Saber que no existe algo que debería de existir es el primer síntoma de la genialidad. El segundo y último es conseguir crearlo, dotarlo de existencia.

Lo anterior es válido para cualquier área del quehacer humano, desde los negocios y las ciencias hasta las artes y la cocina. Por supuesto, también concierne a esas obras o artefactos que no pueden clasificarse en un sólo rubro. En todos estos sentidos, justo acaba de publicarse un libro genial: Atlas de islas remotas de Judith Schalansky (Crítica, 2015), un compendio acerca de los 50 fragmentos de tierra más apartados de todo lo que existe en este planeta, lejos de los asentamientos humanos y de los aeropuertos, de las rutas comerciales de los barcos y de cualquier guía de ecoturismo. Islas a las que puede ser tan difícil –o imposible- de llegar que incluso una de ellas, Pedro I, en el océano Antártico, ha sido menos visitada por los seres humanos que la mismísima luna.

El índice del libro está dividido por océanos (Ártico, Atlántico, Índico, Pacífico y Antártico). Cuenta con mapas extensos para ubicar las islas en el mundo y, a cada isla particular, se le dedican dos páginas. En una está el mapa de la isla en cuestión, para que uno pueda imaginar que recorre sus playas, riscos y cabos e, incluso, si las hay, pueda apreciar por dónde transitan las únicas veredas, dónde está la estación meteorológica, la base militar o el campamento científico. En la otra página está el nombre de la isla con algunas de sus traducciones, su posición geográfica (tanto en latitud y longitud como en un puntito negro sobre un mapa circular del planeta), luego hay unas líneas de distancia a los puntos más cercanos y también una línea de tiempo donde se señalan los eventos “históricos” más importantes que han ocurrido en este rincón del mundo. Después viene la narración.

Y la narración de cada una de las islas es lo que vuelve a este libro en verdad un tesoro. Son narraciones cortas (lo que cabe en el resto de la página), sucintas, precisas pero no exentas de belleza y de historias extraordinarias: náufragos, amotinados, “paraísos comunistas” que duraron menos de una generación, “evas” y “adanes” que buscaron regresar al inicio del tiempo bíblico y terminaron en el infierno, avistamientos de platillos voladores, bombardeos desde submarinos alemanes, canibalismo, marineros devorados por pingüinos, amos de un solo siervo y hombres que soñaron el idioma que únicamente se hablaba a miles y miles de kilómetros de distancia, por unas cuantas personas y, sin embargo, un día conocieron a la única mujer que también lo hablaba en todo el continente y sí… lo demás es historia, un cuento de hadas, un vivieron felices para siempre, por supuesto, en la isla.

Mejor dicho, todo es historia.

Sí, aunque parezca increíble, todas las narraciones del libro, las que parecen cuentos de terror y las que parecen cuentos fantásticos, las que parecen sacadas de un gabinete de curiosidades y las que parecen manifiestos   pacifistas, las que parecen extractos de un libro de viajes de Marco Polo o Gulliver y las que parecen historias de piratas, todas, todas las narraciones están basadas en documentos históricos.

Pero más allá de la extrañeza y la maravilla, del horror y la belleza de cada historia, Schalansky (quien nació en 1980 en la antigua República Democrática Alemana y desde niña aprendió que los mapas ocultan tanto como muestran) logra hacer justamente un “atlas”, no sólo de islas remotas, sino también de aventuras, de ésas que nos emocionaban tanto de chamacos y nos siguen emocionando tanto de adultos: de las aventuras que muestran los extremos a los que puede llegar la humanidad.

PS.- Si quiere regalar un libro, no lo dude, ésta es una de las mejores opciones que podrá encontrar. Un libro tanto para niñas de 7 años como para bibliotecarios de 80.

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