Cuando todavía no escribía sobre Marruecos había muchas cosas que pensaba que sólo las veía yo, que sólo me llamaban la atención a mí. Pero si de algo me está sirviendo esta experiencia de compartir vivencias en el Magreb es para darme cuenta de que cuando convives en un entorno diferente al tuyo y te paras a observar – aunque sólo sea un rato – te empiezas a cuestionar cosas que pensabas que eran incuestionables.
Como en el artículo «Cosas que me llamaban la atención al volver a España desde Marruecos», al regresar a mi país no dejaba de pensar: ¿Pero por qué llora tanto este niño? ¿Por qué no deja de quejarse y de berrear? ¿Por qué los padres no le dicen nada? ¿Qué hay que hacer para que deje de llorar?
Y es que, durante mis viajes y mi estancia en Marruecos, pude observar que los niños en Marruecos no lloran. Supongo que porque tienen muchas otras cosas que hacer. Juegan, se dan golpes, bailan, se caen, les riñen – y les pegan – sus mayores, les quitan los juguetes, hacen solos cosas que parece que por edad no les debería corresponder… pero no lloran. Lanzan miradas retadoras, maldicen a todo lo que se mueve… Pero no lloran. ¿Por qué? Me apasiona pensar en ello. Un detalle muy complejo pero con una explicación, para mí, muy simple. Los niños en Marruecos tienen una autonomía brutal y no lloran porque saben que haciéndolo no consiguen nada. No les sirve de nada. Sin embargo, a este lado, saben que llorando lo consiguen todo. Y así nos luce el pelo…
Creo que no soy la única a la que, de pequeña, me hacían entender aquello de ‘como te caigas, cobras’. Y ahora, viéndolo desde la distancia y reviviéndolo en Marruecos, creo que nunca deberíamos haber perdido esa educación. Porque no basta con aprender mucho, hay que aprender bien. Allí cuando los niños discuten y se pelean, o cuando juegan en la calle y se caen, les falta tiempo para levantarse y seguir adelante como si no pasara nada. Sin ayuda de nadie, se levantan solos. Recuerdo aquella noche en Fez, con Ayoub y sus patines nuevos, dándolo todo por rampas y escaleras. Era la primera vez que usaba unos y le dije a su hermano: ¡Pero que se va a romper una pierna! Y me dijo: No te preocupes, sólo se la romperá una vez.
La educación es probablemente a una de las tareas más complicadas a las que, como sociedad, nos enfrentamos y cuando ciertos comportamientos anormales se vuelven cotidianos creo que es momento de pararse a pensar y a reflexionar. Es evidente que los niños occidentales lloran más y con menos motivos, así que hay algo que no estamos haciendo bien. Aquí los críos ya parecen intocables, tanto literal como metafóricamente hablando. Se les sobreprotege de una forma que da miedo, se les riñe por ser niños, se les consiente cosas que da vergüenza verlas y se les premia por demostrar que están consentidos.
¿Tan diferentes son unos niños y otros? ¿O simplemente el contexto social y cultural en el que crecen es el que hace que sean como son?No sé… El caso es que ellos no lloran. Esos niños ya saben que la vida es para el que lucha y no para el que llora. Y no lloran…