El arquitecto Fernando Higueras nació en Madrid en 1930, ciudad en la que ha dejado un importante legado muy poco reconocido en la actualidad. Formó parte de la gran generación de arquitectos españoles del siglo XX, donde figuran nombres como Antonio Miró Valverde, Santiago Calatrava o Rafael Moneo, arquitecto este último con el que Higueras ganó conjuntamente el Premio Nacional de Arquitectura en 1961 por el proyecto del Centro de Restauraciones Artísticas de Madrid. Sus obras son geométricas, basadas en los principios de la ciencia y las leyes eternas de la naturaleza, de ahí el deseo de este arquitecto de alcanzar esa eternidad a través de sus creaciones, así como aportar nuevos enfoques a la arquitectura, el arte al que se consagró. Diferentes obras, como la ya mencionada, o el Edificio Princesa de San Bernardo, la U.V.A. de Hortaleza o el Colegio-Estudio de Aravaca muestran una belleza cercana a la naturaleza y a la vez humana, artística.

Visitando las diferentes obras que el arquitecto tiene repartidas por Madrid tuve la suerte de conocer a su hermano Jesús, de 82 años, y al hijo de este último, también llamado Jesús, quienes recuerdan al arquitecto Higueras con mucho cariño y cierta admiración. Llegué a ellos por casualidad: estaba visitando la Iglesia de Pozuelo de Alarcón y descubrí que el párroco actual de la iglesia era el sobrino del arquitecto. De hecho, fue él quien le encargó a su tío el diseño de la impresionante y bonita iglesia de ladrillo rojo de ese municipio al oeste de Madrid, conocida entre los feligreses y los vecinos como la ‘Catedral’ de Pozuelo.

Su sobrino, Jesús Higueras, sentado al sol delante de la puerta principal de su iglesia, abre el cajón de la memoria.

–Fue muy difícil trabajar con mi tío porque era una persona extremadamente ambiciosa con su obra y quería que sus ideas se llevasen siempre a cabo en lo construido. Muy duro y un buen hombre, sin duda.

El párroco estaba entonces empezando su trayectoria eclesial y, quizás fruto de esa inexperiencia, se echó para atrás ante lo que parecía un proyecto desmesurado, pero que se pudo acometer al ser, para alegría de sobrino y tío, secundado económicamente por los feligreses, y tras ciertos reajustes, finalizado en el año 1999. Durante los dos años que duraron los trabajos, Fernando Higueras veía desde fuera cómo avanzaba la obra y se elevaba la iglesia, tomando notas al estilo de Antoni Gaudí con la Sagrada Familia en Barcelona.

–¿Era su tío un hombre religioso?

–No, para nada, aunque sí que le emocionaba e ilusionaba construir una iglesia. Pero quien mejor te puede hablar de mi tío es mi padre.

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Diez minutos después llegó Jesús Higueras (padre), aparejador de profesión y colaborador en las obras de su hermano siempre que tuvo opción. En una salita dentro de la iglesia nos sentamos y empezamos a hablar. “Mi hermano fue un genio, todo lo que hizo se le dio bien: cantó en el coro de la universidad y así pudo viajar por toda Europa; también pintó con maestría y tocaba la guitarra. Verás, te contaré una anécdota: una noche el genial músico Andrés Segovia le dijo a mi hermano que dejase la arquitectura y se dedicase a tocar, pues era muy bueno, un gran músico”. Cuando habla de él se emociona y se ve que le admira. “Fue muy excéntrico, un artista en todo, un artista total”.

Luego, Jesús Higueras se adentró en la diferencia entre las carreras de su hermano y el también arquitecto Rafael Moneo, algo que el aparejador achaca a las contrapuestas idiosincrasias de ambos: “Siempre pensé y vi que Rafael Moneo era más inteligente, más práctico, más realista, ya que supo cómo hacer mucho dinero, mientras que mi hermano quería que su obra fuese tal como quería, por lo que no dejó que ningún cliente le impusiese nada”. Al recordarlo dice que hubiesen ganado mucho más dinero si Fernando hubiese sido más flexible en la creación de su obra, “pero que no quiso”. Así era Higueras: hacía lo que deseaba. Siempre libre, y quizás, por eso, un genio olvidado. Su hermano ahonda en el relato:

–Mi hermano diseñó y construyó una casa debajo de su casa, la llamaba el rascainfiernos, allí abajo. Una casa muy luminosa en la que siempre entraba la luz del sol.

Con esas palabras me marché de Pozuelo de Alarcón. En casa, leyendo sobre lo que se había escrito de este arquitecto, descubrí que Justo Isasi, otro arquitecto, confirmaría lo que me contaron sus familiares cuando escribió en el periódico El País que Higueras “irrumpió en la arquitectura cargado de un enorme talento, de una vitalidad próxima a la furia y del correspondiente e intratable ego”, que “competía con su talento con Rafael Moneo, pero envidiaba su éxito. [Fernando] se postulaba como un genio de la arquitectura y del desenfreno psicodélico de los setenta. Creía en su profesión como los artistas malditos”.

Fernando Higueras murió en 2008, su obra arquitectónica sigue en pie y libre, a la vista de todos. La arquitectura es del artista y de todos los que la ven.


Fotos: Jesús J. Prensa.

1 y 2. Iglesia en Pozuelo de Alarcón.

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