Es muy probable que la palabra “caníbal” provenga del término “caribe”.

A los primeros españoles que llegaron al continente americano les horrorizó que los caribes practicaran la antropofagia de forma sistemática, institucionalizada. Incluso cebaban a niños capturados en ataques a otras tribus para engordarlos antes de comérselos, como si fueran reses. Aunque estoy seguro de que además de horrorizarles también les fascinó. Al menos a algunos.

El impulso de comerse a otro ser humano palpita en algún lugar muy profundo de nuestra psique. Me vais a permitir que recurra al tópico del lenguaje verbal. Hablamos de “comerse” a los niños, como muestra suprema de ternura, y hablamos de comernos a las personas que nos atraen sexualmente. Ternura, deseo sexual y canibalismo. Y ahí estoy yo. Bueno, y mi tía Inés. Que fue mi mentora, entre otras cosas.

Se han encontrado numerosas pruebas de canibalismo en yacimientos arqueológicos muy antiguos, y en bastantes de ellos queda claro que no se corresponden a épocas de hambruna ni tienen finalidad ritual.

Los conquistadores españoles y portugueses se refieren en sus crónicas (de forma discreta y tangencial) al hecho de que muchas tribus de nativos con las que se aliaron acudían a la guerra llevando sal con ellos, para poder conservar partes de los cadáveres de sus enemigos vencidos, volver con ellas a sus poblados y compartirlas con sus familiares.

Alguien dijo que matar a otro ser humano es el crimen más terrible, porque no sólo le robas todo lo que es, sino lo que hubiera podido llegar a ser. Pero el que hizo esa afirmación no tuvo en cuenta la posibilidad de comerte a alguien después de matarlo. De convertirlo en una presa, o en una res. Y de que tu metabolismo genere energía para seguir viviendo (y matando y comiéndote a más gente, tal vez de su tribu) usando su cadáver como alimento.

Mi tía había viajado por todo el mundo. En el muslo tenía dos cicatrices en forma de estrella, una a cada lado, de una lanza que se lo había atravesado y le había fracturado el fémur.

Lo sabía todo sobre el ser humano, y solía remitirse a lo esencial. Le resultaba desesperante que la mayoría de personas entren en conflictos con su propia naturaleza. Con el miedo, con el deseo, con la ira. Son impulsos (lo de emociones se queda un tanto corto, en mi modesta opinión) de una enorme potencia, y que en su día nos sirvieron para sobrevivir. El que entra en combate en un estado de furia y miedo más o menos controlados tiene una ventaja enorme. Mental y fisiológica. La sangre acude a las extremidades, nos movemos más rápido y el tiempo parece pasar más despacio. Se agudizan los reflejos y los sentidos. Sin el miedo o la ira, nuestros antepasados no hubieran sobrevivido como especie. Si os lo planteáis fríamente, es injusto que ahora los rechacemos. Y poco práctico. Es muy peligroso pretender enterrarlos o eludirlos, porque les damos fuerza. Son como un aliado, o como un perro. Hay que educarlos y respetar lo que son. Un perro, si te tomas la molestia de comprenderlo y adiestrarlo, y lo haces con paciencia, no te fallará nunca. Si lo tratas como a algo inmundo y lo encierras en un armario crearás una bestia terrible. Lógico. Todo debe fluir, porque si no fluye genera presión. En fin.

Después de comernos a Lara, mi tía me llevó de viaje. Estuvimos casi un año viajando por todas partes. Ella habló con mi madre y la tranquilizó, se encargó de todo. Le explicó que yo padecía una especie de depresión. Mi madre, en el fondo, confiaba mucho en ella.

Mi tía me presentó a personas maravillosas. No os podéis imaginar la de gente extraordinaria que existe por ahí. Gente anónima, pero excepcional. A la gente realmente grande le importa muy poco lo que piensen de ellos, por eso no se dan publicidad.

En lo más profundo de la selva de Brasil vi con mis propios ojos a una especie de Chamán que mató a un cerdo apoyando el pulgar entre los ojos del animal. Como si apretara un interruptor. Apretó el puño dejando el pulgar fuera, y lo apoyó con el gesto del que valida su huella digital en una pantalla. Y el animal se desplomó sin cerrar los ojos ni mover un músculo, sin espasmos. El Chamán era un hombre anciano y muy bajito, y vestía como un pordiosero. Y no lo hizo por alardear, lo hizo porque mi tía se lo pidió y le prometió un paquete de Marlboro.

Somos energía. La materia, en realidad, es energía ralentizada. No podríais ver un átomo, porque un átomo es, básicamente, un cúmulo de energía en precario equilibrio. Se trata de aprender a canalizar esa energía. Y luego, claro, está el tema de la mente. He visto personas que morían como flores cortadas, en pocos días, porque alguien les hacía creer que debían hacerlo. Vudú, magia negra, etc. La mayor parte de las veces es sugestión, pura convicción íntima. Si sabes qué es lo que teme una persona, y qué es lo que desea (lo que desea de verdad, no lo que cree que desea), y la relación que tiene con sus terrores y sus anhelos, podéis hacer con ella lo que queráis. Literalmente. La semana que viene os hablaré de eso.

La receta:

Hoy os quiero recomendar una receta muy simple. Es una salsa que me encanta, una variante de la mayonesa japonesa. Se trata de mezclar mayonesa normal, de la que venden en el supermercado, con un poco de salsa de soja (mejor de la que es baja en sal) y otro poco de salsa wasabi. Ésta última es preferible que sea de la que se comercializa en tubo, como si fuera pasta de dientes. Las cantidades a mezclar son opcionales y van por gustos. Pero calculad, más o menos, que para un vaso pequeño de mayonesa debéis poner una o dos cucharadas de soja y media de wasabi (el wasabi es muy fuerte)

Es una salsa que casa estupendamente con la ternera a la plancha, aunque a mí me gusta tanto que la uso para cualquier tipo de carne. La verdad es que me gusta tanto que me la como a cucharadas!

 

Y os dejo un dibujo que le hicieron a mi tía Inés.

 

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