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Para hablar con Pepe Mujica hay que hacer cola. Una larga cola. El expresidente de Uruguay es aún hoy un ídolo, un icono para muchos, y un hombre solicitado. Compartimos nuestra espera con dos ecuatorianos —un padre y el hijo— que habían bajado del avión en Montevideo para conocer a El Pepe, darle un abrazo, sacarse una foto, oír su voz en directo y volver al avión rumbo a su país. También con una periodista local, un joven de Canelones, dos voluntarios españoles y El Turco, el guardia de seguridad de Pepe Mujica, que nos contó anécdotas de los visitantes que acuden diariamente mientras nos pasaba y cebaba el mate.

Mujica llegó a la garita con la ropa de trabajar en el campo y excusándose por demorar tanto: se había empeñado en replantar unas tomateras que no quedaron bien, según decía. Tomó asiento arrastrando los pies, cansado, y comprobó por la ventana que su mujer, Lucía Topolansky, no estuviera observándole, contó. En su humildad reside su cercanía, y quizás sea ese el motivo por el que es tan admirado. Agarró una cajita de la mesa, se armó un cigarrillo y lo encendió inquieto. “Dale, preguntadme”, dijo tras la primera calada, mirando hacia la ventana.

–¿Te cansa atender a toda esta gente? ¿A nosotros, los periodistas?

Sí.

–¿Te crees merecedor de tantas visitas?

No. Vivimos en una época muy crítica en la que hay debilidad. La gente admira la sencillez y el compromiso. Y, entonces, lo que debería ser normal les llama la atención. Yo no tengo la culpa de que a las instituciones contemporáneas se les hayan pegado una serie de usos y costumbres que son propios de la monarquía y no de la república. Los presidentes y los ministros tienen una aureola, una alfombra roja… un protocolo complicado, y cuando andan en público quieren parecer estatuas. Y la gente siente que no hay autenticidad. Están un poco hastiados, por eso cuando ven a un viejo raro que es distinto les llama la atención y les parece un mérito bárbaro. No es ningún mérito. Más bien hay demérito del otro lado.

–¿Cuál crees que es la función del político?

Hay que separar dos cosas. Las deformaciones de la politiquería y luego la función de la política. La política no es una profesión. Es una pasión. Es una necesidad humana, porque el ser humano es gregario y no puede vivir en soledad, no es un felino, necesita de la sociedad. La función de la política es amortiguar las contradicciones inevitables que existen en una sociedad y la diferencia para que exista esta sociedad. Alguien tiene que administrar eso. Pero cuando la política se transforma en una profesión, en una forma de vivir, y también de acumular plata, entonces pierde credibilidad para con la gente y pierde el sentido de la función que tiene. El político tendría que vivir como vive la inmensa mayoría de la gente del país, no como vive la minoría privilegiada. No se está en política por una compensación económica, y el que esté buscando plata habría que colgarlo.

–¿Conoces a mucha gente que tenga esa vocación?

Sí, hay alguna gente de esa. Pero hay muchos más que no. Es muy difícil separar la paja del trigo. En las nuevas generaciones es aún más difícil. Todos los que yo conozco que son así, son veteranos.

–¿Creías que podrías hacer más cosas antes de llegar a la presidencia?

Al ser humano le gusta imaginar lo que puedes lograr. Pero reconozco que siempre estás limitado y hay una parte de la limitación que está bien. Imagínate… ¿y si te sale un tirano? Hay que tener garantías frente a eso. Yo creo mucho más en el juego de las fuerzas colectivas, con todos los defectos que puedan tener. Estoy a favor de los partidos. El francotirador sólo puede ser heroico, no más. Cualquier mejora en la historia necesita que tenga fuerza colectiva, llámalo partido, organización, como quieras. La única manera de avanzar es con construcciones humanas que tengan peso y que obliguen a la construcción colectiva.

–¿Volverías a ser presidente?

No. Tengo 81 años y hay que trabajar para que venga otra gente y se vaya renovando. No, no, yo tengo que cumplir mi papel de viejo ahora. Dar consejo y orientaciones que nadie le va a dar pelota. Hay que cumplir el papel que uno tiene que cumplir. Hay que lograr que surja nueva gente, que se preste. Imagínate tú que con suerte voy a tener 84 años para la campaña electoral. ¿Qué? ¿Voy a asumir con 85 años, hasta los 90 años? Es medio grosero. Ha habido algunos, sí. Yo que sé. Aquellos primeros ministros de la Reina Victoria eran unos viejos peligrosos. Es peligroso un viejo. Sobre todo uno que esté lúcido. No te olvides que el primero que le dio una paliza a Napoleón era un anciano.

–¿Crees que la sociedad uruguaya es conservadora?

Es una sociedad de viejos. Hay una tendencia mundial a jóvenes envejecidos. No es que estén envejecidos, es que están ganados por la influencia del consumo. Sobre todo, hay una especie de nihilismo, de tender a no creer en nada. No todos, hay excepciones. Espero que sea coyuntural, si no iría en contra de la especie. El Uruguay tiene una sociedad conservadora, pero no reaccionaria. Acá las versiones de extrema derecha no están. Es una sociedad centrista.

–¿Hubo un cambio entre el Mujica de antes, el guerrillero, al de después, el presidente?

Sí, seguramente. Hoy hay cosas que de joven no veía. Envejecer es, mientras uno no esté lelo, ver más lejos. Entonces, tal vez uno le dé valor a cuestiones que antes no les daba tanta bola. Sólo hay una vida sola, y la vida se está yendo. Hay que luchar porque la gente lo pase lo mejor que se pueda. No se puede sacrificar la vida de la gente por un sueño que uno tiene que a lo mejor se da dentro de cincuenta años o no se da.

–Pero tú, en cierto modo, la sacrificaste….

No, no sacrifiqué nada. Viví de acuerdo a lo que pensaba. Estuve porque me gustaba. No me mandaron. Me metí en política porque lo sentía importante. No fue ninguna obligación. No se trata de que uno no tenga una visión mucho más adelante, que va más allá de nuestra vida, por la cual anhela, por la cual sueña, por la cual tiene utopía. Hay que hacerlo caminando con la gente concreta, eso quiere decir que hay que atender a su vez los problemas reales que tiene la gente porque si no uno está divorciado.

–Y entonces, ¿cómo un presidente puede llegar a cambiar algo?

No se puede pretender cambiar la realidad si no se tiene la comprensión y el apoyo de mucha gente. Por convencido de que uno esté intelectualmente, y para que la gente pueda acompañar y dar un paso más, hay que estar al lado de ella y hay que estar al lado de los problemas que tiene. Eso cuando somos muy jóvenes nos cuesta mucho entenderlo. Razonamos en términos absolutos que son más propios de las matemáticas y no de la realidad humana. La gente no puede entendernos. Yo no puedo decirle a alguien, “mira, el socialismo te va a traer esto y lo otro”, porque él está preocupado con pagar la luz a fin de mes. Yo tengo que luchar para que él pueda pagar la luz y subvertir sus necesidades inmediatas, y eso para que lentamente pueda ir aprendiendo y sintiendo un poco más. Si no estoy con él cuando tiene necesidades básicas no va a tener orejas para escuchar lo que le voy a decir para pasado mañana. Quiero decir que el proceso de construcción en una fuerza colectiva es bastante difícil.

–¿Qué punto de inflexión fue decisivo para entender esto?

Es una evolución que se produce mirando la realidad. Por ejemplo, si tras pasar catorce o quince años de dictadura salíamos planteando progreso con armas en la mano ese pueblo al cual nos debemos lo iba a sentir como una provocación. “Estos nos van a empujar a la dictadura de vuelta”. Y una democracia liberal no es el fin de la civilización, ni el fin del mundo, ni el mundo es mejor, pero es mejor que una dictadura. Y la gente tiene un sentido muy concreto. Entonces nosotros decidimos la militancia en el plano legal, en función de esa realidad.

–¿Cuándo deja de tener sentido una guerrilla?

La guerra no puede ser el objetivo en una sociedad. Una de las definiciones clásicas de la guerra es que se hace por una paz mejor. Pero si no tienes en el horizonte la posibilidad de una paz mejor no te metas a hacer guerra, porque lo único que tienes es sacrificio. Tenemos el caso de Colombia: ¿por qué las FARC se plantean? Porque el gobierno no puede terminar con la guerrilla. Pero la guerrilla tampoco llega al gobierno. No puedes estar toda la vida guerreando. No es lógico.

–¿Podría surgir un nuevo Che Guevara?

No veo por qué no. Pero seguramente sería distinto, irrepetible, en otras circunstancias. Ahí estuvo Mandela. Todo el mundo convulsionado. Pienso que la especie humana en su afán de superación va a generar portavoces porque lo determinante no son las figuras, son las causas, son el motor de la historia que va proyectándose a través de los seres humanos. Se van a generar luchadores. Yo no tengo duda.

–Pero parece que la figura de ídolo hoy se asocia a la de la persona que triunfa. Sobre todo económicamente. 

La sociedad contemporánea es terriblemente desigual, con una minoría de gente que acumula mucha riqueza. Y no puedo creer que la gente vaya indefinidamente a soportar eso. Creo que va a haber lucha y la próxima revolución de carácter tecnológico no es la informática. Son las máquinas que piensan sustituyendo masivamente al humano que van a obligar a recortar los horarios de trabajo en el mundo entero y va a producir convulsiones. Puede pensarse en una democracia mucho más descentralizada con una capacidad de decisión trasladada a la propia sociedad. Hoy es posible consultar por un montón de cosas y que responda. Eso no existía. La democracia representativa tiene una limitación muy fuerte. Nadie representa a nadie. No existe la representación. El ser humano es irrepresentable. Es único. Apenas somos semejantes.

–¿Y cómo crees que será el trabajador del futuro?

Sobrevivirán los que dejen plusvalía. El propio capitalismo va a obligar a masificar la clase terciaria en las próximas generaciones, no por bondad, sino porque lo precisa. Ese tipo de trabajador va a tener una debilidad, va a ser más blando. A más civilización moderna, más débil sos. Es como la genética animal. Cuando tú mezclas dos razas pierden rusticidad.

–¿Se puede frenar al capitalismo, cambiar el sistema?

No. No puedes pretender que la gente piense distinto porque estás en una cultura funcional capitalista y eso tiene más fuerza que un ejército. Esto de “me voy a comprar un auto mejor, una casa mejor”… Eso lo hace el capitalismo, que quiere que seamos consumidores y trabajadores, que generemos plusvalía y que ésta contribuya a multiplicar la riqueza. Cambiar el sistema no es sólo cambiar las relaciones de producción y distribución, es más un cambio cultural y esto cuesta mucho más que un cambio material. Por eso esta batalla tiene muchísimo de cultural. Si no cambia la cultura no cambia nada. Y eso significa cambiar el sistema de valores con los que vos te manejas en el común corriente de tu vida. Y nosotros tenemos lo que nos da esa pantalla, la tecnología. Es la lógica de la acumulación, que es la característica del capitalismo.

–¿Cuál?

Cuando tú compras, no compras con plata. Compras con tiempo de tu vida que tuviste que gastar para tener esa plata. Pero resulta que lo que más te importa, que es el tiempo de tu vida, no puedes comprarlo porque no puedes comprar más vida. Aunque no hay que olvidar que el capitalismo también nos dio más vida y más progreso. Es por un lado cruel, injusto y egoísta. Y por otro lado es terriblemente transformador y creador. El problema es la finalidad ética y moral. El capitalismo piensa en el mercado, en la acumulación y se olvida de las necesidades del hombre. Ese es el problema y eso es lo que hay que cambiar.

Planos Americanos es una revista de viajes e itinerante comprometida con la información, el sentido del humor, y apartada de corbatas y formalismos. Santi Dacal y Paula Baldrich, sus editores, creen que para hablar del mundo uno debe conocer el mundo. Por eso han decidido explorar en primera persona del plural. Empezaron por América Latina. Desde Uruguay pasando por Argentina, Paraguay, Chile, Bolivia, Perú y Ecuador hasta Colombia. Esta es la idea. Sin fechas, sin ruta fija.

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