Mi primo Matías es uno de los pocos genios de verdad que he conocido en mi vida.

Se dedica a escribir para otros. Gente famosilla que publica sus memorias, o su primera novela. Incluso algún autor conocido pero sin auténtico duende, ya sabéis. De esos que venden bastante pero en el fondo saben que no son muy buenos, que sus obras no tienen alma. A algunos les corrige los manuscritos y les añade  frases, o les cambia cosas. Destellos de calidad. Un poco de luz en el tedio. A otros les escribe las novelas enteras, directamente.

Es capaz de escribir cosas tan bonitas que se te saltan las lágrimas. Podría haber sido un escritor maravilloso, pero es muy gandul y no tiene ambición. Lo único que quiere es ganar dinero y largarse a Ibiza a follar y a drogarse. Y en su profesión es un Maradona. Clandestino, pero un puto Maradona.

Matías me escribió una novela de 200 páginas en un fin de semana. Yo le prometí un pastón, y el pobre llevaba una temporada muy floja. La novela iba de un señor que se levanta por la mañana y decide que ya no dormirá nunca más, que se suicidará  esa misma noche, porque tiene unas pesadillas horribles. Y la novela es un monólogo interior. El hombre repasa su vida y demás. De la ingenuidad a la desesperanza. De la luz a la oscuridad, el viaje, etc. Bastante típico todo. Pero si lo escribe Matías te pones a llorar. Es como con los chistes. Si la persona que lo cuenta tiene gracia de verdad te ríes aunque sepas el final. Aunque sea malo. Como Chiquito. Y el que no tiene gracia revienta el mejor chiste.

Yo sabía que publicar es muy difícil, aunque la novela sea buena. Los buzones de las editoriales rebosan de manuscritos de gente que se cree que por lo que escribe vale la pena talar un árbol, así que ni siquiera se leen lo que les mandan. Decidí recurrir a mi madre. Ella se puso muy contenta de que me hubiera enamorado de una chica del gimnasio, y me acompañó a ver a los editores. Era una editorial pequeña pero que estaba muy de moda. C.C. compraba todos sus libros, yo me había fijado. Los dueños eran un matrimonio joven, muy listos y guapos. Mi madre consiguió una cita con ellos y fue al grano. Cuando les mencionó la cantidad que estaba dispuesta a pagar para que me publicaran, al tío se le dilataron las pupilas. Si hubiera sido por él no hubiera habido problemas, porque además la novela era mejor que muchas de las que publicaban. Todo hubiera ido como una seda. El problema empezó con la chica, la dueña. B.M., se llamaba. Yo no tardé ni diez segundos en darme cuenta de que aquello iba a acabar mal. La tía nos trató como si fuéramos paletos con dinero. Como si ella estuviera un nivel por encima de nosotros en una especie de escala intelectual. Total, porque tenía una editorial que se había puesto de moda y le hacían entrevistas y era guapetona. La verdad es que se pasó mucho. Yo estaba sufriendo por mi madre. La pobre se tragó el orgullo por mí, pero tuvo que tragar mucho. Cuando volvíamos a casa en taxi estaba pálida y no abrió la boca. Yo estuve unos días muy atento con ella, para que se le pasara el disgusto. La novela la publicaron enseguida, era una de las condiciones. Yo fui a una tienda de libros de segunda mano y llené el piso de estanterías con volúmenes antiguos preciosos, encuadernados en cuero. Me encanta ese olor. Todo en plan bohemio. En fin, me convertí en el gato ideal de de C.C., aunque ella aún no lo sabía.

Apenas un mes después, una noche, estaba yo acostado boca arriba y abrazado a C.C. Ella se había dormido mientras me acariciaba los cojones con su manita de hada. Pensé que no se podía ser más feliz. Nos pasábamos el día viajando y descubriendo restaurantes, y a mí me gustaba apoyar la oreja en su pecho y escuchar su corazón, y no me hacía falta nada más.

Los problemas vinieron por culpa de B.M. Bueno, en realidad vinieron por su orgullo. Venderte por dinero es un problema si eres muy orgulloso, y B.M. lo era, y mucho. Al principio eran detalles sin importancia. Yo entendía que me tratara como a una colilla tirada en el suelo, que me despreciara. Pero la cosa fue yendo a más. Y un día, en una fiesta a la que fui con C.C., se fraguó la tragedia. Yo estaba con C.C. y con mi madre hablando con unos escritores, todos muy malos pero simpáticos, y apareció B.M. Había bebido de más y le brillaban los ojos. Nada más empezar hizo un par de comentarios muy fuera de lugar. A mi madre le pilló de sorpresa porque yo le había ocultado sus menosprecios para que no se enfadara. Mi madre se fue poniendo pálida y las pupilas se le iban contrayendo, y C.C. estaba atónita. B.M., prácticamente, insinuó lo que había pasado. Yo estaba preocupado por mi madre, porque está mal del corazón y además es muy suya. Pero sabía que no podía hacer nada. Es curiosa esa sensación de no tener la capacidad de reconducir la tragedia cuando se está gestando. Los chinos dicen que si un problema no tiene solución, ya está resuelto.

La gente como B.M. es muy especial. Son personas que han tenido que soportar humillaciones a lo largo de su vida y no las han digerido bien. Y cuando llegan arriba devuelven lo que han tragado, siempre hacia abajo. Hace tiempo leí que una definición de lo que es la auténtica gilipollez que me marcó mucho; al gilipollas lo reconoces porque acaba haciendo cosas que no le reportan ningún beneficio, y que incluso le perjudican. Pero va y las hace. Es un tema de inteligencia emocional, en el fondo. De no controlarse. De falta de sabiduría, en definitiva. Un puto fracaso personal.

A B.M. la debían haber puteado de pequeña en el cole, o algo así. En fin. El caso es que mi madre se cabreó de verdad. Mi bisabuelo fue General de División durante la guerra civil. Le llamaba Paco a Franco y le levantaba la voz. Le llamaba media mierda a Millán-Astray en su puta cara y se reía de él  porque le faltaban un montón de trozos. Y luego se abrazaban. Y a mi abuelo le llamaban de El Pardo para consultarle cosas y le mandaban cestas por Navidad. Y que una chica cuyo abuelo seguro que perseguía a las cabras por los huertos para sodomizarlas (sic), una chica que aún olía a campo y a trabajo manual (sic) la tratara así la sacó de quicio. En fin, mi madre se empleó a fondo.

Compró el inmueble en el que tenían la editorial, y también los dos inmuebles colindantes. Empezó con inspecciones. Aguas, gas, estructuras. Y luego las obras y demás. Los puteó a fondo. Luego habló con un detective privado que había sido amigo de mi padre. Si los pobres desgraciados pretendían trasladarse se encontraban con que los locales por los que se interesaban ya estaban apalabrados. Siempre. En el fondo se lo pasó bomba con aquello, mi madre. Y la pobre B.M. se iba viniendo abajo. El orgullo está bien, nos acerca a los dioses. Es lo único que nadie nos puede quitar si estás dispuesto a llegar al final. Mejor morir de pie que vivir de rodillas, etc. Pero sólo hasta que te putean en serio, si sólo eres fachada. Todo el mundo tiene un límite, un determinado índice de resistencia ante la presión, como los metales. B.M. tardó dos meses en presentarse en mi casa para tantearme, arrastrando sus putas banderas  por el polvo para entregármelas, como quien dice. Yo no me había dado cuenta de lo cabreado que estaba con ella por haber disgustado a mi madre. Normalmente estoy muy en contacto con mis emociones, pero en aquella época estaba enamorado de C.C. y no estaba centrado. El caso es que acabé follándomela en una hamaca de la piscina, recién salida del agua. Perdí el mundo de vista, en fin. El sabor a cloro me saca de quicio por culpa de mi prima Noe, algún día os lo contaré.

Me puse tan burraco que mientras le daba por detrás le arranqué una oreja de un mordisco, en un arrebato. La tía se puso a berrear, claro. Menos mal que mis vecinos estaban de crucero.

C.C. se fue a Estados Unidos al cabo de poco tiempo. Y  fue una suerte, porque estas cosas siempre van a menos. Yo creo que ha sido uno de los amores de mi vida más bonitos. Aún nos escribimos y me cuenta sus cosas, y yo la quiero mucho y la querré siempre.


 

La receta:

Ingredientes:

Espárragos trigueros delgados.

Láminas de Nori

Arroz Sari.

Mostaza japonesa.

Lonchas finas de bacon sin ahumar.

Aceite de freír.

Salsa Teriyaki.

Preparación:

La gente se cree que el Sushi sólo se hace con pescado o vegetales, pero puede prepararse con carne. El concepto de Sushi lo marca el arroz.

Hosomaki de espárragos y bacon con Teriyaki.

El espárrago hay que escaldarlo, pero en lugar de Wasabi se usa mostaza japonesa. La loncha de bacon se mete dentro del rollo de Nori y se cierra con palillos.

El aceite se calienta despacio y el maki se fríe ligeramente y de forma homogénea. Cuando está hecho se retiran los palillos, y después de cortar las porciones se añade un poco de salsa Teriyaki.

   


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