A Podemos le hace falta una legislatura en la oposición. Una parte importante de España grita cambio desde hace casi cuatro mayos y ellos parecen ser los principales receptores del voto del parado, del inmigrante, del abuelo que ha visto laminada su pensión (y al que han declarado independiente ante sus achaques y enfermedades), del desahuciado o de la mujer maltratada por una legislación laboral claramente machista. De la ciudadanía indignada ante el ‘Estado de Corrupción’, colectivo al que Pablo Iglesias intenta convertir en ciudadanía esperanzada por medio de discursos, proclamas y lucha dialéctica en los platós televisivos contra los voceros mediáticos de un bipartidismo al que hace tiempo que se le notan unas cicatrices por las que supuran vergüenzas y corruptelas. Sin embargo, a Podemos le hace falta la experiencia de ser oposición dentro del Congreso de los Diputados. Si, en cambio, los dirigentes del partido pasaran a sentarse directamente en la bancada azul del Gobierno (ya fuera en solitario –improbable– o por medio de una coalición –más probable, pero con socios difíciles de imaginar en este momento) correrían el riesgo de salir escaldados por tocar poder demasiado pronto. Y España, por su lado, se quedaría sin su baza más fiable para regenerar y limpiar nuestra manera de hacer política. Una vez más nos convertiríamos en el país de las oportunidades perdidas.

Podemos ha demostrado en poco más de un año que se puede organizar una oposición política desde fuera de las instituciones. Es higiénico y necesario que la ciudadanía se organice, se empodere y trate de tú a tú a los políticos electos, pero al vivir en una democracia parlamentaria la verdadera batalla se juega de puertas para adentro. Que no nos engañe el romanticismo del 15-M: es en las instituciones donde se corta el bacalao y a ellas hay que saltar desde las plazas y los parques donde la sociedad dialoga, se queja y construye alternativas. Sería labor de Podemos, si son consecuentes con sus planteamientos públicos, abrir esas puertas cerradas a cal y canto y, con luz y taquígrafos, convertir la democracia parlamentaria en algo real y no simplemente nominal, como ocurre desde la aparición del sistema de turno que PSOE y PP montaron allá por la década de los 80; sistema, por cierto, que da la impresión de vivir sus últimos estertores. ¿Pero están los miembros de Podemos preparados para encabezar ese cambio de forma inmediata? Su logística parece decirnos que no.

Hace un año, Podemos sorprendió a propios y extraños demostrando que se podían convocar unas primarias abiertas en internet donde cualquiera podía ser candidato a encabezar una lista electoral para el Parlamento Europeo. De forma exprés y con una campaña low cost, se consiguieron unos resultados asombrosos. No obstante, en poco más de un año hemos visto cómo la construcción de la estructura del partido ha aupado al poder a partidarios de las tesis de Pablo Iglesias en casi todas las filiales autonómicas de Podemos. Es decir: con la coartada de cerrar filas ante los retos que le vienen a la formación morada ha primado el discurso único. El que sale en la tele. El mensaje mediático.

NOCHE ELECTORAL EN PODEMOS

Igual que no todos los afiliados de PSOE o PP son corruptos –aunque la inmensa mayoría se calle cuando la corrupción mancha a su partido–, tampoco todos los militantes de Podemos tienen la formación académica y los conocimientos políticos de Iglesias, MonederoErrejónBescansa o Alegre. Ni el pasado activista de Teresa Rodríguez o el bagaje científico de Pablo Echenique, por citar a los dos principales rostros de la cara B del joven partido político. Basta darse una vuelta por las redes sociales de muchos delegados de Podemos en provincias o localidades de pequeño y mediano tamaño o dialogar con ellos en la calle para advertir que el discurso propio escasea y que se sustituye por un lenguaje calcado al que escuchan de boca de los dirigentes anteriormente mencionados en debates y tertulias televisados. No es cuestión de titulaciones universitarias. El asunto va de construir un lenguaje y unas ideas propias adaptada al lugar geográfico que se aspire a gobernar. Mucha alternativa no parece haber o poco espacio quieren ceder al resto de militantes de Podemos porque, si no, ¿por qué abandonan su escaño tres de los cinco eurodiputados electos el pasado mes de mayo para encabezar listas electorales autonómicas (Rodríguez y Echenique) o estatales (Iglesias)?

La «casta» y el «régimen del 78» son brillantes términos que definen muy bien lo que ocurre en cada rincón de España desde tiempos inmemoriales, pero no son píldoras mágicas que puedan arreglar los problemas de Cardedeu, Tomelloso, Lalín o Arrecife. Hay que entrar en materia. Cada lugar tiene sus problemas y es precisamente el ámbito local desde donde debería comenzar el cambio real. Son los ayuntamientos los centros desde donde se puede organizar la resistencia humanitaria ante los capataces de los mercados que desahucian y exprimen hasta el último euro de los ciudadanos que menos tienen. Y, precisamente, los ayuntamientos serán la única institución a la que no concurra Podemos bajo sus siglas. Gesto inteligente el de Iglesias al recomendar a sus afiliados que se integraran en procesos de unidad ciudadana pero que encierra, al mismo tiempo, un mensaje de reconocida debilidad: en tan poco tiempo no se puede crear una red seria y fiable de colaboradores a nivel autonómico y local. En cambio, una iniciativa como Guanyem Barcelona (rebautizada como Barcelona en Comú) ha hecho el camino contrario y, barrio a barrio, parece que se está ganando la confianza de muchos vecinos desencantados con el apoltronamiento del PSC y opuestos al neoliberalismo de CiU. Las encuestas hablan de un posible empate técnico entre los convergents y la candidatura de Ada Colau, algo inaudito ya que hablamos de una ciudad de millón y medio de habitantes, la segunda más poblada de España y su referente industrial y turístico.

Ada colau

Manejar un Consistorio como el de Barcelona es muy complejo. Sacar adelante un Estado con un déficit como el español, con casi 5 millones de parados, una economía en manos de la Troika y con unas cloacas judiciales llenas de basura por reciclar sería el equivalente a un auténtico rompecabezas en el que habría que actuar con sumo cuidado. El bipartidismo lleva meses asustado por el previsible desembarco masivo de Podemos –y Ciudadanos– en la Carrera de San Jerónimo. «No les votéis porque son tan corruptos como nosotros», es el mensaje oficial que escampan la rosa y la gaviota. No les faltan motivos a socialistas y populares para tener ese miedo ante dos partidos, cada uno desde sus posiciones, sin pelos en la lengua y, prácticamente, sin trapos sucios en la hemeroteca.

Por eso, en el caso de Podemos, principal beneficiario de la indignación, tal vez le irían bien unas ‘prácticas’ como partido de la oposición. No estaría de más ver cómo actúan cuando entren en el sistema político, comprobar si en el grupo parlamentario de Pablo Iglesias existirá libertad de voto o si son capaces de desalojar la corrupción del ‘PPSOE’ de las instituciones a base de exigir responsabilidades mediante el diálogo crítico. El Debate sobre el Estado de la Nación lo agradecería. Las CUP han sido un buen ejemplo en esta tarea hasta que David Fernàndez se abrazó al independentismo de última hora de Convergència. Syriza, que ejerce como referente de Podemos, acabó imponiéndose en las elecciones griegas al quinto intento. Los años que pasaron haciéndole oposición a Samarás debieron curtirles.

El tiempo que se tarda en tomar el poder ejerce de escaparate de los medios que se ponen en práctica para conseguir el fin. Y el fin, por muy dorado que sea, nunca puede ser excusa para adulterar el proceso. Ese es el reto de Podemos. Si no respetan los medios y buscan el pedestal del poder a toda costa y por la vía más rápida, en España corremos el riesgo de vivir otro estallido de ilusión ficticia como la victoria de Felipe González en 1982. Las dudas de última hora de la formación en Madrid para integrar una candidatura unitaria junto con los movimientos vecinales y los críticos de Izquierda Unida ponen al partido de Pablo Iglesias más cerca, precisamente, de IU, la vieja madre de la que siempre han alardeado haberse independizado porque los comunistas “no entendían las nuevas formas de hacer política”. Ahora parece que las tornas han cambiado.

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