Ilustración: Untaltoni

El día de las elecciones autonómicas de 2015, Marcos, Diego y Jesús entraron al colegio electoral dispuestos a ejercer por primera vez su derecho al voto. De los siete amigos del colegio, ellos tres son los únicos en haber alcanzado la mayoría de edad. En sus rostros púberes se atisban los restos de la resaca de la noche anterior. Entre una broma y otra, uno de ellos pregunta a quién va votar el resto. “A Ciudadanos, que me caen muy bien” “Además, van a legalizar las putas”. Risas. Música en el móvil. Ropa cara y mucho swag.

Es lo que tus abuelos llaman muy despectivamente «el futuro de España». Seguramente así lo sean. El hype, el hedonismo, el trap, la chulería y el alcohol a deshoras mezclados con un poquito de cultura pop moderna hacen de ellos un electorado perfecto para un partido que se viste de naranja y promete el cielo en educación y economía.

Marcos, Diego y Jesús han empezado a estudiar ADE en una universidad cara. Todavía no saben muy bien cuánto pagan sus padres al año (si les preguntas, se quedan pensando durante algunos segundos y se rinden al cabo de un rato), sólo saben que la universidad les mola porque han conocido a mucha gente. Están madurando rápido: se han convertido en jóvenes ambiciosos. Aprueban cada examen con buena nota después de estudiar durante dos noches seguidas. Se están sacando la carrera de manera holgada, sin muchos más obstáculos que los que les imponen sus novias –hay que quedar con ellas con frecuencia, intentar no discutir, tenerlas contentas– y sus amigos, con los que últimamente están viviendo experiencias increíbles –cada verano toman un avión para ir a ciudades de Alemania, Holanda o Francia, lugares de los que regresan fascinados. “¿Sabías que en Alemania la prostitución está legalizada?”–.

Los tres fuman porros con frecuencia, y siguen con atención en los medios de comunicación cómo hay ciertos partidos que están hablando de legalizarlos. “No es que vayan a legalizarlos, en todo caso los despenalizarían”. “¿Qué más da? Tío, eres un friqui”. No leen con frecuencia. Les gusta la música del rollo. En realidad, no les puedes pedir mucho. Son buenos tíos, pero por el momento aspiran a otras cosas. El sueño de Marcos es entrar en Gran Hermano. Conoció a su novia en una discoteca. Una amiga suya fue tronista en Mujeres, Hombres y Viceversa. Marcos se ha ganado a pulso, tanto frente a sus amigos como a aquellos que todavía no le conocen, el selectísimo estatus de puto amo.

Así pues, mientras consumen vorazmente contenidos televisivos conocidos como basura (aunque no saben por qué) y van a clase y salen los fines de semana, también asisten a cursos que les ofrecen herramientas para vivir en un mundo que ha cambiado mucho. Idiomas, marketing, informática, fotografía. Son hábiles en casi todo.

Pero todo lo que hacen huele a manual. Su excelente preparación para el mundo laboral está exenta de cualquier atisbo de creatividad. No es su culpa: son las leyes de la competencia. Nadie puede fallar. Nadie está dispuesto a financiar experimentos. Así que les mandan hacer algo y, sencillamente, lo hacen. Su educación ha plagado sus mentes de sentencias dogmáticas orientadas a la solvencia profesional, que van desde “el empleador querrá a alguien que le solucione”, pasando por el famoso “olvidaos de ser especialmente creativos, porque no hay tiempo” hasta finalizar con aquel lapidario “no queremos genios”, así que todos los chavales que disponen de un mínimo de sensibilidad acaban abandonando, más tarde o más temprano, cualquier tipo de ensoñación quijotesca.

Al principio pensaban que Albert Rivera era un actor. Tipo Toni Cantó, tío, el de Siete Vidas, metido de pronto a político. Esa certeza neuronal, que bien podría ser objeto de estudio, viene de la fotogenia atroz que desprende el líder de Ciudadanos, hoy líder de nuestros tres sujetos observados. Y cada día el de más gente. El temprano fichaje de Garicano bien le sirvió al partido para meterse en el bolsillo al votante liberal conservador, escrupuloso con su dinero y respetuoso con el profesor de la London School of Economics. Sus paseos por los medios de comunicación, no demasiado escrupulosos, le sirvieron para guardarse al resto. Rivera y su equipo vio en los telespectadores una cuota de votos, y no de audiencia: he ahí su gran logro.

Colocarse en prime time fue su prioridad. Porque al verle dan ganas de ser como él. Tal héroe posmoderno –vencedor de concursos de oratoria… ¡qué tío!– debe tener alguna reminiscencia clásica, aunque hoy por hoy los expertos no encuentran ningún paralelismo en los clásicos.

Política moderna para jóvenes modernos. Aire fresco en el panorama nacional. Kant no leído, pero sí estudiado. Pragmatismo al límite, desnudo en Interviú incluido. ¿Todo vale? Está por ver.

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