Klinsmann que Matthäus se encargaría de transformar. Pero los muchachos de Hristo no habían dicho su última palabra. Sería el propio Stoichkov quien pondría la igualada en el 75’ tras un lanzamiento de falta magistral. Tres minutos más tarde, Letchkov se encargó de desatar la locura con uno de los más bellos remates de cabeza que se recuerdan en los mundiales. Final, Bulgaria a semifinales. Ver para creer.

Hasta aquí llegaría la aventura de estos rebeldes. Ahora tocaba un hueso duro de roer, la Italia de Roberto Baggio y un joven Maldini que dirigía Arrigo Sacchi. Baggio, con un doblete, pondría en ventaja a Italia. Stoichkov, igualando a Salenko con seis goles, recortó distancias de penalti y, si el árbitro hubiese visto una mano dentro del área de Costacurta, quizás la historia de este partido hubiera sido muy diferente. Ahora tocaba jugarse el tercer puesto contra la talentosa Suecia. Como hemos dicho antes, Suecia fue la encargada de quitarle el bronce a los búlgaros con un contundente 4-0.

Pero siempre quedará en el recuerdo ese equipo casi anárquico que convertía en frenético cada partido con un fútbol eléctrico que se basaba en un gran juego por las bandas y en esa capacidad de no rendirse nunca y actuar como un verdadero equipo. Algo que parece milagroso porque egos, en esa Bulgaria, había muchos. También era famosa la leyenda negra de borracheras y timbas de póker en los hoteles que ocuparon los búlgaros durante su estancia en Estados Unidos. Los grandes talentos siempre han sido las mayores “balas perdidas”. Desde Stoichkov a Balotelli han pasado también por ese selecto club Maradona, RomarioCantoná o Paul Gascoigne, entre otros y, casi siempre, estos díscolos jugadores son los que más nos han hecho disfrutar.

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