La robusta cultura política del México abusivo y prepotente enfrenta resistencias inesperadas. ¿Entenderán, Enrique Peña Nieto y políticos y empresarios que lo acompañan, la encrucijada en que se encuentran?

La Casa Blanca mexicana es el corolario natural de la historia de ostentación, corrupción y ausencia de rendición de cuentas que ha caracterizado los modos del Grupo Atlacomulco mexiquense que ha contagiado, con sus usos y costumbres, a buena parte de la generación que ahora gobierna.

Si Arturo Montiel puede enriquecerse para luego recibir la protección de su sobrino y gobernador Enrique Peña Nieto, ¿por qué la hija de éste, Paulina, no iba a retuitear un texto en diciembre de 2011 burlándose de “toda la bola de pendejos, que forman parte de la prole [que] critica a” EPN candidato? Si los panistas se atascan de moches y los perredistas rematan el uso de suelo capitalino en su inacabable tranza, ¿por qué la primera dama, Angélica Rivera, no iba a darse el gusto de presumir su millonaria residencia en el Hola!, pasarela de ricos y poderosos?

Lo grave es que buena parte de México ha aceptado y normalizado la corrupción, los conflictos de interés y la impunidad. Son amplios los sectores que aceptan como correctas o inevitables esas prácticas. Para confirmarlo revisen la cobertura de un buen número de medios entre los que destacan los mexiquenses. La información sobre la residencia privada de la familia presidencial apareció el 9 de noviembre y en los diez días posteriores solo fueron publicadas tres notas sobre el tema en el ABC y Alfa Diario. Ni una sola mención en las otras diez publicaciones revisadas (entre ellas El Sol de México y Portal).

La cultura política de la corrupción y la impunidad es una fortaleza que muestra cuarteaduras por las que se filtra algo de esperanza. Una parte de la ciudadanía es consciente y se alimenta y sostiene a medios independientes y organizaciones autónomas que están aprovechando una transparencia que, pese a sus limitaciones e imperfeccciones, abre las puertas a un terreno fértil para la localización de información de buena calidad. De esos espacios se aprovecharon Rafael Cabrera, Daniel Lizárraga, Irving Huerta y Sebastián Barragán para hacer la investigación sobre la Casa Blanca para el portal Aristegui Noticias (publicado simultáneamente por Proceso).

El periodismo independiente y crítico es minoritario pero profundamente influyente porque, además de su base social en México, está conectado con esa parte del planeta que valora la transparencia y combate a la corrupción. Es sintomático que el reportaje sobre la residencia presidencial mexicana contara con el apoyo de la plataforma de periodismo latinoamericano Connectas y del Centro Internacional para Periodistas (International Center for Journalists).

Aunque los medios mexiquenses no la consideraran importante, la gran prensa internacional la ha valorado y difundido por el mundo entero. El New York Times, el Financial Times, entre otros, han informado en detalle, aunque no han faltado medios internacionales con los síntomas de haber contraído el virus de Atlacomulco.

Otra grieta ha sido hecha por la revolución tecnológica. Las redes sociales mexicanas son broncas, memoriosas e imposibles de controlar pese a los esfuerzos hechos para domesticarlas. Aunque también fluyen la basura y las provocaciones es impresionante la cantidad y calidad del conocimiento colectivo que circula incontenible por Internet.

El asunto ha tomado tal dimensión que, cosa rara, el Presidente tomó el micrófono para anunciar, con un absurdo tono paternalista, que “dejar[á] que durante esta semana la vocería de la Presidencia responda”. Anunció de antemano el tono de la explicación porque las llamó “aseveraciones imprecisas y carentes de sustento”.

Enrique Peña Nieto está frente a una encrucijada (los otros partidos también, aunque por motivos diferentes). Pocas veces ha sido puesto tan a la defensiva por un reportaje que cuestiona su integridad individual y su tolerancia a los negocios turbios. Sucede además en un momento particularmente pésimo: la violencia criminal –sazonada con carestía económica–muestra la fragilidad de su gobierno y la hondura del enojo social.

¿Evadirá el Presidente los cuestionamientos entregando explicaciones incompletas o se irá a una reforma a fondo que implique renunciar a buena parte de su herencia cultural?, ¿se la jugará como estadista o imitará a los simuladores? Faltan horas para que empecemos a saberlo.

Colaboró Clementina Chávez Ballesteros

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