El domingo pasado presenciamos un espectáculo bochornoso de periodismo; y cualquier hijo de madre con dos dedos de frente se dio cuenta de que Ana Pastor en vez de hacerle a Pablo Iglesias una entrevista le hizo un tercer grado. Hacía tiempo que una entrevista no me causaba tanto estupor y, ni mucho menos, gracias, no me recordaba a la mítica escena entre Tom Cruise pregúntandole a Jack Nickolson por el «código rojo» en Algunos hombres buenos.
¿Qué le ha pasado a Ana Pastor para convertirse en ese ser inquisidor? Después de revisionar muchas entrevistas sólo me queda afianzarme a la teoría de la inquina. No hubo pregunta que la periodista preguntase y que Pablo Iglesias no respondiese. No hubo ninguna. Otra cosa es que la entrevistadora buscase que el entrevistado dijese lo que ella quería escuchar; y allí ya nos metemos en la manipulación mediática.
Pastor pecó de ego al intentar rebatirle ideas que Pablo Iglesias aún no tiene; y él lo dijo bien claro: «En el momento nos reuniremos con especialistas». Pecó de arrogante y de incumplir una de las máximas del periodismo: opinar sobre las respuestas de los entrevistados sin nada en lo qué basarse; así como Pablo Iglesias pecó de inocente al no tener otra estrategia. Señores, la política es como un deporte, en cada situación has de sacar una táctica, pero Iglesias no hizo ningún cambio en su discurso. Ana Pastor se lo comió, con demagogia, pero él no hizo nada al respecto. Ana Pastor falló, pero Iglesias, mucho más. Fue a un partido de Champions sin entrenar. Esperemos que la próxima no sea así. Por el bien del periodismo y de la verdad, que entrevistado y entrevistador estén a la altura que nos merecemos. Porque ya dejamos de ser tontos.