Ilustración: Untaltoni

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Un buen amigo que estudia Químicas me explicó en una ocasión cómo Alfredo Pérez Rubalcaba daba clase en su universidad permanentemente acompañado por su personal de seguridad. Lo decía con normalidad, como debe ser, sin extrañarse pues debe ser un profesor normal, uno más, con la ambición justa aunque con dos guardaespaldas acompañándole, dos de los pocos restos que deben de quedarle después de su naufragio como ex secretario general del Partido Socialista Obrero Español.

Las raíces del ritmo animan a imaginárselo de espaldas, circulando en los pasillos con la cabeza gacha, rasgo unívoco de su complexión menuda o quizás sea un gesto de sumisión y disculpa. Sumisión y disculpa entre libros y fórmulas porque el hombre que fue capaz de dinamitar la oposición en España también tiene derecho (digámoslo así) a continuar con sus labores cotidianas, a permanecer con la conciencia tranquila, a dar clase a unos alumnos con los que se mostrará del mismo modo flexible y amable o por el contrario rígido y autoritario. Quizás juegue a ser competente en las aulas y llore ahora como profesor lo que no supo defender como político.

En paradero desconocido

Desde luego, no será su electorado sino la mayoría de la sociedad española la que se pregunte dónde demonios se ha escondido la oposición estos cuatro años. Dónde su voz, dónde su voto, dónde y por qué. Por qué el único partido garante de que nada de esto sucediera acabó convertido en una cuadrilla de Boabdiles, pucherosos e inermes, sentados durante meses calentando la silla roja de la derrota y retroalimentando la destrucción de su propia formación con exilios, renovaciones, linchamientos internos y EREs.

El paradero desconocido de la izquierda realista, con gran razón aplastada hace cuatro años, le ha hecho más daño a Pedro Sánchez que cuarenta Zapateros y treinta Rubalcabas. Después de cada viernes de consejo de ministros (¿recuerdan aquellos viernes?), había que ponerse anteojos y buscar alguna voz contraria, como quien busca a Wally, hasta encontrar el milagro opositor, que solía consistir en cuatro balbuceos incomprensibles del trepa izquierdas bipartidista de turno que en ese momento se encontrara más cerca de desvelarse como futuro líder del socialismo español. El problema es que el electorado socialista estaba tan harto que no le quedó otra opción que aguantar el chaparrón y ver cómo la mecha avanzaba, su representación política quedaba pulverizada y la defensa de sus desesperadas reivindicaciones, en consecuencia, reducidas a escombros.

Mientras tanto, Zapatero observaba las nubes y Rubalcaba perfeccionaba ese icónico movimiento de manos tan ajeno al sentir de la ciudadanía (las yemas de los dedos unidas, como si estuviera sosteniendo dos piezas de una imaginada cubertería de la plata más fina).

Pedro Sánchez

Por eso resultó algo cómico ver a Pedro Sánchez en pie, al lado de Iglesias, alzándose como garante de la izquierda pragmática después de cuatro años en los cuales su partido estuvo recluido en las antípodas de la lucha por el poder interno. Lo cierto es que nada ha cambiado. La poca peligrosidad que desprende su retórica concuerda a la perfección con un PSOE heredero de la tradición socialista con vocación constitucional, subordinado su discurso al pago de La Deuda como nuevo tótem político. Nada nuevo por aquí, nada nuevo por allá. Nadie espera un truco de magia.

No hay que ser demasiado incendiario, a estas alturas de la película, para tener la certeza de que Pedro Sánchez representa la mitad sine qua non de un pensamiento único que completa con Mariano. Ambos son dos hemisferios de la misma esfera, saben que las cuestiones de fondo a tratar son las mismas y por lo tanto no existe discusión u oposición no cosmética que merezca la pena.

El renacimiento del PSOE cual Ave Fénix de sus cenizas, de dudosa majestuosidad, ha llegado con la previsibilidad propia de la campaña electoral. Estamos ante una oposición meramente estética que desaparece en las cuestiones de peso, alérgica a los cambios abruptos y además (por si fuera poco) teñida de la sonrisa, irresistiblemente sexy, de Pedro Sánchez.

¡Suerte, Pedro! No queda demasiado por perder.

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