Joan-Carles Mèlich (Barcelona, 1961) es un filósofo que enseña en la Facultad de Educación de la Universitat Autònoma de Barcelona, entre otros motivos, porque considera que la educación ha sido históricamente y tiene que ser uno de los temas centrales de la filosofía. Durante su trayectoria ha escrito diversos ensayos filosóficos en los que divulga su pensamiento, el cual considera narrativo, lejos de las verdades absolutas de la metafísica. El último de sus libros publicado se titula La lectura como plegaria (Fragmenta, 2015), que en sus primeras semanas en las librerías se colocó entre los más vendidos a pesar de pertenecer a un género tan poco de moda como la filosofía. Quedamos en la cafetería Farga de la Diagonal. Allí Mèlich lleva 18 años yendo a desayunar. Le acompaña un móvil que aún funciona con saldo.
–Dice que hace 18 años que viene aquí a desayunar.
–Yo soy de l’Esquerra de l’Eixample. Tomar un café, con una cierta tranquilidad, leer el diario, un libro, tomar algunas notas, escribir, lo considero muy necesario. Además, tengo la suerte que mi trabajo me lo permite. Y este es un buen lugar para hacerlo. También lo llevo a cabo en librerías como LAIE o La Central. En estos sitios he escrito mucho de lo que aparece en La lectura como plegaria.
–En Barcelona ya quedan pocos lugares en los que dejar pasar el tiempo a velocidad lenta.
–En la calle Tuset, había ido a La Cova del Drac, donde se escuchaba jazz y una vez a la semana la gente leía sus poemas. También teníamos las tertulias de Els Quatre Gats, o en Madrid, la del Café Gijón. Ahora siguen existiendo estos establecimientos, pero ya no es lo mismo. La falta de lugares así denota la falta de ambiente cultural de un país. Aunque es una situación global.
–Usted comenta que la presencia del otro altera, te rompe tus proyectos. ¿No es lo que le está sucediendo a Barcelona actualmente con el turismo?
–Totalmente. Es evidente que todos los barceloneses podemos estar de acuerdo en que hay un antes y un después del año 92, el de los Juegos Olímpicos. Para bien y para mal. Tiene cosas muy buenas, como la apertura de Barcelona al mar. Las rondas también fueron un avance. Pero a mí lo que me preocupa de Barcelona es que, siguiendo la teoría del antropólogo francés Marc Augé, se está convirtiendo en un no-lugar. Un no-lugar es ese lugar en el que no hay personalidad. Tú vas viendo las tiendas del Passeig de Gràcia y podrías encontrarte las mismas en Milán. Esto a mí me parece terrible. Augé también habla de los espacios de anonimato. A ti te tapan los ojos y te los hacen abrir dentro de un Starbucks o un McDonald’s y no sabes en qué ciudad estás.
–Se están perdiendo las tiendas típicas de Barcelona.
–Como el Colmado Quílez o el Vinçon. Yo iba mucho al Quílez, no solo para comprar sino por el placer de entrar allí. O La Boqueria, que ya no tiene nada que ver con lo que era, y se ha convertido en un show que encima no da dinero, porque la gente va allí a pasearse. El comprador no puede entrar. A mí me gusta mucho ir al mercado; a los que voy más son el de la Llibertat y el de Gràcia. Allí la pescadera ya sabe lo que me gusta. Yo no compro nunca pescado en un supermercado, entre otras cosas, porque me gusta hablar con los dependientes y los clientes. Este tipo de lugares hacen que una ciudad tenga personalidad. Si Barcelona pierde esto se convierte en un no-lugar en el que los turistas vienen y hacen un gasto. Vivo aquí, pero si viviese en otro lugar…quizá lo más diferente es el clima.
–¿Qué solución propone?
–Si no hay un esfuerzo por parte del Ayuntamiento para ayudar a estas tiendas todo esto se va a perder para siempre.
–De hecho, ¿a los turistas les atrae un no-lugar?
–Yo para ir a Milán a comprarme el mismo bolso que me puedo comprar en Barcelona… no voy. Es no entender que la gracia de estas ciudades es su especificidad. A la gente le interesaba el Quílez, le interesa la Casa Beethoven. O la sombrerería Mil, donde me compro los sombreros. El lema de que Barcelona es la mejor tienda del mundo me parece terrorífico. Si lo que define Barcelona es el mercado económico y no el mercado cultural, mal vamos.
–¿Cómo valora la salud cultural de Barcelona?
–La cultura en Barcelona está relegada a un segundo plano. ¿Por qué no se habla en la televisión pública de libros, de música y de arte? No solo dar información, sino crear un diálogo. Si el Canal 33 no hace esta función, que lo cierren. Si no pueden hacer un programa a la semana que durante una hora se pueda hablar de literatura, que lo cierren. ¿Que es deficitario? De acuerdo, es que la cultura puede ser deficitaria.
–Hablemos de La lectura como plegaria. Dice que para usted “leer es un oficio y un ritual”.
–Este libro es un libro escrito a lo largo de quince años. Mientras leo tomo apuntes en un cuaderno pequeño, normalmente de color violeta [muestra el que lleva encima]. Y subrayo, siempre con lápiz, nunca con bolígrafo. Después, con pluma, ritualmente copio algunas frases. A continuación, digo la mía a propósito de la frase que me da vueltas. Desde bien joven escribo así. Esta es la obra de mi vida. Hasta ahora los libros que había escrito, a pesar de ser ensayísticos, eran académicos. Es mi libro más personal.
–Leyendo el libro uno se da cuenta que su pensamiento es opuesto al de la metafísica.
–Si hay alguna palabra que rechazo absolutamente es la palabra ‘metafísica’. No me gustan las verdades absolutas, universales y eternas. Soy un gran defensor de la provisionalidad. Mi pensamiento es fragmentario. No me considero ni metafísico, ni teórico, ni práctico. Me considero un narrador, alguien que habla de la experiencia, de la existencia, de la vida. La filosofía empieza con el mundo, no con la teoría. Va dirigida a la condición humana. La filosofía que hago desde el año 2000 la he nombrado “la filosofía antropológica de la finitud”. Ella me lleva a hablar de la memoria, del placer, de la muerte, del sufrimiento, del tiempo. Me sitúo en el postmodernismo, aunque no me gusta la palabra; se ha hablado demasiado de esta palabra. La modernidad cree que aunque el Dios tradicional ha muerto, existe el Dios en mayúsculas. Cree en la Razón, en mayúsculas. Cree en el Diálogo, en mayúsculas. Yo, en cambio, soy muy pesimista. Si tengo que escoger dos autores clásicos esos son Schopenhauer y Nietzsche.
–¿La lectura se toma hoy en día como una plegaria?
–Actualmente no hay respeto al texto, no hay lectura como plegaria. Sobre todo delante de los clásicos. Hay un desprecio del clásico en favor de la novedad. Una obra que lleva dos mil años allí, y que aún nos sigue interpelando, se merece que te quites el sombrero, desconectes de todo y solo le prestes atención a ella. Hasta que la leas en voz alta. Pero esto no quiere decir que no se pueda criticar.
–¿Qué es un clásico?
–El clásico tiene que ver con la resistencia al tiempo. Tú puedes ser marxista o anti marxista, pero todos somos post marxistas. El clásico es el gran transgresor, abre una grieta en la historia. La escuela tiene que ser un lugar donde se planteen los clásicos. Eso no quiere decir leer El Quijote con catorce años, hecho que me parece una aberración. Con catorce años lo que se tiene que hacer es que el niño disfrute con la lectura. Pero también se tiene que hacer una selección de lo que vale la pena. No es tan importante haber leído, escuchado o visto los clásicos como saber que esos son clásicos. Me preocupa que la gente no sepa que El Quijote es un clásico, no que no lo haya leído.
–¿Y qué le parece el formato digital?
–Un libro no se puede degustar de la misma manera en un formato u otro. Eso no quiere decir que la gente no pueda leer de la forma que le dé la gana, solo faltaría. Pero para mí es importante el olor, el tacto. Un e-book no se puede dedicar, no se puede subrayar o poner una marca. No va a sustituir el libro en papel, igual que la televisión no sustituyó a la radio. Quizá desaparece el libro de bolsillo, pero eso obligará a los editores a editar bien.
–¿Por qué enseña en la Facultad de Educación y no en la de Filosofía?
–Las facultades españolas han rechazado la filosofía de la educación, básicamente por desconocimiento. La obra de Platón es filosofía de la educación. Y él es el primer filósofo del que tenemos un gran corpus. ‘El mito de la caverna’ empieza con esta frase de Sócrates: “Y ahora te explicaré lo que es la naturaleza humana en relación a la educación o a la falta de ella”. O Rousseau, con su Emilio, un libro de 600 páginas que habla de la educación. Creo que estos ejemplos sirven para ver la importancia histórica de este campo en la filosofía.
–¿Crisis moral?
–La gente dice que vivimos en una crisis moral. No, vivimos en una inflación de la moral. Vivimos en un tiempo de moral y de muy poca ética.
–Cada vez se aparta más la filosofía, hasta el punto de eliminarla de la Educación Secundaria. ¿Por qué hay tanto interés en esconder la filosofía?
–La primera cosa que se necesita para pensar es pararse. Estamos en un mundo en el que nadie se para. La velocidad es la clave de la cuestión. La tecnología no es un medio, es un sistema. Comparan un cuchillo con ella, que tanto lo puedes utilizar para lo bueno como para lo malo. Yo no estoy de acuerdo con esto. Es una forma de vida basada, entre otras cosas, en la velocidad. En el sentido actual, no hay tecnología lenta. Implica rapidez. En cambio, pensar, como leer, como escribir, necesita lentitud. La pregunta es cómo se puede hacer filosofía en un mundo sobre acelerado. “Amigo” ha sido una palabra muy importante para la filosofía, pero a partir del siglo XVII se perdió. Montaigne es el último que habla del concepto de amistad. Si Aristóteles viese que la gente ahora tiene mil amigos en Facebook…
–Alucinaría.
–Por otro lado, la filosofía implica una transgresión, una disidencia. Y esto da mucho miedo. Al poder –teopolítico, económico y tecnológico- no le interesa. Miedo a gente que piense, que discrepe, que vaya en contra del sistema. Vivimos en un tiempo de mucha crítica y de poca transgresión. La crítica acaba siendo absorbida por el sistema, falta cuestionar las cosas en su totalidad. A una persona que molesta se le puede eliminar de dos formas: o eliminarlo físicamente o normalizarlo dentro del sistema. El sistema actual vende la camiseta del Che a trescientos euros. Integrar significa desactivar la actitud que supone el diferente.
–¿Qué papel tiene que hacer la filosofía hoy en día?
–¿A Sócrates por qué se le condena a muerte? Primero, por no creer en los dioses de la ciudad, lo que ahora sería Facebook o los partidos políticos. Y segundo, por pervertir a la juventud. Le está preguntando a los jóvenes cosas que no tocan. La filosofía es fundamentalmente hacerse preguntas. Muchas veces, en filosofía, las preguntas son más importante que las respuestas. Pero toda pregunta filosófica que se responda es provisional. La filosofía no tendría que tolerar respuestas definitivas. La respuesta definitiva es dogmática, no filosófica. Han triunfado los sofistas.
–Usted le da importancia a la memoria, al testimonio. Me recuerda a la situación de Catalunya, que intenta recuperar su pasado con fines políticos.
–No hay ser humano sin memoria. Como dice Marcel Proust, la memoria no es una cosa que nosotros hagamos, sino que acontece. Si yo tuviese que definir el ser humano lo haría diciendo que es un ser de memoria. Y la memoria es ambigua. Nos puede llevar a que ese pasado trágico no se vuelva a repetir, pero también hay una cara perversa, y este recuerdo del pasado nos puede llevar a la venganza. Yo, por descontado, apoyo la pedagogía de la memoria, pero siempre sabiendo que hay un riesgo.