Sharaf, tahdia, wafa´. (Honor, sacrificio, lealtad)
Lema de las Fuerzas Armadas Libanesas
El Líbano es un país con militares. En realidad, son soldados con un país llamado Líbano. Tierra de pólvora y jazmín, de centella y azahar. Este pequeño enclave se congratula de poseer más de un cuarto de la población dedicada a las Fuerzas Armadas Libanesas. Pero, déjenme que les diga una cosa, el soldado libanés no es como ningún otro.
Con la AK-47 a cuestas, un uniforme terrible para los meses de verano y la presencia de un check-point en cada esquina, los soldados libaneses más se parecen a milicianos que a profesionales del combate. Son caóticos, imprevisibles y, sobre todo, parecen tener una mueca de hastío perenne en su cara. Aunque es cierto que Líbano vive en un continuo estado de guerra con el vecino Israel, en la práctica la dinámica de trabajo es nula y tremendamente aburrida.
No es que yo tenga algo en contra de ellos. Me he encontrado con especímenes muy curiosos a lo largo de este año y he de confesar que tengo cierto cariño a estos extraños soldaditos.
Recuerdo una estampa peculiar del carácter de estos individuos. Abril, autopista a Damasco, una furgoneta y un puñado de estudiantes internacionales en su interior. Como es costumbre, las carreteras están atestadas de puestos de control militares, especialmente cuando comienzas a acercarte a la frontera siria o desciendes por el valle de la Bekaa.
Habíamos sorteado con bastante acierto los cinco check-points que se habían cruzado en nuestro camino desde que salimos de Beirut. La dinámica ante un puesto militar es pura rutina: desciendes la música hasta que se vuelve prácticamente inaudible, ralentizas el coche, bajas la ventanilla y pones tu mejor sonrisa. Ellos han visto las mejores sonrisas del mundo, no me cabe ninguna duda.
Normalmente ceden el paso sin problema y más si eres occidental. Como dijo Charo Saavedra, ex corresponsal de la agencia EFE desde Beirut, “Si eres europea, rubia y periodista en Beirut, tienes el mundo a tus pies”. Sin embargo, esta vez las cosas se torcieron un poco.
El soldado con un ademán brusco nos indicó que saliéramos de la cola de coches. Con visible malestar comenzó a soltar una retahíla de improperios en árabe de los que sólo podíamos rescatar “Passport”, “Foreigners”, “Syria”. Y así en un bucle despiadado.
En un momento dado, nuestro copiloto le entregó por la ventanilla la torre de pasaportes europeos. Él enmudeció y su cara de enfado se difuminó. El militar comenzó a agobiarse ante tal carga de trabajo: tenía nada más y nada menos que ocho pasaportes que comprobar, ardua tarea. Después de sopesar sus opciones, nos devolvió la documentación intacta. Ni siquiera se había molestado en abrir alguno de los pasaportes.
Continuamos nuestro camino pasando por varios controles militares más. No nos pararon pero el recuerdo de ese soldado seguía presente. Como dicen por aquí “Hada Lubnan”, esto es Líbano y estos son sus extraños soldaditos.