Hijo de un filósofo, un burgués revolucionario que acabó sus días carteándose con el Subcomandante Marcos, la vida de Juan Villoro Ruiz (Ciudad de México, 24 de septiembre de 1956) estaba condenada a verse rodeada de libros desde la infancia. Sin embargo, Villoro no es un escritor a secas. Tan pronto firma una novela como redacta un libro de relatos o le hace un guiño a la literatura infantil, un terreno que ha cultivado bastante y donde le sirven las anécdotas que le brindó ver crecer a su hija, la misma que un día le preguntó si el ordenador con el que su padre afirmaba ganarse la vida «expedía billetes». Inevitablemente, Villoro acabó haciendo incursiones en el mundo del periodismo, donde se ha convertido en un Talese a la mexicana. De paso por Brasil para participar en el festival literario de Paraty (FLIP), dialogó con Negra Tinta sobre los temas que más le inspiran. Para bien o para mal su prosa habla de la política de México, la violencia del narco, la guerrilla zapatista, Catalunya, la tierra donde nació su padre, Luis Villoro, y por supuesto, el fútbol. Fanático del Barça, Juan Villoro –que es de esos que te agarran del brazo al poco de conocerte mientras te pide con medida educación que le trates de tú para no hacerle más viejo– considera que no habrá otro como Maradona, al que por cierto también le retrató en uno de sus libros más recientes: Vida y muerte de Diego Armando Maradona.

Allá por 2010 escribiste un artículo en la prensa española en el que denunciabas la guerra del narcotráfico que estaba desangrando el norte de México durante el gobierno de Felipe Calderón. ¿Cómo está la situación cuatro años después?

–Ha cambiado sobre todo en el aspecto de la percepción. De manera muy astuta el nuevo gobierno de Enrique Peña Nieto dejó de hablar del tema mientras que durante seis años Felipe Calderón tuvo la obsesión de convertir la guerra al narcotráfico en el eje de toda su política, algo muy paradójico porque eso era algo que no prometió en su campaña electoral, que no le interesaba a su partido y tampoco a la sociedad. Él encabezó esa lucha como si fuera una especie de monólogo que impedía hablar de cualquier otra cosa. Ahora se habla mucho menos del tema y la gente está también cansada de tanta referencia al narcotráfico. La realidad es que sigue habiendo enfrentamientos muy graves. En Michoacán un grupo de gente se ha armado –ahí llaman a esos grupos “autodefensas”– y han creado una variante de lo que en Colombia se conoce como paramilitares: grupos comunitarios o bien privados que tratan de imponer la ley que el Estado no puede ofrecer. Se han dado algunos golpes importantes contra capos del narcotráfico, pero desde que llegó el nuevo gobierno lo más importante es que se ha empezado a hablar de recuperar el tejido social; es decir, de entender que el problema no es solo de seguridad, sino educativo, económico y de replanteamiento de valores éticos. El problema es que desarrollar una política que recupere todo eso y cree trabajo es un proceso muy lento y costoso. Los efectos de esta política, si acaso se lleva a cabo bien, se verán dentro de unos años. En definitiva, la gente se siente mejor porque Peña Nieto dejó de hablar del tema y propuso nuevas reformas sociales. Empezó a hacer política. Aunque muchas de esas medidas sean malas –algunas no pasarán de ser simples promesas–, el país tiene al menos la sensación de que se moviliza.

Si Peña Nieto ha empezado a hacer política, ¿qué es lo que hacía Calderón?

–Calderón no pudo hacer ningún pacto con el resto de los partidos, algo que sí ha hecho Peña Nieto, lo que le ha dado una capacidad de gobierno importante. Calderón no pudo luchar contra la corrupción endémica. Es más, la fortaleció. Y tuvo además problemas muy graves de política exterior. Por ejemplo, pidió que se marchara del país el embajador de Estados Unidos y entró en una lucha frontal contra Sarkozy. Se dio el lujo de enfrentarse con dos de los países más influyentes del hemisferio norte.

Y con los que México ha tenido más relación desde su independencia.

–¡Exactamente! La política exterior fue un desastre. Calderón fue un antipresidente.

En un ranking de violencia e inseguridad, ¿en qué posición colocaría a México?

–Centroamérica está muy mal y Colombia ha mejorado algo aunque sigue teniendo problemas. Brasil no es ajeno a la violencia. Es difícil saber en qué posición puede estar México. Podemos acogernos a algún indicador como el que dice que es uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo, según un estudio que realiza Reporteros Sin Fronteras. En los dos últimos años la percepción es distinta y eso que el año pasado hubo 331 agresiones a periodistas según una ONG con base en Londres que se llama Artículo 19. La situación dista de ser perfecta y hay un clima de violencia fuerte. Lo que me parece más grave es que no es una violencia del orden común. No estamos hablando de un asalto en el que a alguien le robaron su computadora. Estamos hablando de un sistema de criminalidad que convierte la violencia en un mensaje político. Decapitaciones, torturas, cuerpos envueltos en mantas… La violencia forma parte de un mensaje que nos dice quién la perpetró. Son asesinatos de autor, una violencia muy dañina porque está destinada a convertir la crueldad y la eliminación de los ciudadanos en un mensaje político de terror para establecer un poder que no es el del Estado, es el de las bandas criminales. Hay regiones enteras que se sustraen al poder de control del gobierno federal. En la zona del Golfo de México, especialmente el estado de Tamaulipas y parcialmente en el de Veracruz, el control es de los Zetas. No son narcotraficantes. Provienen de cuerpos policiales que se separaron del Estado, controlan esa zona y piden tributo a las bandas para que puedan traficar y secuestrar con tranquilidad. Es un estado dentro del estado.

Según lo describes concibo el norte de México como una especie de sur de Italia.

–Sí. Hay fenómenos muy interesantes. Está el caso del poeta Javier Sicilia, que se ha implicado mucho en la lucha por la paz. Además perdió un hijo por culpa de la violencia. Es un hombre cristiano no ortodoxo, digámoslo así, y ha hecho varias caravanas por el país intentando convencer a la gente de que apueste por la política de la paz, transmitiendo nuevos valores y animando a apostar por la política de la reconciliación. Él me contaba lo siguiente. Cuando hace una de esas peregrinaciones al sur se siente muy protegido… por la gente. Los equipos de seguridad que ellos llevan no son necesarios. “Tú estás protegido por el propio pueblo”, me dice. “Hay lazos comunitarios en las comunidades indígenas que hacen que la gente esté arropada”. En cambio, en el norte la gente está muy aislada y no existe esta sensación de protección. Te pueden atacar sin que los demás actúen porque es un país dividido. Curiosamente, el norte es mucho más próspero y parecido a Estados Unidos, pero está falto de las tradiciones indígenas. Este es un buen diagnóstico de lo que pasa en México: la falta de tejido social crea inseguridad. Hay que hacer porque la gente se conozca y no se excluya. Si para vivir seguro tengo que dormir en una fortaleza con muros altos, alarmas y grandes medidas de seguridad significa que afuera hay inseguridad. La verdadera seguridad consiste en que eso sea innecesario y que yo me sienta seguro porque mi vecino también se siente seguro. Calderón, dentro de su esquizofrenia política, dijo que en México había 7,5 millones de ninis, jóvenes que ni estudian ni trabajan. Si él fue capaz de verlo…

En España estamos al tanto de ese fenómeno. Lo sufrimos en carne propia.

–Sí, sobre todo por la crisis. Ese es uno de los grandes problemas de México y está muy relacionado con lo que te contaba antes. Esos muchachos son los que empiezan a formar la sociedad. 7,5 millones es la población de Catalunya, cuidado. Peña Nieto lo tiene presente, ¿pero qué hace para incorporarlos a la sociedad? Nada. Esos chicos no tienen alternativa, como objetivo vital el narcotráfico es la mejor opción que tienen. No es que caigan ahí de forma demoníaca, tras un trance diabólico que les lleve a optar por el mal. No tienen alternativas laborales, políticas, deportivas o religiosas y el narcotráfico da autoestima, dinero, prestigio social y hasta valores compartidos.

Juan Villoro. Escritor y periodista mexicano4

Hace 20 años, México aparecía en las noticias españolas porque el PRI había vuelto a ganar las elecciones o a causa de los conflictos que mantenían los gobiernos con las guerrillas zapatistas en Chiapas. ¿Qué ha pasado en estos 20 años para que el PRI haya desaparecido de la primera línea y para que la actualidad se haya desplazado al norte? ¿Está solucionado el conflicto indígena?

–Para nada se ha arreglado. México es un país en el que decimos que los problemas no se arreglan: esperamos a que se pudran. La reivindicación zapatista de 1994 no se ha resuelto. No es solo un problema de la comunidad indígena de Chiapas, atañe a todos los indígenas mexicanos, unos 10-12 millones de personas. En Chiapas se luchó mucho para obtener derechos y autonomía. Fue una lucha muy significativa y se llegaron a una serie de acuerdos con el gobierno. Pero esos Acuerdos de San Andrés, como se conocen, se tienen que convertir en leyes para que tengan una aplicación real y el Congreso nunca ha aceptado legalizar lo ya firmado. Eso ha empantanado las cosas. En Chiapas hay un gobierno alternativo que dirigen las ‘juntas caracoles’, como ellos las llaman. Tienen sus propios sistemas educativo y médico. Es una utopía realizada, una utopía arcaica, realizada con pocos elementos y recursos, pero han logrado resistir. El planteamiento zapatista no era solamente para los habitantes de Chiapas, era para el país entero. Querían lograr un nuevo contrato social, un nuevo pacto de alianzas entre todas las comunidades del país. Era una reestructuración nacional que hemos echado de menos recientemente. Yo la creo posible, pero a la gente le da mucho miedo. En España pasa algo parecido: hay mucha gente que no quiere oír ni hablar de un estado más federal como Alemania, justamente. Piensan que el país se desgasta al hablar de esto, que los que lo proponen son unos traidores y estas cosas. No quieren cambiar la compostura y eso, que de hacerlo, aliviarían las tensiones. Todo se está polarizando. Es fascinante que una sociedad se atreva a replantear su contrato social. Sirve para aliviar las tensiones. Es la gran aventura de Rousseau y John Locke. ¿Cómo podemos arreglarlo? En México no se trata de crear reservas culturales y convertir a las comunidades indígenas en un parque temático de la Antigüedad, sino permitir que existan en la realidad multicultural de México diversas maneras de hablar y entenderse. Lo de Chiapas es solo una muestra de esta lucha, lo que ocurre es que desde el punto de vista noticioso lo que ocurría en ese estado rebasó fronteras por la violencia. En el gobierno de Felipe Calderón hubo 80.000 muertes y 30.000 desparecidos y con los cuerpos que están apareciendo ahora en las fosas comunes se va a elevar la cifra hasta los 130.000. Esa guerra civil encubierta es lo que ha silenciado en los últimos seis años cuestiones tan importantes como el problema indígena.

Un profesor que tuve en la Autònoma de Barcelona vivió en México hace tres décadas y se quedó bastante impactado cuando fue a abrirse una cuenta corriente en el banco. Según iba adentrándose en la oficina, el personal cada vez era más blanco. Desde el portero al director, cada trabajador era un poco menos indígena que el anterior.

–Otro sistema de segregación racial es el metro: si ves allí a una persona blanca, es extranjero. Los blancos no están en el subsuelo, están en la superficie. Todos los países de América Latina tienen eso. Recientemente en Brasil lo pudimos ver durante el Mundial, los negros estaban jugando en la cancha y los brasileños que celebraban en las tribunas eran rubios. En México esa segregación es muy grande. Hay un racismo interior enorme. Que te griten “no seas indio” es casi un elogio. A nosotros nos fastidiaba que a Hugo Sánchez le gritaran “indio” en España, pero cuando yo era joven, jugaba y fallaba un gol en una cancha mexicana me decían que no fuera “indio”.

Tu padre, el filósofo Luis Villoro, fue amigo del Subcomandante Marcos y mantuvo una fluida correspondencia con él.

–Sí, está por salir un libro de esa correspondencia.

¿Qué recuerdos tienes de esa relación filósofo-guerrillero?

–Mi papá fue una persona profundamente moral. Tuvo la suerte de nacer en Barcelona [en 1922] y pertenecía a una familia mitad española mitad mexicana. Por la parte mexicana eran grandes terratenientes y cuando pisó México por primera vez, en su adolescencia, se sorprendió de que su familia tuviera a su disposición grandes extensiones de tierra en un país donde los campesinos vivían de manera miserable. Se quedó muy dolido y avergonzado de formar parte del grupo de los opresores. Le costó mucho trabajo entender México. Primero salió de España siendo un niño cuando muere su padre, que era de la Franja de Ponent, del Matarranya.

¿Le hablaba en catalán tu abuelo a tu padre?

–No, aunque mi abuelo sí hablaba catalán. El idioma de la familia siempre fue el castellano, quizás porque mi abuela era mexicana. Entonces mi abuelo muere cuando mi padre tenía 9 años y, al poco, [después de la República] viene la Guerra Civil. España se estaba descomponiendo y mi abuela se encuentra sola con tres hijos en Barcelona. Por eso decide regresar a México pero manda a los niños a estudiar con los jesuitas a Bélgica. Cuando empieza la II Guerra Mundial, a mi padre no le queda más remedio que irse a México y ahí descubre un país que le parece injusto. Ese país difícil de asimilar le lleva a estudiar la historia mexicana, a preguntarse por lo bueno que debe haber en esa realidad tan bárbara. Él estudia a los misioneros españoles que llegaron a México. Lee a Fray Quiroga, Bartolomé de las Casas, Clavijero… los muchos españoles que pasaron por el mismo proceso que él: llegaron a un mundo que no conocían e intentaron sacar lo mejor que tenía ese mundo. El primer libro que mi padre escribe se llama Los grandes momentos del indigenismo en México. Escribiendo sobre los estudiosos de los indios empieza su trayectoria intelectual y la vida le concede un regalo maravilloso: a partir del levantamiento zapatista de 1994, él se puede asociar con las comunidades indígenas y ser como De las Casas un interlocutor entre Occidente y el mundo indígena. Se convierte en su asesor y aprende de ellos. Pudo poner en práctica todo lo que había teorizado durante su vida. Encuentra en el Subcomandante una especie de hijo perdido, ya que también estudió con los jesuitas, tienen una formación muy parecida. Se entienden maravillosamente y comienza una discusión que para muchos es muy romántica e inimaginable. Pienso que desarrollar utopías es una visión creativa para cambiar la realidad. Se realicen o no, no podemos cambiar el mundo sin desarrollar ese sueño. Es un estímulo necesario para hacerlo. Mi papá murió soñando. [Nota del redactor: Luis Villoro falleció recientemente, el pasado x de marzo. Tenía 91 años y estaba considerado como uno de los filósofos mexicanos más influyentes del siglo XX].

¿Es también un filósofo el Subcomandante Marcos?

–No lo creo, considero que es un gran divulgador de ideas, un excelente transmisor entre el pensamiento y la acción política. No creo que sea alguien que cree un sistema filosófico, sino alguien que ha sabido sintetizar corrientes ideológicas que no siempre se tocan. Por un lado la Teología de la Liberación, por otro lado las tradiciones de los pueblos sureños de México, por otro lado el impulso creativo de la contracultura… Todo esto se ha mezclado en un concepto sumamente atractivo que, por desgracia, ahora no tiene mucha presencia pero puede resurgir porque además la temporalidad del mundo indígena es muy distinta a la nuestra, creemos que se han eclipsado y de pronto vuelven a resurgir.

El ‘Sub’ se convirtió involuntariamente en letrista cuando Joaquín Sabina alargó un poema que le había enviado y lo convirtió en canción.

–Eso explica esa parte creativa que te he comentado de él. El Subcomandante creció leyendo a los escritores del boom latinoamericano, empapado por un nuevo periodismo, por otra clase de cine, oyendo canciones que hablaban de temas diferentes. Esa contracultura urbana entró en contacto afortunadamente para él con las leyendas, tradiciones y oralidad del mundo indígena especialmente las de las comunidades mayas del sur de México.

En la entrevista que le hicimos a Juan Arias nos comentó que “Dios está más vivo en América Latina”. ¿Tú que tienes una pierna en cada continente también lo ves así?

–Totalmente. América Latina necesita más milagros que Europa.

Juan Villoro. Escritor y periodista mexicano7

¿No empezamos a necesitar también milagros en Europa?

–La crisis ha golpeado a mucha gente, pero por más que se puedan quejar el impacto ha sido bastante sostenido. En Europa la vida no se improvisa a diario como en muchos lugares de América Latina. Sobrevivir en Latinoamericana es un acto de fe.

A un argentino no le puedes hablar de recesión. “Las pasamos todas”, te dicen.

–Ellos se han doctorado en crisis, ya tienen anticuerpos contra ellas. También ocurre en países como México, Perú, Colombia, Brasil mismo… la necesidad de creer en una realidad alterna, en milagros, es muy grande. Compensa un mundo profundamente injusto.

Has escrito no hace mucho que “el fútbol es el último reducto en el que se puede jugar por la izquierda”. ¿El mapa político que tiene actualmente Latinoamérica no contradice esa frase?

–Hay una tendencia creciente a tener gobiernos de izquierdas o socialdemócratas. Si pensamos en Ecuador, Bolivia, Chile…

¿Qué gobernantes de América Latina son de izquierdas?

–Es que ese es el problema. Estamos en una crisis de la izquierda muy brutal y pensar que [Nicolás] Maduro es de izquierdas es una irracionalidad porque es un fenómeno folclórico-populista y autoritario que no tiene que ver con la izquierda aunque se aproveche de teorías de izquierda. Por otra parte, [Michelle] Bachelet en Chile tiene una agenda parcialmente de izquierdas pero bastante descafeinada para lo que podría ser un gobierno más intervencionista en temas de economía. Con todas sus imperfecciones, Brasil, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Cuba o Chile, de manera muy distinta, tienen una línea que apunta hacia el mismo lugar. De lo que no hay duda es que los gobiernos conservadores sufren un desgaste mayúsculo.

¿Hacer política de izquierdas en estos países te enfrenta automáticamente con Estados Unidos?

–No de manera mecánica, pero desde luego es un desafío para América Latina hacer cualquier tipo de política estando bajo el dominio de Estados Unidos, especialmente para un país como México, que comparte frontera. Cuando tienes un vecino que es el mayor consumidor de drogas del planeta y el máximo vendedor de armas es muy difícil hacer una política contra el narcotráfico. EE UU ha construido una política exterior intentando siempre combatir un enemigo externo. En ocasiones ha sido un enemigo real y en ocasiones, imaginado. Hablo del comunismo, el nazismo, el terrorismo islámico y, ahora, en cierta manera, también lo es el narcotráfico. Ese enemigo crea la necesidad de atacarlo y activa la economía de guerra y los planes militares, además de transformar las leyes de inmigración. La gran paradoja es que tanto la amenaza de los nazis, el comunismo y el terrorismo han existido principalmente fuera de los Estados Unidos. En cambio el narcotráfico está principalmente dentro, pero lo tratan como algo externo. ¡Incluso existe un estudio del Departamento de Estado que pretende vincular a los narcos con Al-Qaeda! ¡Tratan de hacer una fusión de enemigos! Es muy difícil tener una política bilateral con EE UU cuando hacen del narcotráfico un problema de responsabilidad externa. Así lo plantean. La DEA ha hecho una muy eficaz política exterior. Por eso no conocemos a ningún capo norteamericano, no sabemos quiénes son los cárteles que manejan la droga en suelo yanqui.

Me viene a la cabeza esa frase que suele resonar en el periodismo yanqui: “El rastro de la droga siempre conduce a un congresista”.

–A un congresista, a un empresario, a un canal de televisión, a muchísimas cosas. Seguro.

Tu padre escribió y reflexionó bastante sobre el encaje entre la universalidad y el relativismo de las culturas. La relación entre estadounidenses y mexicanos es muy bidireccional en este aspecto. En los estados del sur de EE UU se nota la influencia del pasado español y mexicano, además de ser los mayores receptores de inmigración latina. Pero hay un hecho que rompe ese equilibrio cultural. Uno puede pasar de San Diego a Tijuana sin que le pidan el pasaporte y para regresar tiene que guardar cola durante varias horas, responder preguntas incómodas y vaciar la mochila.

–En eso es una relación totalmente asimétrica. Tú ves que Tijuana, desde el punto de vista geográfico, está construida hacia los Estados Unidos. Las casas miran hacia la frontera. San Diego, en cambio, mira al Océano Pacífico. Su aspiración no es ver a México. Para nosotros, EE UU siempre ha sido la tierra prometida, donde han estado el trabajo y las oportunidades, pero es una relación muy esquizofrénica porque el trabajo existe, de ahí que 20 millones de mexicanos estén viviendo allá, pero no se conceden papeles para que ese trabajo se ejerza de manera legal. Hay que pasar por un protocolo totalmente azaroso para pasar la frontera de forma ilegal. Puedes ser detenido o morir en el intento. Si lo logras, obtienes el trabajo. ¡Es una relación absurda! Es muy difícil hacer política social en México cuando hay una relación de dependencia tan fuerte con los Estados Unidos. La dominación es muy estrecha. Necesitamos su apoyo para muchas cosas, pero necesitamos una política suficientemente enérgica para que ellos acepten también algo. Todo el mundo le pide a Israel que tenga mayor benevolencia con los países árabes y que no tenga una política tan violenta porque las muertes de niños palestinos ultrajan la moral de cualquiera. La frontera México-Estados Unidos no es una frontera tan caliente, pero es la más cruzada del mundo –la mayoría, cruces ilegales–.

En San Diego o Los Ángeles no es nada difícil encontrarte a mexicanos que llevan años trabajando con la Green Card falsificada.

–Es que para los yanquis es muy fácil contratar a alguien que no tenga papeles reales. Es decir, la gente trabaja sin ninguna garantía. Para los empresarios es muy cómodo porque en cualquier momento lo puedes despedir o amenazar. Es como tener un esclavo. Es terrible tener esa fuerza de trabajo discrecional que se somete a cualquier cosa. Esta situación se lleva sosteniendo desde hace demasiado tiempo y, como efecto cultural, ha producido una mezcla rica. EE UU ya ha aceptado el español como lengua oficial en muchas comunidades. Hay una cultura tex-mex que cuenta con una cocina especial o hay transmisión de valores, escritores que utilizan el spanglish.

¿Crees que llegará a tener estatus de lengua propia la mezcla entre inglés y castellano?

–No creo. Acabo de hacer un libro de discusiones con Ilan Stavans, que es un poeta mexicano muy atípico. Pertenece a la comunidad judía y emigró tardíamente de México para los Estados Unidos, con 18 ó 20 años. Empezó tarde, entonces, a escribir en inglés. Es profesor de la Universidad de Amherst (Massachusetts). El libro se llama El ojo de la nuca: nos interesaba el diálogo entre él, un mexicano periférico y transterrado, y un mexicano local, que soy yo. Ilán se ha interesado mucho por el spanglish debido a su propia historia personal, ya que puede verlo como una realidad intermedia entre su país adopción y su país de origen. Creo que se va a mantener como un gesto híbrido de integración entre dos culturas, pero no creo que forme una tercera.

¿Qué hace falta para que Estados Unidos deje de ver a América Latina como su patio trasero? ¿Que llegue un hispano a la presidencia?

–Pues ya veremos porque ya vimos la incapacidad de Obama para transformar la sociedad. Es el primer presidente negro y la situación de los negros está empeorando. La mayoría de los presos son afroamericanos. Yo he dado clases en EE UU y he visto de primera mano cómo se vive en algunas comunidades. Los tratan peor que a los latinos. Es un proceso de modificación social y cultural que se hará en un proceso bastante lento. Hasta ahora, en la historia del planeta, todos los imperios han acabado porque se han derrotado a sí mismos y han perdido guerras. En este caso tendría que ser una guerra nuclear y ya no habría planeta. Es una situación complicada que Estados Unidos cambie su política exterior.

Conoces bien Catalunya, Barcelona es tu segunda casa. ¿Ves paralelismos entre la integración cultural y lingüística de los latinoamericanos en EE UU con la de los andaluces, extremeños o castellanos en Catalunya?

–No tantos. Los charnegos han protagonizado un fenómeno mayor de integración. Un grupo como Estopa representa una realidad que no es ajena a Barcelona. Ese barrio de Cornellà del que salieron está mucho más integrado a lo que es Barcelona o Catalunya en su conjunto que lo que podría ser la integración latina en el este de Los Ángeles.

Juan Villoro. Escritor y periodista mexicano

Hace tres años viajé con unos amigos por California y, evidentemente, nos cruzábamos con mucha gente de nuestra edad de origen mexicano. Sin embargo, cuando hablábamos con ellos no dejaban de reafirmarse como estadounidenses. Alguno decía que no “quería ser mexicano”.

–Ahí has tocado el tema. El andaluz que llega a Catalunya, por lo general, se integra hasta donde le es posible pero conserva con orgullo sus vínculos con Andalucía. Muchos latinos cuando llegan a Estados Unidos –y ya no hablemos de los de segunda o tercera generación– se avergüenzan de sus orígenes, para ellos es hasta un símbolo de superación social olvidar el español. He dado clases en Yale y Princeton y me he encontrado con chavales que prácticamente ya no lo hablan. O bien te encuentras con un camarero, ves que es de origen hispano, como dicen allá, le hablas en español y no lo conoce o no quiere utilizarlo. Dejar de ser mexicano es para muchos un asunto de pedigrí social importante, lo cual es bastante dramático. Ahí ha fallado también la política mexicana. Nosotros nos quejamos mucho –yo acabo de hacerlo en esta entrevista– de la relación asimétrica que tenemos con los Estados Unidos, pero tampoco hacemos mucho para incorporar a los emigrados a su país natal. No pueden votar y son millones de personas. Han dejado de ser mexicanos de manera formal. Se debe a que se teme el voto crítico del emigrado, una persona que se ha tenido que ir porque su país no le daba lo que necesitaba. No lo tienen fácil para comprar libros en español, tampoco tienen una institución como el Instituto Cervantes a la que acudir, hay pocos periódicos en su lengua natal… México no tiene una plataforma equivalente al Cervantes. Ahora están empezando a negociar con el Cervantes para poner conjuntamente centros así en los EE UU, pero es muy tardío. Desde hace 50 años hay una gran multitud de mexicanos allí. Si tú no puedes ejercer tu cultura te desentiendes de ella y optas por la norteamericana, que parece la potente.

Recuperando el hilo catalán. Si mañana se celebrara un referéndum de autodeterminación, las posibilidades de independencia pasarían por el voto favorable de muchos de esos descendientes de inmigrantes que han mezclado su cultura con la catalana y han dejado de verse representados por una España que no quiere ser federal. Ya existen asociaciones de castellanoparlantes que apuestan sin complejos por darle a Catalunya un estado propio.

–Es un tema muy grave. Nada sería más rico para España como una unidad en la diferencia. Reconocer sus diferencias para mantenerse unida puede parecer una paradoja pero no lo es, es sinónimo de país rico como ocurre en el caso de los länder alemanes. Ese ejemplo es muy provechoso. España no ha sabido resolver todavía un sentimiento de pertenencia que necesita muchas veces de la negación del otro. Para ser vasco me opongo a Madrid. O catalán o lo que sea. Ojalá se avance en esa dirección. El Estatut [catalán de 2005] fue una gran oportunidad perdida y ahí sí creo que la culpa fue de Madrid.

El pasado fin de semana leí ‘Persona non grata’, de Jorge Edwards, donde narra su experiencia de tres meses como representante diplomático de Chile en la Cuba de 1971. Abandona la isla profundamente desencantado con el gobierno de Fidel Castro porque no dejaron ni un segundo de espiar sus movimientos y, pese a ser un representante del gobierno de Allende y un hombre de izquierdas, le calificaron de “contrarrevolucionario” e “intelectual burgués”. Al repasar tu biografía vi que fuiste agregado cultural de México en Berlín Oriental a inicios de los 80. ¿Pasaste por situaciones parecidas?

–Sí. Me abrieron un expediente en la Stasi que pude consultar y donde leí cosas sorprendentes. Evidentemente no se desvela ningún dato importantísimo para el espionaje internacional, pero en el expediente hay un informe que data de mayo de 1989, poco antes de la caída del muro. Yo estuve en Berlín del 81 al 84. ¡Cinco años después de mi salida me seguían espiando! Eso habla de la dimensión completamente demencial de un sistema de espionaje automático en el que una persona tiene abierto de expediente y no se la deja de seguir. No tenían pinchado mi teléfono ni me seguían todos los días, pero cada vez que yo tenía un contacto con alguien de Alemania Occidental lo reportaban en el expediente. Recibía en mi casa de México a muchos amigos del lado Oriental y para ‘pagar’ el precio de su viaje tenían que informar sobre mí. Aunque no tuvieran grandes pesquisas que explicar, el simple hecho de que estuvieran haciendo eso te habla de una sociedad de delatores absolutamente generalizada.

¿Cómo se puede convertir una utopía en un Estado completamente represor de la crítica y la divergencia de opiniones?

–Todas las utopías cuando se radicalizan se traicionan a sí mismas. Por eso es tan importante incluir la discrepancia. Una sociedad sana debe garantizar los derechos de las minorías y la posibilidad de criticarse a sí misma. Una sociedad es más perfecta mientras más se puede decir que es imperfecta.

¿Cuba también se ha traicionado?

–Sí, hace tiempo. La Revolución fue muy importante en ese momento porque trajo unos niveles importantes de justicia social y desarrollo cultural, pero evidentemente es un sistema político que ha durado demasiado sin renovarse ni ejercer la autocrítica. Creo que se está dando un proceso transformador muy importante en Cuba y que es un error considerar monolíticamente lo que está sucediendo alí. Hay una transición en curso que puede conducir a distintas rutas. Lo peor que podría llegar a suceder es que Cuba fuera una sucursal de Miami: el triunfo del consumismo y convertir aquello en un gran resort turístico sería lo peor que le podría pasar a la isla. Lo importante es que tengan una autodeterminación que pase por una renovación política. Hay muchos cubanos que están luchando por eso: hay un nivel de discusión altísimo. No se sabe aún que pasará por el tema de la sucesión porque tampoco se conoce que ocurrirá después de Fidel y Raúl Castro. Sí veo energía suficiente para que haya una sociedad más democrática.

¿Entre ese Berlín Oriental que conociste y el capitalismo desaforado que ha llevado a países como España a una situación qué se puede construir?

–El siglo XX nos dio lecciones muy graves a las que no nos hemos podido aclimatar del todo. Por un lado tenemos un sistema que de manera autoritaria pretende implantar la justicia social. Da igual conseguir unos niveles de economía que sean justos e iguales para todos. Al suprimir las libertades y la autocrítica, al suprimir la discusión se crea una sociedad obtusa donde las gratificaciones no valen la pena porque no hay capacidad de elección.

¿Eso es para ti la Venezuela que gobierna Maduro y que construyó Chávez?

–Eso sería el socialismo que ha existido, un sistema con un gran sistema educativo, con un deporte potente, una economía bastante sólida, una gran estabilidad profesional. Pero al mismo tiempo eso convive con una incapacidad para tomar decisiones absurdas como la de hacer un viaje fuera del país o, simplemente, pensar diferente. Este tipo de situaciones crearon seres mutilados. Pero por otro lado el triunfo total del mercado, la libre empresa, las marcas, todas esas formas de prostitución que tiene la sociedad contemporánea y capitalista crean un sistema huérfano de valores justos e igualitarios. El problema es que no hay contrapesos para el consumo. Soy muy aficionado del fútbol y solo hay que ver en lo que se ha convertido hoy en día. Gobiernan este deporte organizaciones cuasi criminales como la FIFA, sin transparencia a la hora de pagar impuestos cuando se supone que es una organización no lucrativa… ¡y tiene billones de dólares en el banco!

El funcionamiento de la FIFA es totalmente feudal. Hacia abajo todas las federaciones continentales y estatales se comportan igual.

–Fíjate que promueven un sistema autoritario de gobierno donde cualquiera se puede eternizar en el poder y el soborno forma parte de la manera de actuar. Se hacen negocios con países absolutamente reprobables.

Si los políticos son así, ¿cómo le puedes pedir explicaciones a las empresas, que serían los clubes?

–El mundo de la FIFA es como un parque temático de la sociedad actual con todo lo que eso significa. No hemos aprendido lo suficiente de estas lecciones. Una sociedad ideal, que no existe, debería apuntar como tendencia a un sano equilibrio entre la justicia social y la libertad individual. Hay países que se acercan más a esto que otros. El Chile de Bachelet es infinitamente superior al Chile de Pinochet y creo, con todos sus defectos, que la España contemporánea es mejor que la de Franco.

Juan Villoro. Escritor y periodista mexicano8

¿La Cuba de Fidel es mejor que la Cuba de Batista?

–Sin lugar a dudas, pero ya se desgastó a sí misma. El cambio que se está fraguando es lo que me parece interesante ahora.

Has sacado el fútbol a relucir sin que te lo hayamos mencionado, pero apenas hemos tocado la literatura. Te propongo que nos des tu alineación de escritores y periodistas favoritos. Tus referencias, vamos. Puedes ordenarlos en el campo, si quieres.

–¡Uy! Son muchísimos. Yo aprecio mucho a Borges como reinventor del español moderno.

Odiaba el fútbol.

–¡Y me parece muy sano! ¿Qué seríamos nosotros sin la discrepancia creativa?

¿Dónde lo pondrías en tu equipo?

–Desde luego, sería un ’10’. El repartidor del juego. En la portería colocaría a Albert Camus porque de hecho fue portero y, como era muy pobre, la de portero es la posición donde menos se gastan los zapatos. Era un individualista, un hombre rebelde.

El extranjero.

–Y el único que puede usar las manos. Me parece que [Camus] está muy bien en esa posición. Luego, en la defensa central, necesitaríamos a dos titanes robustos como Víctor Hugo y Tolstoi. Autores de novelas que son grandes barreras culturales. En los laterales pondríamos, por supuesto, a dos jugadores movedizos que fueran versátiles, capaces de jugar a la defensiva y al ataque. Por la derecha pondría a Italo Calvino, escritor de enorme versatilidad y variedad, y pondría del lado izquierdo a Bashevis Singer, escritor judío al que le gusta emigrar, ir de una región a otra, ¿no? Con Borges, en la zona del mediocampo, necesitaríamos a un intenso recuperador de balones, alguien acostumbrado al sufrimiento como Dostoievski. El maestro del dolor, que es lo que tiene que ser un recuperador de balones.

¿En el ataque vas a jugar con latinoamericanos o vas a seguir alineando a europeos?

–Ahí me voy. Como jugador imaginativo, junto con Borges, pondría a García Márquez, que combinó de manera maravillosa el periodismo con la novela. Ahí tendríamos a alguien capaz de alimentar de balones a Borges. Nos quedarían los tres de arriba porque yo juego con 4-3-3.

Como buen culé, al estilo del Barça.

–Efectivamente. Pondríamos en el eje del ataque a alguien capaz de rematar de manera muy sucinta y económica cualquier tipo de jugada. Sería Chejóv: tremenda economía de recursos. Luego utilizaría a un extremo fantasma en el lado izquierdo, un jugador que no sabes si está o no está, una especie de desaparecido. Pondría a mi paisano Juan Rulfo, que escribió la mejor novela moderna de fantasmas, que es Pedro Páramo. Alguien que aparece de forma ‘afantasmada’ por ahí me parecería muy vibrante. Luego pondría en el extremo derecho a un escritor norteamericano para hacerle justicia a esta literatura que a mí me parece sumamente importante. Me cuesta trabajo hacer esta elección entre todos los muchísimos autores que me gustan, pero en aras nuevamente de la eficacia y la brevedad optaría Hemingway.

Talese, Vargas Llosa o tu paisano Octavio Paz, si siguiera vivo, te podrían montar un pollo en el vestuario.

–Ese es el problema de los entrenadores, por eso nos acaban odiando. Tienes que escoger a once, es tremendamente difícil.

Entrevistamos a Diego Latorre durante el Mundial y nos comentó que la diferencia entre Maradona y Messi es que “Diego era él solo contra el mundo y muchas veces ganaba”. Consideró que a Leo no se le podía pedir lo mismo, que era injusto hacerlo. ¿El desenlace del torneo mundialista lo ha demostrado?

–Es muy difícil comparar jugadores. Valdano dijo alguna vez que Messi era Maradona todos los días. Es una muy buena frase. Desde el punto de vista estadístico y puramente deportivo lo que ha hecho Leo es extraordinario. Además con tres competencias continuas jugando a ese nivel: Copa, Liga y Champions.

Mi generación creció escuchando a sus padres que nadie iba a superar los 38 goles de Hugo Sánchez en la Liga española y luego llegaron Messi y Cristiano Ronaldo y empezaron a marcar más de 40 por temporada. Solo en Liga, ojo. ¡Ronaldo metió 34 en 42 partidos cuando jugó en el Barça!

–Nos acostumbramos a que Messi metiera en un partido y en otro y en otro y en otro. Después a que enlazara hat-tricks. En un partido metió cinco goles. Ahora parece que está pasando por un desgaste, no sé si físico o mental. En el Mundial hizo cuatro espléndidos partidos y en los otros tres caminó. No llegó a ser el mismo.

El problema es que fueron los tres últimos. Hizo un Mundial a la inversa de Paolo Rossi en el 82, que dejó todos sus goles para los tres partidos finales.

–No sabemos si fue una cosa anímica o de que no se supo acompañar del equipo. Di María le faltó al final. Es un caso paradigmático el de Leo. Da la impresión de no tener vida interior. Seguramente la tiene, pero es muy críptica. En cambio Diego es otra cosa, otro tipo de jugador. Fue alguien que logró cosas soberbias pero también trasladar su ejercicio del fútbol a un discurso mucho más fuerte en lo social y en lo cultural.

Conectó con la gente más allá del campo.

–Diego era como el Espartaco del fútbol. Llegaba a un equipo para liberarlo y guiarlo a la gloria aunque ese equipo no tuviera facultades para ello. Nunca un jugador ha influido en los demás como Diego.

¿Puede salir otro jugador que trascienda tanto como Maradona? ¿Ves algún carácter así en las canteras del fútbol mundial?

–Es muy complicado que aparezca otro con ese carisma y esa capacidad para arropar a lo suyo, no solamente de hacer goles sino de tomar un equipo como el Nápoles que en más de 50 años no había ganado el Scudetto y llevarlo hasta allí [en 1986 y 1989].

Entendiendo además la rivalidad norte-sur que marca la vida italiana.

–Él lo entendió muy bien y fue impresionante. Puede parecer soberbio, pero yo creo que Brasil, en el 70, hubiera sido perfectamente campeona del Mundo sin Pelé. El equipo que tenía Brasil era una cosa impresionante: podían prescindir de tres jugadores y ser campeones. En cambio, Argentina solo podía ganar con Maradona.

Argentina tenía mejor equipo en el 82, cuando debutó Maradona en el Mundial, que en el 86.

–Y mejor entrenador [Menotti por Bilardo], pero ahí estaba el tema de las Malvinas, que influyó mucho. Brasil [que eliminó a Argentina] era un gran equipo entonces. Lo de Italia en esa Copa sí que fue milagroso, ni tuvo un gran equipo antes ni lo tendría después. Es muy difícil que salga otro tipo así en el fútbol, capaz de tener un programa de televisión como el que ha presentado en el Mundial [De zurda]. Las cosas que decía no eran muy elocuentes, pero [Maradona] sabe tocar la fibra con esa rebeldía creativa que tiene.

¿Y no hay nadie en el fútbol actual que sea un icono rock?

–Ninguno. Es como preguntar quién es hoy día como Jesucristo. ¿Quién es John Lennon en la música actual? Aquí en Brasil tuvieron a Sócrates, un jugador extraordinario, muy culto, médico y líder del Corinthians en tiempos de la dictadura, capaz de organizar toda una campaña en el club en favor de la democracia. Salieron al campo con la palabra democracia impresa en la camiseta. Ese tipo de jugador es difícil de encontrar. Tienes a Cantona en Francia, por ejemplo. Es muy arbitrario y narcisista, pero al mismo tiempo es un jugador muy interesante mentalmente, además de un talento. Es muy difícil saber cuándo se va a repetir esa combinación, pero lo interesante del ser humano es esa variedad. Fui amigo de Roberto Bolaño y no sé cuándo habrá otro escritor como Roberto Bolaño. Ni siquiera sus amigos sabíamos que fuera tan importante. En el fútbol y en la literatura lo importante es que el futuro está abierto. No sabemos en qué país va a surgir un jugador que sea tan fascinante como Maradona. Podemos estar contentos con lo que tenemos. No hay un Maradona, pero hay un James Rodríguez, que juega como lo hacían los antiguos jugadores brasileños. Lo que hacían Amarildo o Didí lo hace James Rodríguez. Es difícil pedir más que eso.

Juan Villoro. Escritor y periodista mexicano5

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