El inicio del feudalismo coincide, históricamente, con la descomposición del imperio romano, por lo que resulta tentador asumir que el sistema feudal fue una innovación importada por los invasores germánicos, lo cual sería bastante inexacto.

El poder militar de Roma había menguado enormemente durante los últimos tiempos del imperio, y los gobernantes y terratenientes de las provincias se vieron obligados a buscar alternativas al protectorado militar de las legiones. Si usamos una comparación un tanto arriesgada, podríamos afirmar que el fenómeno fue similar a lo que ocurre en una ciudad cuya prosperidad decrece progresivamente. La presencia policial en los barrios periféricos empieza a menguar por falta de efectivos (efectivos, por cierto, cuya calidad también va decreciendo), y los comerciantes empiezan a adoptar medidas para defenderse por su cuenta.

Durante las últimas fases del imperio, los terratenientes fortifican sus propiedades y son capaces de armar pequeños ejércitos privados para su defensa. Siguen pagando impuestos y dependiendo de Roma, pero Roma ya no puede defenderles con la efectividad de antaño.

Imaginemos que el alcalde de nuestra utópica ciudad acaba por asumir y regularizar el sistema hasta hacerlo oficial,  y más o menos (a grandes rasgos, por supuesto) obtendremos como resultado el sistema de gobierno feudal.

Los germanos que heredaron el imperio romano, por tanto, se limitaron a continuar con una tendencia que se había originado mucho tiempo atrás.

El feudalismo es un sistema piramidal relativamente sencillo, en el que los escalafones inferiores tienen un grado de autonomía local casi absoluto. Sus obligaciones, en general, son pocas y precisas; recaudar los impuestos que deben hacer llegar a su superior en el escalafón (en cuya cúspide está el rey), aportar a la corona determinada cantidad de tropas bien armadas en caso de que el rey las reclame para una campaña y defender sus feudos y mantenerlos en orden.

El feudalismo se fundamenta en el vasallaje. Los vasallos juran lealtad a sus señores y el juramento es registrado por escrito. Y una vez en sus feudos son los dueños absolutos, la máxima autoridad civil y militar, independientemente de que gestionen un condado o un pequeño señorío de dos aldeas. Los siervos de gleba apenas tienen derechos. Incluso se compran y se venden con las tierras, en el mismo lote.

Los castillos empiezan a surgir en Europa a partir del siglo X. Las legiones romanas ya fortificaban sus campamentos con muros y defensas de piedra en caso de que las acantonaran durante una temporada en el mismo lugar. Estos campamentos fortificados se denominaban castrum. Muchos de ellos, con el tiempo, acabaron por convertirse en ciudades. En la Península ibérica, los pueblos fortificados heredaron el término “castro”, que muchos de ellos conservan aún en su toponimia.

Castellum es un diminutivo de castrum. Es decir, el castellum, palabra de la que se deriva nuestro castillo, era un campamento de pequeña envergadura pero bien fortificado y dotado con una reducida tropa, destinado a reforzar una línea fronteriza.

Los castillos, a principios de la edad media, son construcciones complejas y sumamente caras. El precio de la piedra tallada es elevadísimo. Los muros llegan a tener hasta tres metros de grosor, por lo que necesitan profundos cimientos para soportar el formidable peso. La mayoría, no obstante, fueron fabricados en buena parte con mortero mezclado con piedra picada o guijarros. En algunos casos, las esquinas sí se refuerzan con sillares de piedra tallada, sobre todo las torres.

No son residencias fortificadas, sino fortificaciones de concepción fundamentalmente militar en las que viven los señores que están a cargo del feudo, junto con su familia y sus sirvientes. No eran en absoluto confortables, pero sí muy seguros. Por lo general están construidos en capas de defensa concéntricas, en cuyo núcleo está la torre principal o del homenaje. Un edificio especialmente robusto, susceptible de ser defendido con independencia del resto del castillo, en el que reside el señor. La entrada queda a unos metros por encima del nivel del suelo y se usa una rampa de madera para acceder a ella. La rampa se retira en caso de ataque, para  facilitar la defensa. Y la parte de la base que queda por debajo de la entrada suele ser estar rellena de piedra maciza para evitar que los muros puedan ser atacados con labores de zapa.

Los castillos se construyen en todo el mundo conocido. Es estilo varía mucho dependiendo de la climatología de la zona y de los materiales disponibles, pero todos tienen la misma finalidad; se trata de proteger el centro neurálgico del gobierno local.

En el norte de Europa, las torres tienen tejados muy inclinados para que la nieve se acumule, y se construyen en las escarpadas y abundantes montañas. En el sur, en muchas ocasiones no hay más remedio que construirlos en zonas relativamente llanas, por lo que se compensa la imposibilidad de aprovechar de la orografía añadiendo más fosos y murallas y haciéndolas más robustas. Los castillos portugueses suelen destacar por la delicadeza de su concepción.

 

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Son especialmente bellos los castillos japoneses, con sus tejadillos, sus amplios fosos inundados y sus torres de madera.

Los templarios hacían gala de su poder económico al construir sus castillos, sobre todo en Palestina. Formidables y quietos titanes de piedra que aún alteran el paisaje de los inclementes desiertos de Tierra Santa.

En aquella época se fortificaban aldeas, iglesias y hasta granjas. Aún hoy se pueden encontrar torres de piedra (o sus restos) adosadas a las dependencias principales de algunas haciendas rurales.

El poder de la nobleza feudal, y por extensión de la propia corona, se fundamentó en los castillos.

La próxima semana: Auge y declive del feudalismo. La edad dorada de los castillos y la poliorcética relacionada. Asedios y defensa.

 

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