Querido Marty,

Imagino que estás algo desorientado después de haber viajado en el tiempo y recalar en este fabuloso día de octubre de 2015. Tranquilo, no tengas miedo, los coches siguen teniendo puertas que se abren de forma lateral, las latas de Pepsi siguen siendo latas y las zapatillas deportivas siguen siendo con cordones, como los de tus Nike Lunarglide blancas que tanto te gustan. Tampoco te asustes por este río que tienes delante, se llama Manzanares y atraviesa Madrid. Sí, ya lo ves, esta vez Doc no ha sido demasiado preciso con la localización de tu viaje y has aterrizado en la capital de España, un país que en 1985 creías que no formaba parte de Europa y del que sólo conocías el Quijote, el jamón de bellota y Fernando Martín.

Quizás te sorprenderá ese estadio que tienes ahí delante. Se llama Vicente Calderón y esas banderas con estrellas que ondean en las puertas no son las banderas de ningún equipo o país, sino las de la Champions League. Sí, ya sé que en tu país no eres muy amante del fútbol –o soccer, como decís vosotros–, pero seguro que no hace demasiados años viste a Pelé, Cruyff o Beckenbauer jugando en la NASL. En efecto, Marty, las cosas han cambiado demasiado. Si quieres ir a ver el partido que el Atlético de Madrid jugará esta noche contra el Astana tendrás que pagar un buen puñado de dinero y te darás cuenta de que el fútbol se ha convertido en algo muy distinto a lo que era en 1985. Para empezar, olvídate de estar de pie en el graderío detrás de cualquier portería, ahora ya sólo podrás estar sentado en tu asiento y habrá alguna cámara pendiente de que no hagas nada que no se pueda hacer. Te darás cuenta de que antes del inicio del partido los jugadores salen juntos al terreno de juego y posan firmes mientras suena una melodía sinfónica. No, no te equivoques, no es el himno de ningún país, sino de la Champions League de la que antes te hablaba, la competición de clubs más importante de Europa.

No esperes, pues, ver salir primero al equipo visitante para que pueda recibir el abucheo de la afición y después al equipo local para sentir el cariño de su público. Eso ya terminó, el fair play se lo llevó por delante. Tampoco pretendas entender por qué uno de los once jugadores lleva el dorsal número ‘24’ y ninguno el ‘3’. Eso de salir a jugar con números del ‘1’ al ‘11’ murió hace años. Ah, y fíjate en todas las vallas publicitarias del estadio porque su presencia allí tiene más importancia que tu presencia en cualquier silla del segundo graderío en el fondo norte; verás nombres que quizás no te suenen como Heineken, Unicredit, Mastercard o Gazprom. Exacto, lo has adivinado, son estas empresas las que deciden si cada martes y miércoles, a eso de las 20.45 horas, la pelota empieza o no a rodar. Fíjate si mandan que incluso en las finales, en estadios con capacidad para 80.000 espectadores, un tercio de las entradas disponibles van destinadas a sus intereses comerciales. ¿No te lo crees? No te cortes, pregúntale a algún aficionado madrileño que tengas cerca si fue a Lisboa hace dos años a ver la finalísima contra el Real. Hazlo. Posiblemente te diga que no pudo ir porque se agotaron las entradas. Pues hazte a la idea de que en su lugar fue el secretario de un director comercial de una empresa cervecera holandesa. No, tranquilo Marty, no pretendas entenderlo, son las leyes del capitalismo que en tu país tanto se aman.

Date cuenta, también, que el rival del Atlético hoy ha hecho un viaje de más de seis horas para jugar en Madrid. Sí, Astana es la capital de un país que no está en Europa y se encuentra más cerca de Pekín que de España, pero sería demasiado largo explicarte por qué la UEFA, el organismo que organiza la competición, está interesada en que este país, que es el mayor productor de uranio del mundo y una potencia petroquímica, juegue en la antigua Copa de Europa. Mira si ha llegado lejos el asunto que de aquí siete años se celebrará un Mundial en pleno invierno en un país que en 1985 no era más que desierto.

Vale, perdón, no pretendía agobiarte con demasiada información y no quiero hacerte la picha un lío con temas económicos o políticos, así que aquí dejémoslo aquí. Quiero que te des cuenta, eso sí, de lo que hacen los jugadores cuando marcan un gol. ¿Esperarás que vayan corriendo hasta el público y se abracen con él, no? O que corran toda la banda dedicando el tanto a los aficionados ubicados en el lateral, como mínimo. Pues no, no te sorprendas si ves que lo primero que hacen es dirigirse hasta la cámara de vídeo más próxima a la portería para hacer alguna mueca especial, para mostrar su último peinado o incluso para subirse un poco la camiseta y enseñar la marca de calzoncillos que gastan. En efecto, verás que ya nadie juega con pantalones que muestren las pantorrillas ni con collares con la virgen de su pueblo. Eso pasó de moda o está prohibido. Sí, como casi todo.

No pretendas entenderlo, Marty, el fútbol de ahora es así. Así que intenta sólo, si puedes, gozar del espectáculo. Y si te repugna lo que ves y encuentras que este deporte se ha vuelto vacío, impersonal y artificial, haznos un favor a muchos. Vuelve a 1985 de la misma forma que has venido y devuélvele a este deporte su alma de antes, cuando era el circo que amábamos más que el pan.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies