El concepto de Bonsai lo inventaron los chinos, hace como tres mil años. «Naturaleza en una bandeja», más o menos. Bon-sai. No es que lo inventaran, en realidad. La naturaleza produce bonsais. Semillas que caen en lugares muy poco apropiados pero germinan. Lo normal es que esos pobres árboles acaben muriendo. Grietas en las rocas, terrenos pedregosos en los que las raíces no pueden ahondar, acantilados batidos por el viento y cosas por el estilo.

Pero algunos de esos árboles no llegan a morir. Se aferran durante años a una vida difícil, y aún y así perseveran. Se niegan a morir a pesar del dolor. Es algo genético. Y lo importante, en este caso, es que llegan a producir formas muy bellas. En sus troncos deformes y castigados se lee su historia, y siempre son historias duras y potentes, y por lo tanto hermosas.

bonsai Azotado por el viento

Bonsai de estilo «Barrido (o azotado) por el viento»

 

Las personas nos parecemos mucho a los árboles, en ese sentido. Durante los primeros tres o cuatro años de nuestra vida no tenemos la capacidad de cuestionar nada de lo que nos inculcan. Nada en absoluto. Y no me refiero exclusivamente a los padres, que conste. Todas aquellas personas que consideramos figuras de autoridad nos influyen de forma directa. Y no tenemos, aún, la capacidad de cuestionar nada de lo que nos dicen. Si uno de nuestros abuelos, o un profesor, nos dice que somos unos inútiles, lo asumimos como cierto. Y si nuestros padres no nos dan cariño, atención o respaldo incondicional (aunque nos equivoquemos, ellos deben hacernos saber que nos acompañarán en el error. Que somos del clan, de la banda, a muerte) es como si a un árbol le faltara el nutriente, como si no tuviera espacio para ahondar con sus raíces.

Y esa materia blanda y flexible que es un niño, o un árbol joven, se adapta a las circunstancias. Partes de él de doblan por la presión, y otras mueren. Como las ramas de los árboles. En el caso de los árboles, el viento, el sol y la lluvia acaban por desprenderles la corteza a las ramas muertas, y su dolor queda petrificado para siempre.

En lo seres humanos, sin embargo, ese dolor queda oculto. Pero también puede ser bello, como lo es todo lo realmente auténtico.

Mi padre no sólo no me quería, es que yo era invisible para él. Siempre fui una especie de estorbo. Y cuando él bebía de más me agredía. No sólo físicamente.

Yo intenté encontrar resguardo en mi madre. Pero ella me decía que mi padre era un león. Que tenía el corazón de un león. Los leones macho adultos, a veces, matan a las crías para que la hembra vuelva a tener el celo y poder copular de nuevo con ella. Así es la vida. Mi padre era un león, para lo bueno y para lo malo. Yo debía quedarme con lo bueno y fortalecerme. Ése es el problma de los pocos árboles que sobreviven en territorios difíciles; están tan lejos unos de otros que se creen solos en el mundo.

En una ocasión en que mi madre se fue de viaje a un funeral y mi padre y yo nos quedamos solos, él se emborrachó. Como siempre. Yo tenía mucho miedo, claro. Tenía tanto miedo que me di cuenta de que no podía tener más miedo. Todo tiene un límite, ya no puede ir a más. Las cosas, o las personas, sólo pueden darte miedo hasta cierto punto. Y entonces tienen que matarte. Y si no te matan, y aguantas el miedo, todo va a menos. Incluso un león, cuando se pone a un centímetro de tu cara, debe devorarte o llegará un punto en el que no podrá asustarte más. El miedo tenderá a ir a menos. Se llama curva de estrés. Y si el león no puede comerte, el miedo acabará entrando en una curva descendente, por mucho que ruja. Y cuando te das cuenta tienes el control. El miedo es así, lo distorsiona todo. Pero si logras relajarte realmente vuelves a verlo todo en su escala real. Y yo lo vi muy claro. Cogí una bola del billar que mi padre tenía en su estudio y me la guardé en el bolsillo del pantalón. Era como si un ángel me hubiera susurrado lo que debía hacer. Yo debía tener catorce años, pero ya había leído mucho. Sabía que en la parte de la sien el cráneo es muy frágil. Tiene un grosor de apenas un par de milímetros. Es normal, la mayoría de los golpes nos vienen de frente. Y por eso, la parte frontal del cráneo, por encima de la frente, es la más dura del cuerpo. Podríamos derribar una pared de ladrillos con ella. pero no con la sien.

Le di con todas mis fuerzas en la sien mientras estaba él estaba en la bañera. Y luego me dio pereza pensar en el jaleo que se montaría, mientras se ahogaba. Le corté a trozos como había aprendido a hacer con los animalitos, con una sierra de carpintero, pero me guardé su corazón para desayunar. Sabía que en muchas culturas devoraban el corazón de sus enemigos para quedarte con su fuerza, con su alma. Y yo lo creía, con la fe de los niños.

El resto de su cuerpo lo metí en un barril de plástico, y después lo rellené de cemento y lo hice rodar hasta el jardín, y allí lo enterré bien hondo.

Y hoy os hablaré de salmón, una de mis comidas preferidas. Se pùede comer crudo, como el corazón de tus enemigos.

http://cocina.facilisimo.com/blogs/recetas-primeros/salmon-marinado-a-la-naranja_1225472.html?aco=16ba&fba

 

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