Hace unas semanas, me encontraba buscando trabajo por internet -después de haber finalizado mi enésima beca- y me topé con una oferta de una famosa tienda de juguetes con puertas de distinto tamaño que ofrecía trabajar de “dependiente de tienda”… como becario. ¿Lo mejor? Su sueldo: 6.000 euros… brutos anuales. Brutos no, brutísimos. ¿Candidatos apuntados? 1818 personas. Señalar con el dedo a una empresa por prostituir el trabajo digno sería como querer señalar a un grano de arena como el culpable de haber formado la duna. No. Ejemplos como éste los encontramos a patadas en cientos de portales de empleo, y son producto de la dimisión de nuestros gobernantes por salvaguardar la dignidad de los trabajadores que prefieren seguir haciéndole la cama al Ibex35 antes que pensar en los que verdaderamente sostienen el país. Lo alarmante no es en sí misma esta pseudo-oferta laboral sino que refleja de forma palmaria una nueva forma de esclavitud, legal, pero nada ética ni moral, que ha conformado en nuestro país una tercera clase laboral sin derechos, pero con muchas obligaciones. Hablamos de los becarios.
Hoy en día, las becas laborales se han convertido en una auténtica tapadera de mano barata, cualificada, explotada y temporal. Pero esto no siempre fue así. En sus inicios, la figura del becario, aprendiz, pasantía o prácticas venía a ser la puerta tras la cual se hallaban nuevos conocimientos y habilidades del mundo profesional que no se obtenían en los desfasados planes de estudios españoles. Casi siempre para ser contratado después. Todos conocemos casos exitosos de aprendices que acabaron en buenos puestos o gente sin estudios que progresaron en compañías donde descubrirían décadas de estabilidad. Todo ello, en una época gris que, pese a los limitados recursos, contaban con mejores oportunidades de construir un proyecto de vida que los nacidos después de los 80. Pero, ¿cuándo cambió todo? Si hoy vivimos mejor, ¿qué coño pasó para que la generación mejor preparada de la Historia siga viviendo en casa de sus padres? La respuesta parece clara: la avaricia. Una avaricia desmedida en individuos sin escrúpulos que por querer ganar más al menor coste están empujando hacia el extremo del precipicio a una sociedad entera, llevándose por delante miles de puestos de trabajo, al recambio generacional del futuro de España y a una vida digna de muchísima gente. Muchos de ellos, los más “aventureros” -como diría la infame ministra de Trabajo-, cogerán una maleta y se plantarán en cualquier aeropuerto de un país extraño, dejando muy atrás a familia, amigos y grandes pasiones, pero la mayoría se quedarán en nuestro país, sucumbiendo a un chantaje laboral que les hará imposible la realización de muchos sueños. ¡Ay, España! Cuánto te sufrimos, cuánto dueles.
Durante años, hemos hecho todo cuanto se nos ha dicho que teníamos que hacer para convertirnos en la élite a la que aspiraron nuestros abuelos. Nuestras familias y maestros nos insistían en que el único pasaporte del éxito era una buena formación. Así que, con ese espíritu nos encerramos en bibliotecas para sacar la mejor nota en Bachillerato y Selectividad. Luego dedicamos otros cinco (o seis) años tragando apuntes en la universidad, pero nos encontramos con que todo ello era insuficiente. Pues bien, como pudimos pedimos créditos a nuestros padres y bancos para costear masters y cursos superiores. Pero tampoco fue suficiente. Entonces, nos explicaron que en realidad teníamos que hablar inglés, francés, o más lenguas, así que trabajamos doblando ropa en Londres, de aupair en Francia o pasando estancias en el extranjero. Pero tampoco, ellos querían más. Vale, pues dominamos las nuevas tecnologías, la informática y los recursos 2.0 hasta ser algo innato. Pero seguía sin ser bastante. A partir de aquí es cuando nos dejaron caer que sería conveniente cobrar mucho menos, hacer más horas, movernos donde hiciera falta, felicitar el día de la madre por Skype, seguir la vida de nuestros amigos por Facebook, romper con nuestras parejas, no tener hijos y aprender a comprimir decenas de regalos navideños en maletas con Ryanair. Nos pareció un absurdo, pero igualmente les dijimos que sí. Y para cuando nos quisimos dar cuenta, habíamos aceptado todo y no teníamos nada. Aunque seguía sin ser suficiente.
Y, ¿qué nos ofrecieron a cambio de tanto sacrificio y abnegación? Basura. Basura es concatenar contratos temporales, de obra y servicio, falsos autónomos, becas ilimitadas, o servicios de ETT. Estiércol son las condiciones laborales de ‘lentejas’ denigrantes, abusivas y tercemundistas. Mugrienta es su impunidad amparada en leyes y reformas injustas para usar y despojar personas altamente cualificadas y experimentadas, mientras se ríen en nuestras caras con sueldos inferiores al Salario Mínimo Interprofesional, sin vacaciones ni derechos, pero con miles de obligaciones bajo la sombra de quedarse en la puta calle.
Estamos hartos.
Hartos de pasar innumerables pruebas, tests psicotécnicos, exámenes de capacidades, tres o más entrevistas, competir con más candidatos y tener que subastarnos al mejor postor por un puesto temporal. Estamos hartos de trabajar por 300 euros al mes (o gratis) por más de 40 horas en puestos de mierda y ver que tu superior cobra 10 veces más. Estamos hartos de ofertas que exigen inglés nativo o más lenguas, y descubrir que la entrevistadora lo habla con un nivel de camarera en Cuenca. Estamos hartos de la vergüenza que pasamos cuando tenemos que pagar cursos fantasma para trabajar y “poder firmar convenio”, por delante de méritos o capacidades. Estamos hartos de sufragar con nuestro mísero sueldo la sostenibilidad de la seguridad social sin tener derecho a prestaciones, ¿de qué nos sirve contribuir a nuestra jubilación si se necesitan 38 años de cotización? Hagan cuentas. Estamos hartos de demandarnos experiencia para puestos que deberían no requerirla. Estamos hartos de oír palabras como “proactivo”, “versátil”, “bilingüe”, “alienado”, “multitarea”, “comprometido”, “resolutivo”, ¿por qué no las acompañan con las de “contrato”, “estabilidad” y “buen sueldo”? Estamos hartos de digerir frases como “es tu oportunidad”, “vas a aprender mucho”, “al menos no estás parado», “deberías pagar por todo lo que vas a aprender», “cada uno se crea su propio puesto de trabajo”, “es una suerte que cobres, en otras no pagan nada”… Estamos cansados de estar siempre a prueba y renovar cada tres meses con la esperanza de una contratación final que nunca llega. El colmo de esta ignominia es ver incluso a becarios formando a otros nuevos antes de ser despedidos.
Sí. Estos atropellos los hacéis porque sí, sin más razón que maximizar un beneficio que nunca es suficiente para vuestra sed de riqueza. Pedís esfuerzos a quienes desfallecen alimentando vuestras nóminas siempre lustrosas. Hacéis lo que os da la gana porque no pasa nada, porque contáis con el apoyo de un poder político espurio para seguir comprando Ferraris al precio de un Seat Panda. Y os la suda porque no va con vosotros, no con vuestra manada. No lo digo yo, lo decís vosotros mismos. Lo dice la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica Oriol, al soltar cómo cual eructo que habría que remunerar a los ‘ninis’ por debajo del salario mínimo interprofesional (645€ mensuales en España) porque no “valen para nada». Lo dice también su compañero, José Ángel Crego, presidente del Círculo Empresarial Leonés, que execró por la boca cuando se preguntó «¿por qué el trabajador no le paga 45 días por cada año que la empresa le ha estado pagando un sueldo y le ha dado trabajo?». Y en esta línea también decía muchas cosas el exjefe de la patronal Gerardo Díaz Ferrán hasta que se quedó mudo en la cárcel.
No tenéis principios ni humanidad. Habéis puesto una generación entera a los pies del caballo traspasando límites vergonzosos. Habéis aprendido a secuestrar y exprimir hasta la cáscara a gobiernos y parlamentos con palabras como ‘crisis’, ‘pérdidas’, ‘reformas’ y ‘destrucción de empleo’. Os habéis hecho con la sartén por el mango para coméroslo todo pero, ojo, vuestra avaricia no os deja ver el cambio soterrado, lento y silencioso de la sociedad que ya no traga con todo. Seguid comiendo, seguid robando que un día, por un solo voto, os quedaréis sin nada. Que os aproveche.