“Otro daiquiri doble, helado, sin azúcar”

Islas en el Golfo – Ernest Hemingway

Amanece en La Habana, lentamente y entre una suave bruma. El Malecón comienza a congestionarse de viejos clásicos automovilísticos, cacharros que te transportan medio siglo atrás: un Moskvitch ruso, un Cadillac, un Chevrolet Bel-Air o un Pontiac americano. Recuerdos que rompen con la abigarrada idea de que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor. Huele a cambio, huele a esperanza en Cuba.

Las banderas americanas asoman tímidamente en los lugares más insospechados después de 54 años: el salpicadero de un coche, en una desgastada chaqueta de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Cubanas, en una taza-souvenir… El pensamiento es generalizado: “Cuba no ha aprendido nunca a odiar a nadie. Ni siquiera a los americanos porque sabemos que es el resultado de una política, no del propio pueblo”, sostiene Genier, un conductor que luce orgulloso la enseña norteamericana en su vehículo. Paseando por la vieja Habana uno puede llegar a comprender esa apatía hacia el odio, ese joie de vivre del pueblo caribeño.

“Lo esencial es que haya respeto mutuo”, relata Olnavi mientras prepara un guarapo, la bebida típica de Cuba, mezcla de caña de azúcar y ron. Olnavi no sólo se refiere a la tensa relación forjada años atrás entre Estados Unidos y el Gobierno cubano. Cuba es una mezcla de razas y religiones, de colores de piel y creencias. Ellos lo saben perfectamente y el Papa así lo ha vivido este septiembre. La archiconocida calle Reina ha sido totalmente remodelada para acoger al pontífice. Los verdes, malvas y azules se han adueñado de las fachadas del lugar, anteriormente grises y con todo el cableado al descubierto.

Las aceras están pobladas de gente bailando, pintando, tocando algún instrumento… o simplemente viviendo. Porque de eso se trata en realidad todo este enrevesado asunto de la vida, de disfrutar del paseo. Viajar a esta isla del Caribe puede llegar a convertirse un poco en turismo emocional. Inmerso en los biorritmos del país uno puede llegar a extrañarse un poco, se le pueden escapar las emociones porque en Cuba lo caliente es mucho más caliente y lo dulce es mucho más dulce. Y así con todo.

¿Cuán lejos es una distancia de apenas 90 millas, cuánto tiempo son 54 años, qué son 45 minutos en avión de La Habana a Miami? Como respondería John D. Feley, trabajador en el Departamento de Estado de los Estados Unidos, “quizás es lejos y es mucho tiempo en términos de una vida pero no es nada en comparación con la amistad profunda y duradera entre los Estados Unidos y el pueblo cubano”.

Ya saben, la bandera americana se ha vuelto a izar en esta perla del Caribe. Cuba espera. Grandes cambios están apunto de ocurrir.

Fotografía: Jordi Martorell 

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