“Ella era una muchacha guapa, no sin ofertas de matrimonio. Así que a su madre se le rompió el corazón cuando decidió contraer matrimonio con William Munny, un ladrón y asesino conocido, un hombre notorio por su carácter vicioso e inmoderado. Cuando ella murió, no fue por él, como esperaba su madre, sino de viruela. Fue el año 1878”
(texto inicial en Sin Perdón)
Tras el bellísimo plano de apertura de Sin Perdón, en el que vemos la lejana figura de William Munny (Clint Eastwood) cavando la tumba de su esposa bajo el cielo rojizo del crepúsculo (fotograma 1), la primera vez que volvemos a ver al protagonista (dos años después) será arrastrándose en el barro de su pequeña granja de cerdos, imagen manifiestamente desmitificadora del sanguinario pistolero que fue el protagonista en el pasado… y de tantos otros personajes que protagonizara el propio Clint Eastwood en sus anteriores westerns.
Y es que, además de un espléndido western, Sin perdón es un magnífico ejercicio metalingüístico sobre los códigos del género que llega a poner en cuestión la figura del pistolero tantas veces encarnada por el actor/director, primero en los celebrados spagetti-westerns de Sergio Leone y posteriormente en títulos de su autoría como Infierno de cobardes, El fuera de la ley, y El jinete pálido. No es extraño por tanto que Sin perdón haya sido la última incursión de Eastwood en el western hasta la fecha (ni demasiado arriesgado augurar que lo sea de manera definitiva), teniendo en cuenta el carácter lapidario con que el director reflexiona sobre las convenciones y mistificaciones del género en esta película (un caso parecido al de John Ford con la magistral El hombre que mató a Liberty Valance, canto final al género por parte del maestro).
El propio incidente que provocará la vuelta a la acción del viejo pistolero William Munny refuerza con dramática ironía la desmitificación del género que plantea la película: tras el episodio en el que una pareja de vaqueros agreden brutalmente a una prostituta cortándole el rostro con un cuchillo, y descontentas con leve multa que el sheriff Little Bill (Gene Hackman) impone a los agresores (siete potros para el dueño del prostíbulo), las compañeras de la víctima deciden ofrecer una recompensa de mil dólares por la vida de los vaqueros. La noticia de la recompensa se expande rápidamente por toda la región y, junto con ella, la descripción de la agresión se va magnificando hasta devenir todavía más horrenda que la acción original (“Le cortaron la cara a una puta. Le quitaron los ojos y orejas a navajazos. Hasta le cortaron las tetas”, le asegura el joven Schofield Kid – Jaimz Woolvett – a Munny cuando acude a su encuentro para proponerle ir juntos a por la recompensa. “Le cortaron la cara, los ojos, los dedos, las tetas, a navajazos. Todo salvo su coño supongo”, le contará a su vez el protagonista a su viejo compañero de fechorías Ned Logan – Morgan Freeman – para convencerle de que se una a ellos). Parafraseando a la citada El hombre que mató a Liberty Valance, Eastwood pone en evidencia que, entre la realidad y la leyenda, en el viejo oeste se opta siempre por la leyenda, con la salvedad de que en este caso seremos testigos de primera mano de la cruda realidad sobre la que se forjan los mitos.
La imaginería del género queda por tanto relegada en la película al recuerdo del protagonista hacia un pasado ya lejano, tal como vemos en el magnífico plano de Munny observando la silueta de Schofield Kid alejándose en el horizonte, justo antes de decidir unirse a él para ir a asesinar a los vaqueros: la mirada de Munny parece enfocar más allá de la figura del joven pistolero para observarse a sí mismo en el pasado como el sanguinario pistolero que aterrorizó la zona (fotograma 2).
Un recuerdo en el que se llega a adivinar un atisbo de nostalgia (!), como cuando, ante las palabras de su compañero Ned Logan en la magnífica secuencia en la que ambos personajes recuerdan el pasado frente a una hoguera (“Ya no eres así”), el protagonista responde con evidente tono melancólico: “Es verdad, soy un tipo corriente. No diferente de los demás. Ya no” (fotograma 3).
Esta idea de desmitificación del género se refuerza de nuevo en el episodio de la llegada del pistolero English Bob (Richard Harris) a Big Whiskey en busca de la recompensa ofrecida por las prostitutas: la figura del mezquino biógrafo, W.W. Beauchamp (Saul Rubinek) que viaja acompañando al pistolero, y que se pondrá al servicio de Little Bill cuando éste expulse a English Bob del poblado (haciendo alarde de su despótica concepción del ejercicio de la autoridad), sirve para evidenciar una vez más la abyecta realidad que se esconde bajo la narración grandilocuente de las grandes gestas del viejo oeste.
Una desmitificación que alcanza su máxima expresión en la dramática secuencia del asesinato del más joven de los vaqueros por parte de los tres cazarecompensas: agazapados en lo alto de un peñasco, Schofield, Logan y Munny disparan desde lo lejos a su indefensa victima en una acción, no ya desprovista de la más mínima heroicidad, sino que se nos muestra como el más vil de los asesinatos a sangre fría (fotograma 4). Tanto es así, que Ned Logan es incapaz de disparar su arma y tendrá que ser el protagonista quien acabe consumando el crimen (Eastwood refuerza el absurdo de la dramática situación con la imagen de Munny exigiendo a gritos a los compañeros del agonizante vaquero que le alcancen el agua que éste implora desesperadamente, en una de las más contundentes parábolas sobre la sinrazón de la violencia jamás filmadas).
William Munny ha sucumbido finalmente al mito y actúa ya según el esquema que el género impone. Así, tras el linchamiento de Ned Logan por parte de Little Bill, la secuencia final del sangriento tiroteo en el saloon en el que Munny acaba con Little Billy y todos sus hombres nos devuelve por fin al legendario pistolero protagonista de tantos y tantos westerns (fotograma 5). Sólo que, en esta ocasión, resulta difícil ver en el mítico e improbable tiroteo poco más que una abyecta y sanguinaria carnicería.