En plena crisis institucional y deportiva, el Barça revela su cara más negra, esa misma cara que destrozó a Cruyff después de aquella final de Atenas contra el Milan de Fabio Capello –con Desailly, Massaro y Savicevic– en 1994. La misma cara autodestructiva y caníbal que se merendó los dos títulos de Liga conseguidos por Van Gaal, que ni cuajó ni quiso cuajar un proyecto a largo plazo. Más bien trató de convertir al club de la Ciudad Condal en un Ajax de andar por casa, de segunda categoría. Y así nos fue (me incluyo como culé): seis temporadas sin timón ni timonel donde el Madrid de Los Galácticos celebraba Champions mientras Joan Gaspart celebraba, como si de una orejona se tratase, un espectacular gol de chilena de Rivaldo que servía para dejar al conjunto culé en la cuarta posición de la tabla.

La última vez que se produjo este síndrome de automutilación fue con el bueno de Frank Rijkaard, un entrenador que, de tan bueno, se convirtió en la marioneta de unos jugadores endiosados y mimados que le tomaron como pito del sereno. Dos años en blanco contra un Madrid que sin pena ni gloria cosechó dos títulos ligueros sin trenzar jugadas de más de tres toques.

Con Guardiola todo cambió, o eso parecía. Ya no me refiero a nivel futbolístico, donde los datos hablan por sí solos, sino por la mentalidad. Por fin, después de siglo y cuarto de historia del club, habíamos dejado de lado el pesimismo, la depresión, el canibalismo y la autodestrucción, nada más lejos de la realidad. Fue marcharse el de Santpedor, cosechar dos campañas a un nivel medio y volver el run run a las gradas más tribuneras del Camp Nou.

Ahora vemos como un Barça que anda segundo en Liga, en octavos de Champions como primero de grupo y prácticamente en semifinales de la Copa del Rey se empieza a disolver como si estuviese en descenso y eliminado de todo torneo existente.

¿Y a quién culpamos de nuestra mentalidad tribunera?

Podríamos culpar a Luis Enrique. Para el aficionado culé es un símbolo, un referente de garra, disciplina y entrega. Como jugador, un diez, chapó. Como entrenador… ¿Acaso no sabía el Barça a quién fichaba? A la misma persona que intentó ventilarse a Totti, baluarte y símbolo de la Roma. Fichaba a un señor que se las tuvo tiesas con los grandes jugadores en los equipos que ha entrenado. En definitiva: fichaba a un entrenador que no se casa con nadie, gane 500€ o 20 millones, pero que ha demostrado que el Barça le viene demasiado grande, que en un club tan inmenso tienes que amoldarte más y rotar menos.

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Podríamos culpar a Messi. Al final, Messi, por muy astro que sea, es un empleado con contrato que debe obediencia a sus jefes. Un contrato que, por cierto, pocos cumplen en este fútbol de capitalismo aberrante y mercantilismo atroz. Resulta ya demasiado sospechoso Messi: peleas con Guardiola, la contratación del Tata Martino, la salida abrupta de Villa y la pataleta del 5 de enero dejando tirado a un montón de niños cargados de ilusión por poder ver a la estrella de su equipo. Dejándolos tirados por una gastroenteritis que sólo se la creerán él y su imputado padre, todo por una suplencia en Anoeta cuando llevaba menos de dos días entrenando. ¿Acaso los que llevaban cinco no se merecían jugar más? Para colmo se pone, en plena rumorología de la salida del astro argentino a final de temporada, a seguir al Chelsea y a varios de sus jugadores. En definitiva, si quieres irte e incumplir tu contrato, trae 250 millones. El Barça ya era (menos, pero era) antes que Messi y lo seguirá siendo cuando se marche. Los mismos que criticábamos a Florentino por dejar el club en manos de Mourinho, ahora hacemos lo imposible también por justificar la usurpación del club por parte de un jugador. Nadie puede estar por encima de la institución, por muy Messi que sea.

De Bartomeu no merece la pena ni malgastar líneas, unanimidad al respecto para desacreditar a este usurpador del trono culé y, como dijo Stoichkov hace un par de días, un tío que no tiene ni idea de fútbol. Bueno, ni él ni el denostadísimo Zubizarreta.

Por eso, ya basta de intentar vaciar nuestra mentalidad autodestructiva eligiendo un bando. Es lo que más envidio al Real Madrid, la capacidad de pelea hasta el final que tienen siempre, por muy mal que estén. En Can Barça tenemos todos los elementos que hacen falta para ser felices, sólo nos falta el diazepan para poder superar la depresión crónica que padecemos. Por eso, ni Luis Enrique ni Messi: el culpable es el Barça.

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