Se dispone a desenchufar la radio mientras reprocha del noticiero: “No dicen ni la mitad de lo que realmente sucede”. Raúl H. Lugo, presbítero católico de Yucatán, México, es uno de esos curas que en las calles, las buenas conciencias llamarían «rojo». Camina parsimoniosamente, como si flotara, y no pierde detalle de lo que le rodea. “Hubiera querido dedicarme a la poesía, pero ver tanta injusticia no me lo permitió.” Educado en la Teología de la Liberación y cansado de ver la realidad que le dolía, junto a un grupo de mujeres y hombres fundó la ONG Indignación; como forma de defensa y promoción de los derechos del pueblo maya.

De entre las fotografías e imágenes que atavían las paredes de su oficina, llaman la atención tres: una de él mismo en medio de una fiesta en la comunidad de desplazados de Ebulá, otra acompañado de los obispos Samuel Ruiz y Raúl Vera y una tercera junto al Subcomandante Marcos quien exhala humo de su pipa mientras escucha con atención al padre Lugo. Un gran crucifijo de madera resguarda esta oficina que pareciera más la de un luchador social que la de un poeta metido a la religión. Se sabe defensor de causas que algunos llaman perdidas. Los títulos de los libros que ha publicado nos cuentan de su vida: Las trampas del poder, La Biblia es verde y Mujeres para hoy. De entre esos libros destaca el que publicó en Madrid en 2006 y que cambió su vida: Iglesia Católica y Homosexualidad. En él, Lugo recrimina la ciega postura de la Iglesia ante la comunidad LGBT. Es decir, el padre Lugo hace público algo sobre lo que todos hablamos, pocos se atreven a publicar y ninguno dentro del catolicismo se atreve a cuestionar.

Con sus letras Lugo trastoca las fibras sensibles del mexicano medio. Cuestiona dogmas que pensábamos inamovibles y nos obliga a mirar hacia adentro, a un terreno algo pantanoso en donde se confunde la caballerosidad con el machismo y la valentía con la violencia. Educados para no cuestionar, a los mexicanos desde pequeños nos hicieron crecer con la idea de que llorar es de maricas y de débiles y que el amor entre personas del mismo sexo es cosa de enfermos, algo que no dista mucho de las enseñanzas sociales recibidas en España durante el mismo período. Entonces, de pronto, este cura ‘rojillo’ del sureste mexicano enfrenta no sólo a las entrañas de la ideología católica, sino también a las conciencias de toda una sociedad anquilosada en la intolerancia.

Al padre Raúl H. Lugo parece no preocuparle los mensajes que visten de sotana blanca, mitra de oro y zapatos Armani. Él es la poesía con sotana que está con los hijos del maíz y piel de color sol.

–Has hecho tuyas algunas luchas sociales que no cualquier sacerdote tomaría: defensa del pueblo maya indígena; Derechos Humanos de los oprimidos; atención, guía y defensa de portadores VIH; U Yits Ka’an, escuela que organiza una revolución alimentaria; libros y columnas, letras que trastocan las buenas conciencias… ¿Por qué meterte en tanto lío?

–No puedo hacer otra cosa. Es esta la única manera como entiendo el seguimiento de Jesús. Y hace mucho tiempo que decidí que por encima de ser sacerdote, soy cristiano. Es cierto que muchas veces me ha asaltado la tentación de haber sido un cura ‘normal’, de aquellos que los antiguos llamaban ‘de misa y olla’. Seguramente viviría tranquilo y sin sobresaltos, con sueldo, salud y jubilación aseguradas. Pero Dios me llamó por otros caminos. Y debo decir que, a pesar de las dificultades que se presentan de cuando en cuando, disfruto enormemente los trabajos que desempeño.

–En tiempos del Papa Francisco, ¿dónde está situada la Teología de la Liberación?

–La Teología de la Liberación es un esfuerzo teológico y pastoral por comprender el seguimiento de Jesús desde la óptica de la liberación de los pobres y la transformación de las estructuras de opresión. La riqueza de esta reflexión, desarrollada a partir de los años 60’s, ha terminado por permear a toda la iglesia. Esta es la que podríamos llamar su ‘victoria cultural’. Tiene una indudable raíz evangélica y un muy especial afecto por el Jesús de la historia. De un movimiento dirigido a la liberación socioeconómica de los pueblos, ha venido a convertirse en referente para todas las luchas por una vida más justa y digna, así que ahora tenemos teología feminista, teología queer, teología indígena, teología ecológica… todas ellas ramificaciones de un movimiento sin el cual la iglesia de hoy sería totalmente otra.

–U Yits Ka’an representa una revolución contracultural en medio del consumismo que Occidente nos vende como necesario. ¿Cuáles son los pilares ideológicos que sostienen esta idea?

–La Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka’an está atravesada por dos pasiones: el pueblo maya y la agroecología. Creemos que son dos realidades que se enriquecen mutuamente. Tratamos de relacionar la riqueza de la cultura del pueblo maya –que, por cierto, es mucho más que los edificios antiguos y el folklore para consumo turístico– con una aproximación a la agricultura que tenga en cuenta el medio ambiente, sus ritmos, y que derrote el antropocentrismo. Esto se verifica, ya en concreto, en comunidades que alcanzan un modo de vida sustentable: pueden cultivar su propia comida, usan la menor cantidad de energías no renovables y tienen en alta estima su tejido social, su cultura y su identidad de pueblos originarios.

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–¿Las tradiciones de los pueblos indígenas de México están en extinción?

–Las tradiciones de los pueblos no son cosas estáticas. Quienes hablan de extinción suelen tener mentalidad conservacionista, de museo. Los pueblos están vivos, cambian. Pero que la identidad maya, que es el pueblo originario con el que yo vivo y trabajo, está más viva que nunca, de eso yo soy testigo.

–¿Cómo congeniar la temporalidad del mundo indígena con el reloj digital de las ciudades?

–Los mayas tienen mucho interés por el tiempo, por contar el tiempo. No solo los antiguos que mantenían cuentas cortas y largas para situar los acontecimientos, sino también el pueblo maya de hoy, que sigue leyendo la naturaleza para predecir buenos o malos tiempos para la siembra y la cosecha. En la raíz está el mismo interés que tiene la modernidad, que estableció un meridiano de Greenwich para la definición de los usos horarios. Lo que hace diferente las posturas es la reserva de sabiduría que poseen los pueblos indios y que la modernidad parece haber soslayado. El problema no es el tiempo, sino para qué lo usa uno. Y si algo lamenta uno de las sociedades modernas es el ritmo de velocidad que se nos impone y que termina despersonalizándonos y convirtiéndonos en máquinas de trabajo y consumo. Y la vida, yo le creo a los mayas, es mucho más que eso.

–El maya de antaño construía pirámides, el de hoy hoteles all inclusive para turistas. ¿Qué significa ser maya hoy día?

–Yo pienso que el pueblo maya es un pueblo como los demás pueblos. Merece que termine el proceso de invasión y colonización que ha padecido en los últimos 500 años de su muy larga historia. Pero, aunque son un pueblo, no todos piensan y sienten lo mismo. Hay mayas funcionales al sistema, mayas que desarrollan una compleja relación con el Estado, mayas que resisten culturalmente y también mayas rebeldes al sistema. Podría yo repetirte ahora algunas de las condiciones de desigualdad en las que viven los mayas de hoy que, de solo mencionarlas, lastimarían cualquier conciencia decente, pero prefiero dirigir mi mirada a 1994, al zapatismo, para reafirmar que el pueblo maya ha decidido decir «¡ya basta!» Y se ha echado a andar.

–México y el laberinto de la soledad en el que varios ‘carlos slims’ tienen de todo mientras la mitad del país come tortillas sin frijoles, ¿cómo no termina por tronar este país?

–México parece ser un milagro, una sociedad suspendida entre una laguna de impunidad y desigualdades, un país que parece no tener remedio. Pero en medio de la podredumbre de su clase política, la de todos los partidos sin excepción, y de la voracidad de sus monopolios, hay lugar para la esperanza. Tlataya y Ayotzinapa, por ejemplo, son un muestrario de los excesos del poder en su colusión con la delincuencia: ejército y gobernantes convertidos en matones a destajo. Pero estos hechos han suscitado una reacción que el gobierno no se esperaba. México no será el mismo después de esas masacres. No puedo negar que soy de esos que llaman ‘profesionales de la esperanza’.

–Stephen Hawking, mente brillante, sostiene que Dios es una invención, ¿qué le dirías?

–Esa es la frase amarillista de alguna revista barata. Hawking suele decir cosas bastante más complejas. Si identificamos a Dios con las religiones que conocemos, probablemente la frase tenga algo de razón. Pero, independientemente de la palabra que usemos, hay una experiencia de contacto con el Misterio que atraviesa la vida y la sostiene, que alienta toda búsqueda que llamamos ‘espiritual’, de la que tenemos que hacernos cargo.

–En tiempos en los que la sociedad no cree ni confía en nada, la religión –y pareciera que Dios mismo– está devaluado. ¿Podrá la Iglesia crecer de abajo hacia arriba?

–La devaluación de las religiones tiene la misma raíz que la devaluación de todos los sistemas de autoridad (gobiernos, partidos, empresas… la misma familia): la incoherencia y el vaciamiento de sentido. Y que la sociedad, esa entelequia difusa que agrupa a todos y a nadie, no crea en nada no me parece del todo cierto. Basta ver el crecimiento de nuevos movimientos espirituales a la carta y/o el interés que despierta todo lo holístico. Hasta la agroecología es un asunto de creencia. Pero volvamos a la pregunta: la iglesia, como todo movimiento de pensamiento y acción humana, enfrenta la tentación del poder, del prestigio, del dinero. Pero tiene, en su Fundador, la reserva suficiente para reformarse y volver a los orígenes. Y sí, yo también comparto la idea de que las auténticas reformas son de abajo hacia arriba.

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Juan Arias comentó a Negra Tinta que “Dios está más vivo en América Latina”, ¿lo crees así?

–Venido de un periodista y teólogo tan reconocido, el comentario es una flor para la experiencia cristiana de las comunidades de este subcontinente. Pero, en efecto, creo que Dios está más vivo en medio de los pobres. Y en América Latina los pobres son cristianos y son mayoría. Pero creo que detrás de la frase alienta la convicción de que la precariedad suele venir acompañada de generosidad y sentido de fraternidad. Puede no ser una regla general en todos los casos, pero creo que hay mucho de razón en eso. Al menos esa es mi experiencia. Silvio [Rodríguez] lo afirma con una sencillez impresionante en su Canción de Navidad cuando dice: “Tener no es signo de malvado / y no tener tampoco es prueba / de que acompañe la virtud; / pero el que nace bien parado, / en procurarse lo que anhela / no tiene que invertir salud”. La pobreza suele hacernos más humanos, ponernos en los zapatos de los otros.

Has presentado en la Feria del Libro de Frankfurt tu nuevo libro, ¿qué nos puedes decir de él?

–Es casi una obra de vejez. Lo que pasa es que durante mucho tiempo, por ciertas dificultades que impidieron que yo ejercitara la docencia, me dediqué a ofrecer conferencias y escribir artículos que fueron publicados en revistas bíblicas de México y el extranjero. Como los trabajos a los que ahora me dedico me dejan poco tiempo para la investigación, consideré que era buena hora de hacer una antología de los artículos bíblicos que había yo producido en los últimos años. Ediciones Paulinas se interesó en el proyecto y el resultado es este libro: Dios, defensor de los derechos humanos que reúne una veintena de artículos que giran en torno a la relación entre Biblia, fe y cultura de los derechos humanos. Digo que es una obra de vejez no solamente porque es, en su mayoría, una antología de artículos ya publicados en revistas especializadas, sino porque creo que difícilmente la vida me concederá escribir algún otro libro de investigación bíblica.

–A casi diez años de la publicación de Iglesia Católica y Homosexualidad, ¿siguen vigentes las posturas del libro? 

–No todas. En este tipo de temas, tan relegados o de tabú, los escritos envejecen muy rápidamente porque la realidad es más veloz que la reflexión. Creo que lo que permanece vigente es la intención fundamental de abrir caminos para una modificación de la actitud pastoral frente a las personas homosexuales. Tan vigente que ha sido uno de los temas recurrentemente tratados en el reciente Sínodo sobre la Familia. Y sí, creo que cuando las condiciones estén lo suficientemente maduras, la iglesia dará el salto antropológico que una buena parte de la sociedad –aunque no sea la mayoría– ha dado ya respecto a considerar la homosexualidad como una de las variantes legítimas de orientación afectiva y sexual y dejará de atribuirla a una decadencia cultural o de costumbres o a la influencia del demonio. Mucha gente sufrirá menos cuando eso suceda.

–Puedes ser el Cortázar de nuestros días. ¿Nunca te ha cruzado por la mente dejar la sotana y tomar la pluma?

–[Suelta la carcajada] Ora sí que te volaste la barda. Mira que compararme con Cortázar, casi una divinidad literaria… Si los lectores dudaban de que, además de entrevistado y entrevistador, somos buenos amigos, con esto terminarán de confirmarlo [sigue riendo].

La verdad es que, para escribir, no hay que dejar la sotana. Quisiera, sí, tener más tiempo para la pluma… no tanto para el ensayo como para la ficción, pero tampoco me angustia. Hago lo que puedo en los tiempos que puedo y no aspiro a ser conocido como poeta o cuentista… en realidad no aspiro a ser recordado, si habrá alguien que me recuerde cuando muera, más que como un discípulo de Jesús. Nada más, pero nada menos.

–¿Qué harás cuando seas viejo?

–Siempre he pensado que hay dos clases de personas: las que envejecen y las que no. Doña Rosario Ibarra de Piedra y las Abuelas de Plaza de Mayo, por ejemplo, no dejan de sorprenderme: son eternamente jóvenes, con una energía que ya quisiera un muchacho de veinte años. Yo, en cambio, soy de los que envejecen rápidamente. Tengo 56 años y ya me siento viejo. Pero como seguramente duraré vivo algunos años más, aspiro, al llegar a los 60 años, a bajar el ritmo de las actividades y empeños y dedicar más tiempo a la reflexión y al silencio. Pero eso sí, siempre metido en las entrañas del pueblo y de las luchas populares. Alguna vez pensé terminar mi vida como un eremita, pero ya no puedo vivir sin internet (suelta la carcajada)… así que no sé lo que el tiempo me depare. Pero seguramente seguiré envejeciendo rodeado de amigos y de gente que, inmerecidamente, me quiere mucho. Para mí, eso es suficiente.

Fotografía: Meeri Koutaniemi

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