Desde la muralla del baluarte del monte Urgull, justo encima del paseo del muelle, contempla Donosti y el ocaso, limpia sus Oliver Peoples con esmero y se le dibuja una sonrisa de satisfacción. Su perfil recortándose sobre la bahía, barba de seis días, pulcra cabeza afeitada, y un brillo que resplandece en el borde de su córnea. La instantánea podría titularse «Lucidez frente a la oscuridad».
Este perfecto dandy mediterráneo goza de pasear desde Lo Viejo hacia la empinada escalinata que bordea el puerto y permite divisar la Concha entera hasta el Igeldo. Así, alcanza la paz antes de una sugerente ronda de pintxos sobre la que tendrá que escribir más tarde. Puesto que a ello se dedica, entre otras y muy diversas labores, plasma en palabras el universo sugestivo del paladar. Esta noche, en su ciudad predilecta.
Según Rothfuss, conocería el verdadero nombre del queso y el vino. Maestro en incesante peregrinación a la búsqueda de los arcanos del sabor. Sibarita fundamentado, bon vivant y, por sobre todo, un hombre de bien.
Aviso a navegantes de lo culinario, aquel enclave gastronómico donde se encuentren con Jesús Terrés, será sinónimo de acierto. Un faro en medio del esnobismo. Pulcritud sin estridencias. En materia de llantar, regar y pernoctar consiguió tres eslabones en la Ciudadela de Antigua. Quizá fuera en Valentia. Investigador de las ciencias epicúreas. Como si se tratara de una brújula humana orientando hacia el joie de vivre.
Con su blazer.
Con su infinito repertorio enológico.
Con su certera y clásica, al tiempo que moderna, pluma estilográfica.
Con su serenidad, el aplomo y la clase de quienes saben con qué calzarse para cada ocasión.
Con el don para gestionar un consultorio sobre las mujeres y los hombres, sin viceversas y con respeto, sin altivez y con elocuencia, una atalaya en un rincón de la Red, desde la que promueve el sentido común y el detalle.
Con sus cuadernos de viajes. De cada ciudad, y cada rincón, sobre el que recita se desprende la esencia de dichos lugares.
Con el inevitable hechizo gaditano grabado en su ser.
Con esa deliciosa lectura de su Nada Importa.
Con la nitidez de miras, la genialidad y la perseverancia que comparte con su colega el senshei Muñoz, el del sublime tatami DiverXO.
La elegancia y el buen gusto son su premisa y su bandera. La naturalidad en las antípodas de lo chabacano. La gratitud por sus enseñanzas es inmensa, así se le transmite en redes sociales, pero elude con estilo el engreimiento y acepta con gusto las aportaciones constructivas. Su comedimiento y sus buenas maneras hacen que, por lo general, el público que comenta sus escritos lo haga sin demasiadas faltas de ortografía, dicho de otro modo, sus lectores suelen serlo, y con inquietudes. Cuando uno aporta calidad y cuida con mimo sus párrafos, la gente responde. Terrés, lo sabe.
Adorador del champagne, el gesto preciso, las miradas que dan voces, Cumberbatch, la sabiduría de Puebla, las mujeres auténticas o ese arroz de Quique Dacosta. Se trata, en suma, de un manantial de influjos para esas ocasiones en las que pagar la cuenta sin mirar la cifra, para disfrutar absolutamente. Por que hoy es hoy, y mañana no ha llegado.