Acaba de retirarse del fútbol Juan Román Riquelme, el irónico futbolista con pintas de persona normal. Un argentino capaz de decir que era mejor Iniesta que Messi. En estos tiempos en que el fútbol vive rodeado de toda esa niebla ideológica de la autoayuda, el cholismo y el buenrollismo; Riquelme fue la otra cara de la moneda, la del resentido que nunca vendió una moto. En una ocasión el presidente de Boca lo definió de forma bien tajante: «Riquelme es un líder negativo». A su lado, José Mourinho parece Jorge Javier Vázquez. He aquí una recopilación de los mejores momentos del porteño frente a los micros.

«Dicen que no sonrío pero Zidane lleva diez años sin sonreír y nadie le dice nada».

«Soy menos inteligente de lo que dicen los periodistas; ellos dicen que soy inteligente para desactivarme».

«Sigo viviendo en Don Torcuato, a una cuadra de donde nací. Nunca me fui de vacaciones. Allí nadie me pide autógrafos ni me llama Riquelme. Me llaman Román, y algunos, cabezón».

El amor por su barrio y por su potrero no se extinguió nunca. Incluso aprovechaba cualquier ocasión para hacer patria. Cordo, periodista de la tele pública argentina, tras un partido que ganó Boca en el 90 le preguntó:

Román, ¿dónde estarás en junio?
–En Don Torcuato, ¿y vos?

La semana siguiente, el mismo periodista, tras una victoria de Boca en la Bombonera:

–¿Cómo va tu renovación?
–¿A vos no te gusta hablar de fútbol, no?

El amor a las calles donde se crió solo se puede comparar a la querencia que sentía por el esférico:

«Beso la pelota antes de patear los tiros libres porque pienso que cada vez la tratamos peor, si la tratas bien, hace lo que deseas (…)Mi mujer y mis hijos saben que mi amor por la pelota está a la altura del que les tengo a ellos».

Muchos le achacaron una pizca más de velocidad para haberse convertido en uno de los cinco o seis grandes de todos los tiempos. Quizá esa tara sea precisamente la quintaesencia de Riquelme. Al baloncesto juegan los altos; al fútbol, los rápidos. Él consiguió convertirse en más querido que Maradona para la hinchada de Boca, rodeado de futbolistas con muchas mejores condiciones naturales de arrancada y aceleración. Quizás por ahí pueda explicarse su carácter poco dado a la sonrisa gratuita (para los que tengan necesidad de explicación), que tan poco le ayudó en la única temporada que pasó en un gran equipo europeo.

Román llegó al FC Barcelona en el verano de 2002 y chocó frontalmente con Van Gaal, que volvía dos años después de haberse marchado del club para salvar una nave a la deriva. Lejos quedaban todavía sus años de estrella indiscutible en el EuroVillarreal durante aquella temporada gris en el Camp Nou. Y aún así, el argentino jugó 30 partidos con el holandés, aunque de interior por la izquierda. Eso sí, al final, la afición, tan riquelmista después de treinta portadas seguidas veraniegas del Sport, lo silbaba. Yo recuerdo que fui con su camiseta –de Boca– al decisivo Barça-Juventus (1-2) de Champions, con aquel gol de Zalayeta en la prórroga. A la salida una aficionada culé me agarró la camiseta con violencia y me dijo: «Vuélvete a tu país y de paso te llevas a Riquelme contigo».

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