Todos, en algún momento de nuestra insignificante vida, nos hemos sentidos atemorizados por el miedo al fracaso. Todos. Pasando por el más inseguro de los hombres hasta el más decidido. No lograr el objetivo fijado no tiene por qué ser motivo de autoflagelación, aunque el problema empieza cuando ese miedo inunda nuestras vidas y el fracaso es quien domina la situación. Seguramente, la mayoría no conozca al hombre de la foto. Era portero de fútbol e incluso estuvo jugando varias temporadas en España. Hace no mucho, Robert Enke decidió decir adiós justo cuando rozaba el éxito con las yemas de los dedos. El éxito que se le había resistido era inminente y, sin embargo, el miedo a fracasar de nuevo todavía perduraba en su mente. Enkus –como lo llamaban algunos de sus amigos más cercanos– nació en la antigua República Democrática Alemana (en 1977) y, probablemente, la caída del Muro de Berlín le pilló jugando con la pelota.

La senda para llegar a la élite del fútbol no es precisamente un camino de rosas y Robert Enke vivió esa dureza en sus carnes. El guardameta pasó por equipos como el Carl Zeiss Jena –el club de su ciudad natal– y el Borussia Mönchengladbach –un histórico del fútbol germánico, en aquella época, en horas bajas– antes de dar el salto al Benfica, donde siendo aún bastante joven brilló en la liga portuguesa. Tras un informe realizado por José Mourinho y con el aval del entrenador de porteros Frans Hoek, Enke llegó al FC Barcelona en el verano de 2002. Por aquel entonces, dirigía a los catalanes Louis Van Gaal, en la que era la segunda etapa del holandés en el Camp Nou. Años difíciles en un Barça que encadenaba tres temporadas sin levantar títulos. Aún así, pese a la posibilidad de triunfar en un grande de Europa, el joven portero alemán no sabía que en ese momento había comenzado el inicio de su fin. El principio de su pesadilla.

Enkus llegó al Barça repleto de moral, con ganas de comerse el mundo, pero sabiendo que el técnico holandés no tenía un portero titular y que los tres arqueros –Valdés, Bonano y él– partían con las mismas opciones. Contra todo pronóstico, el debutante Valdés fue el elegido para ocupar la portería mientras que Robert se vio relegado al banquillo. Esto supuso un duro golpe a su estabilidad emocional. ¿Qué estaba haciendo mal? Su oportunidad tuvo que esperar hasta un desdeñable partido de Copa del Rey frente a un equipo modesto de la división de bronce del fútbol español, el Novelda. Para Robert no era un partido más. Sólo podía perder en aquel campo perdido en la provincia de Alicante. Así lo reconoe en el libro que narra la biografía del portero alemán, escrito por Ronald Reng, periodista de gran prestigio en el país teutón y amigo de Enke. Si los culés ganaban, sería lo normal. Si perdían, la eliminación del torneo copero –por aquel entonces las primeras rondasse jugaban a partido único– representaría un nuevo fracaso para la moral de Enke.

Lo que aparentemente parecía un puro trámite acabó convirtiéndose en pesadilla y el Barcelona, incuestionable favorito en esta eliminatoria, quedó eliminado en la primera ronda del torneo. Pero no solo eso. A los blaugrana les metieron tres goles unos jugadores que ocupaban el farolillo rojo del grupo III de la Segunda B española. El día más feliz de la historia del Novelda Club de Fútbol fue el peor de la vida de Robert Enke. Era un 12 de septiembre de 2002. En lo que restó de campaña, el meta solo disputó dos partidos en Champions League y 20 minutos en El Sadar, donde le metieron dos goles. Nunca pisó el césped del Camp Nou en Liga.

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Verano de 2003. Enke no entraba en los planes del club y esto implica un nuevo destino. Un nuevo cambio. Hizo las maletas y puso rumbo al otro lado del Mediterráneo. Turquía sería su nuevo hogar. Lo esperaban en el Fenerbahçe y prácticamente ni lo vieron. Allí sólo duró tres semanas. ¿El no triunfar significaba que era un fracasado? ¿Es esta una concepción propia de un sistema capitalista que nos educa en la competitividad e inconscientemente nos vuelve más feroces o simplemente era una concepción no acorde con la realidad, propia de un trastorno mental bastante común entre la población y que, por supuesto, también afecta al deportista profesional? Enke sufría depresión clínica. Según los datos de la OMS (Organización Mundial de la Salud), alrededor de 350 millones de personas sufren esta enfermedad en el mundo. Estamos hablando de una enfermedad estigmatizada. Y sin darse cuenta, caen en un pozo del cual, sin ayuda, es muy difícil salir.

Mitificamos la profesión del futbolista. Los convertimos en héroes y, al momento, en villanos. Tienen que estar al servicio del cumplimiento de nuestros sueños y, si no lo hacen, pagamos toda nuestra frustración contra esta especie de gladiador que sale al anfiteatro a luchar por la gloria eterna. Debemos conocer que el fútbol es un juego de errores. Debemos permitirles fallar sin martirizarlos porque cualquier futbolista, profesional o juvenil, rico o pobre, es de carne y hueso. Los futbolistas sufren, aman, lloran. La gente no sabe –o sí, pero no quiere entenderlo– que el dinero no proporciona la felicidad. Un yate anclado en el puerto de Capri, una mansión en la mejor isla caribeña, un coche deportivo o un par de cuentas bancarias en Suiza lo único que aportan es felicidad material. Esto no impide que sufras una enfermedad o que tengas problemas en tu vida diaria aunque el caparazón de inmunidad que otorga ser futbolista impida a la gente corriente observar este sufrimiento.

Así, tras su breve paso por Turquía, Enke regresó a Barcelona donde vivió al margen del equipo. Se entrenaba en solitario en el gimnasio y en el campo. Hasta el mercado invernal no podía fichar por ningún otro club. Cuando parecía desahuciado a su suerte, en el último día del mercado de fichajes le llegó una oportunidad para reencontrarse como futbolista sin salir de España, en Segunda División. Su oportunidad para resarcirse le llegaría en un paraíso, las islas Canarias. Cedido en el Tenerife, el meta alemán disfrutó de una experiencia positiva, clave en su recuperación futbolística que lo catapultaría casi hasta el Olimpo del fútbol.

De esta forma, al acabar la campaña con los chicharreros, Enke ponía rumbo a su país natal. Concretamente a la máxima competición nacional: la Bundesliga. Firmó en 2004 por el Hannover 96 y por méritos propios relanzó su carrera. Tanto que obtuvo la recompensa de jugar varios encuentros con el combinado nacional. Era internacional solo unos años después de haber tocado fondo en Novelda. Llegó a participar, como suplente, en una cita histórica para el fútbol español, la Eurocopa de 2008. E incluso se pronosticaba su titularidad en la siguiente gran cita intercontinental, el Mundial de Sudáfrica de 2010.

Pero la de Enke era una vida marcada por detalles que conformaron el destino trágico de una persona a la que cada vez que levantaba cabeza la vida le asestaba un nuevo revés. Esta vez, la muerte de su hija Lara a los dos años de su nacimiento a consecuencia de una dolencia cardiaca congénita. Una adversidad muy difícil de superar. Y, sin embargo, pese a estar totalmente destrozado en su interior, tanto que levantarse de la cama se convertía en una odisea, por fuera relucía una máscara de acero en la cara de Enke, una coraza que cegaba la muestra de sentimientos. Ya no sentía de cara al público. Se limitaba a escribir un par de líneas en un diario que nos enseña el dolor y el sufrimiento con el que convivía. «¿Por qué? ¿Por qué ahora?» Esa era la constante que rodeaba la cabeza de Enkus. No entendía por qué justo ahora retomaba esos pensamientos oscuros, tenebrosos, apagados.

Rehuyó las clínicas y tampoco hizo público su drama. Todo esto lo llevó siempre en silencio. Su lucha interna había finalizado. No le quedaron más fuerzas que para escribir una carta y poner punto y final a una vida en busca de otra donde el fracaso no atemorizara su existencia. Otra vida donde pudiera disfrutar de Lisboa y del Palacio da Pena en una noche de verano mientras se daba un baño en la piscina en medio de una tranquilidad rebosante, recordando aquellos días felices de juventud lisboeta. Despreocupado de sus fantasmas.

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El 10 de noviembre de 2009, Robert Enke se suicidó arrojándose a las vías de un tren en movimiento.

Suspiramos por alcanzar la cima. ¿Qué esperamos encontrar? ¿O a quién?

El periplo vital de Robert Enke se puede conocer a través del libro Una vida demasiado corta de su amigo Ronald Reng; una obra de la que periódicos como el Daily Telegraph han dicho: “Emotivo… después de leerlo no solo sentí que comprendía la depresión un poco mejor sino también tomé la determinación de dejar de creer en el mito del superdeportista, inmune a la presión y a la crítica”.

Gabriel González / @G29GB / https://gabrielgonzalezbello.wordpress.com/

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