chus lampreave

Un lunes de por sí suele ser difícil de afrontar, quizás por aquello de comenzar la semana, dejar atrás el fin de semana, o un cúmulo de las dos cosas. Ayer, encima, llovía. No sabría explicar si se debía a un fenómeno meteorológico o a una aglomeración de lágrimas procedentes de Berlanga, Ferreri, José María Forqué o Fernán Gómez. Sí, se ha ido un miembro de la familia, y no solo del cine, también de cada uno de nosotros. Pensando en personajes de ficción que podrían formar parte de nuestro árbol genealógico porque se han ganado ese hueco, podrían aparecer varios, pero el más repetido estaría, sin lugar a dudas, interpretado por Chus Lampreave.

La actriz madrileña se ha despedido dejando tanta huella como sus personajes, a pesar de que siempre fueron secundarios. Es imposible no recordar a la madre de Rafi en aquel Torrente que la metió en la piel de la pescadera más famosa de este país. También es imborrable aquella tía Paula de Volver como inolvidable resulta la portera (que además era testigo de Jehová) de Mujeres al borde de un ataque de nervios.

La entrañable intérprete apaga los focos del rodaje de su vida pero mantiene la película intacta, perdurando, como el mejor de los celuloides. Culpable de ello son sus innumerables papeles, la naturalidad con la que dotaba a los personajes, involucrándoles en nuestro entorno gracias a su magia y su talento. Difícil es encontrar actores y actrices secundarios que dejen más poso que los principales. Eso es lo que precisamente hacía Chus Lampreave, aunque apareciera diez minutos en una película.

Nos hemos quedado huérfanos de un personaje secundario que volvía siempre a casa, de una actriz inclasificable. Esa era Chus Lampreave (o María Jesús). Los que la conocían dicen que era tan tierna y divertida como sus personajes. Nos hemos quedado sin una de las llamadas “chicas Almodóvar”, porque trabajó con el manchego más que con nadie, aunque su único premio Goya lo ganó por Belle Epoque, de Fernando Trueba, donde interpretaba a la madre carlista de Gabino Diego.

Fue nuestra tía, abuela, madre, la portera del imaginario de la ficción española. Ha dejado las gafas de culo de botella sobre la mesita de noche, la bata colgada tras la puerta y una nota en la nevera que dice: “Ahí os quedáis, pero tened cuidaíco”.

Criarse contigo tras la pantalla ha sido muy divertido. Gracias por este tiempo.

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