Nueva Rosita, Coah.

Pronto te vamos a sacar, mi hijo, dice todos los días María Trinidad Cantú Cortés, desde hace nueve años, a la foto de Raúl Villasaña, uno de los 63 trabajadores sepultados en la mina ocho de Pasta de Conchos y que Grupo México se negó a rescatar.

Doña Trini dice que habla frente a la foto de su hijo porque es todo lo que tiene, aunque no pierde la esperanza de recuperar sus restos y sepultarlo en el cementerio como debe ser, para llevarle flores, rezarle una oración y seguir platicando con él. Su duelo no ha concluido.

Un hijo es un hijo, así pasen muchos años. Nosotros seguimos con ese dolor. Yo se que él vive con Dios. Pero necesito que nos lo entreguen, como esté, para dejarlo en el cementerio. La herida allí está, porque no tenemos ese consuelo. Ha sido muy duro vivir así.

Camina por su casa y se detiene frente a la foto de Raúl, con flores y una veladora: Él me escucha, le hablo todos los días, platico con él igual que con mis hijos vivos.

Llora, camina al patio de su casa y lo primero que ve son las chimeneas y los terreros formados por altas montañas de desechos de carbón lanzados por la lavadora del complejo Industrial Minera México, SA (Immsa), filial del Grupo México, que trabaja con normalidad a pesar de haber abandonado los restos de los mineros.

La mina, propiedad del empresario Germán Larrea, se ha ido acercando cada día más a la zona urbana, ha extendido su territorio y ahora está al lado de las casas, contaminando y generando afectaciones a los vecinos de la colonia Rovirosa: Nos duele la cabeza, hay asma en niños y adultos, enfermedades de los pulmones. Todo eso es común aquí por los polvos del carbón y la alta contaminación. Los mineros tienen sus pulmones desechos.

En estos días, doña Trini, anda muy ocupada preparando el memorial y los actos del noveno aniversario que se celebrará a partir del 19 de febrero en el Distrito Federal. Es presidenta de la organización Familia Pasta de Conchos y, gracias a su tenacidad y la de las otras familias afectadas, ha impedido en estos meses recientes que Grupo México reabra la mina o le cambie de nombre como una estrategia para seguir operando.

No la pueden abrir, porque allí están los restos sin rescatar. Aunque nos digan que es por otro rumbo lo que van a hacer, no es cierto, es la misma mina. Quieren trabajar sin rescatar, y eso no es justo.

Añade: La prioridad es el rescate. Ni la empresa ni el gobierno han hecho lo posible para sacarlos de allí. No les conviene, por los intereses de Grupo México. El gobierno le da todo el apoyo al señor Larrea y no a las familias, pero vamos a seguir luchando.

Tragedia anunciada

La empresa ha dado la orden de rescatar vigas de la mina, le dijo hace nueve años Raúl a su padre, minero con 17 años de experiencia. ¿Dónde?, le preguntó sorprendido: Las están quitando en la plancha para ahorrar dinero, le respondió. Y su padre fue rotundo: Eso está mal, pueden quitar vigas de los diagonales, pero no de donde pasa la gente. Se te va a caer la mina en la cabeza.

Don Raúl Villasana tiene 68 años, se jubiló después de la tragedia de Pasta de Conchos, que enlutó su hogar. Está sentado en la cocina, junto a doña Trini, y recuerda que aquella conversación con su hijo fue dos meses antes del derrumbe.

La empresa defendía las vigas. Las estaban quitando para volverlas a usar. De hecho lo demuestra una factura que después encontraron por retiro de vigas para reutilizarlas. Eso no se debe hacer, pero claro, la empresa lo hizo pensando en el dinero, en sus ganancias, no en la seguridad de los mineros.

Aquel 19 de febrero de 2006, don Raúl y doña Trini estaban en San Antonio, Texas, en casa de una hija, cuando le avisaron de la explosión en la mina donde su hijo andaba trabajando con un contratista, no como empleado de la empresa, un sistema muy utilizado por la multinacional de Larrea para ahorrarse dinero.

En pocas horas estaban afuera de la mina, llovía y hacía un clima gélido, de bajo cero. Mientras doña Trini y las otras madres esperaban, don Raúl se metió hasta los baños donde estaban los rescatistas. Pudo comprobar que la mina se vino abajo por falta de soporte.

Pasaron los días, la información que daba Grupo México era confusa. Uno de los jóvenes que ayudaba en el rescate habló con la verdad ante don Raúl: Ya pararon todo. No los van a sacar.

Las madres y esposas de los 63 mineros se resistieron a creer semejante bajeza. Pero fueron testigos de cómo el gobierno apoyó a Grupo México, cuando el secretario del Trabajo en ese entonces, el panista Javier Lozano Alarcón, dio a la opinión pública la verdad oficial –de peritajes pagados por la propia empresa–: El rescate es peligroso, porque el agua en la mina puede estar contaminada de VIH, hepatitis, tubercolosis y otros patógenos que pueden afectar a los rescatistas, éstos a sus familias y las familias a poblaciones enteras.

Las familias rechazaron ese argumento inverosímil y buscaron sus propios peritajes, en donde se decía que se podía perfectamente rescatar a los mineros, pero la empresa y el gobierno guardaron silencio: “Ellos nunca nos dijeron que no los iban a sacar, nomás dejaron pasar el tiempo y nos engañaron diciendo que estaban trabajando en eso. Nos mintieron.

Grupo México siempre se ha comportado como si no hubiese pasado nada. No tuvo la dignidad de salir a decirnos nada. La empresa sabe lo que pasó, pero no quiere decir. Son tan malos y tan ingratos que prefirieron dejar así las cosas.

Doña Trini y las demás madres y esposas, junto a las familias de los 63 mineros, se quedaraon un año afuera de la mina: Allí nos quedamos plantados. Después nos corrieron; el gobernador Humberto Moreira mandó un pelotón de policías y soldados para corrernos. El gobierno y la empresa cerraron la bocamina, le echaron cemento. Pero nos corrieron para recuperar la lavadora de carbón, esta que sigue funcionando. El gobierno se supone que está para ver por la gente, pero no, vieron siempre por la empresa.

Rescate obligado

Para las familias de los mineros de Pasta de Conchos recuperar sus restos sigue siendo una prioridad, un derecho humano que debe ser respetado: El rescate es importante por el derecho de los familiares de tener los restos. Esos restos no le pertenecen ni a la empresa ni al estado. Son de las familias. Tenemos derecho a la verdad, dice Cristina Auerbach Benavides, directora de la organización Familia Pasta de Conchos.

Desde hace cuatro años se instaló en la zona carbonífera y ha podido comprobar que el caso Pasta de Conchos es la punta del iceberg de una problemática marcada por la extrema pobreza de los mineros y sus familias, y por el régimen de esclavitud laboral de las grandes, medianas y pequeñas empresas del carbón.

En nueve años han sacado de esta región carbonífera 100 millones de toneladas de carbón. Entonces, ¿por qué no pueden sacar los restos de 63 mineros que están a 300 metros?

Añade: ¿Cómo le vamos creer al gobierno mexicano que está buscando a los casi 30 mil desaparecidos, si los que saben dónde están y cómo se sacan de una mina, no los rescatan? Pasta de Conchos es su propia sentencia. Mientras no muevan un dedo por entregar a los que saben dónde están, no es creíble el resto de su discurso.

A pesar de la magnitud del suceso, ni Grupo México ni el gobierno han querido recibir a las familias de las víctimas: Han pasado tres administraciones: Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto no nos han recibido. No importa si gobierna el PAN o el PRI, a nosotros ni siquiera nos reciben.

Durante estos nueve años, la tragedia ha marcado a las familias de los 63 mineros. Suicidios, enfermedades, adicciones y muertes han pasado por su camino de lucha y resistencia.

Doña Trini se emociona, vuelve a llorar y dice que mantiene la esperanza de lograr el rescate: German Larrea es un hombre que acumula dinero, le importa tener mucho dinero y no que los mineros se sigan muriendo. Es uno de los más ricos de México, pero sin sentimientos y sin corazón, sin alma. ¿Y Enrique Peña Nieto? ¿Queremos saber si el Presidente tiene corazón para rescatar a los mineros? Ojalá que el gobierno y la empresa los rescaten. Es un sueño que tengo.

Noticia publicada originalmente en La Jornada

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